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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Un O.L.N.I

Emilio de Miguel Calabiael

Un OLNI es un Objeto Literario No Identificado. Es un texto que no sabes bien si es una memoria, un ensayo o una novela negra. La tendencia de todos los OLNIs es su tendencia a estrellarse a partir de la vigésima página. Pues bien “Los Esqueletos. La Deconstrucción de la Escritura” de Enrique Páez es un OLNI como una casa.

La novela conjuga memorias de la infancia y la juventud (la parte más brillante), reflexiones sobre la escritura, comentarios banales sobre el presente del escritor, que no interesan al lector, y cuatro cuentos. No había visto una turbamulta tan diversa de géneros y contenidos desde que leí el Quijote. Desafortunadamente “Los Esqueletos” no es el Quijote.

La novela empieza bien, de una manera que promete, con la muerte de la madre. La madre, que estaba demenciada, muere en una agonía de dolor, gracias a los avances de la medicina moderna, que hacen que cueste tanto morirse. Y eso se unió a un médico cicatero con la morfina, no fuese la paciente de más de 90 años a hacerse adicta a la morfina. Y ese sufrimiento inútil aún acompañado de frases como: Es que si se duerme no lucha; Piensa que a lo mejor no le duele tanto como parece, porque la gente mayor es muy quejica…

El padre, con alzheimer, murió dos semanas después, sin saber que su esposa de 70 años había muerto. Y a los hijos les tocó oír las simplezas habituales. Qué historia de amor tan bonita, un ejemplo para todos, setenta años compartiendo una vida plena, ¿verdad? Si alguien te dice una simpleza así, lo mejor es aceptarla con paciencia y esperar a que se calle. ¿Qué sabrá la persona de lo que son setenta años de convivencia, de los sacrificios y las rutinas que hay que hacer para que el chiringuito se mantenga? Un single de Joaquín Sabina vale lo que un larga duración de Manolo Otero (anda ya, qué antiguo soy. Fíjate los ejemplos que he puesto). Unidos en la vida y en la muerte como dos tortolitos. Seguro que tu padre lo sabía, supo que Aurora había abandonado este mundo, aunque nadie se lo dijera y se ha dejado morir para unirse a tu madre en el reino de los justos. A mí me sueltan esta simpleza y hago que el interfecto se trague algo, no sé el qué, pero que se lo trague.

Sigue un capítulo sobre sus ocho hermanos y él que de pronto se han quedado huérfanos. Da lo mismo a qué edad nos toque la muerte de nuestros padres. Nos deja huérfanos para toda la vida. Enrique va recordando su vida de octavo de ocho hijos y dos hijas en una casa donde la testosterona rebosaba (¿no salen las cuentas hablo de nueve hijos que han quedado huérfanos y luego digo que eran diez. El décimo era Gonzalo, que no llegó a cumplir los 42 por culpa de una cardiopatía). “Les quieres, has aprendido a quererlos, pero te dan miedo. Están asilvestrados. Cuando se reúnen, cuando os reunís, se transforman en hordas de Atila, en una kale borroka descerebrada, y crees que serían capaces de abrirte y abrirse el pecho a través del esternón por una apuesta, en un exceso de testosterona (…) La ley de la selva en las familias numerosas es pura supervivencia.” También son los hijos de un matrimonio autista que nunca les dio un abrazo.

Siguen más capítulos sobre los hermanos, con apariciones ocasionales de los padres. Y cuando uno le estaba cogiendo el tonillo evocador y le iba gustando, llega en la página 41 la parte titulada “Kale Borroka” y el invento se jode.

Eso no quiere decir que a partir de la página 41 todo sea malo. Hay fragmentos e ideas interesantes, pero no bastan para salvar la ¿novela?. La reflexión de que un escritor se puede despistar durante la escritura del texto y que le dé por explorar las posibilidades infinitas que se le han abierto (ningún escritor consigue escribir la novela perfecta que explora todas las posibilidades. Si acaso se acerca George Perec en “La vida. Instrucciones de uso”). La conveniencia de que te traces un plan antes de empezar a escribir, aunque el propio Enrique se haya olvidado de esa máxima en este libro. “A escribir se aprende escribiendo.” Pues Enrique tiene que haber aprendido mucho, porque se ha marcado 409 páginas.

Una reflexión que me ha encantado: “Yo no he compuesto una sinfonía, ni he plantado un huerto, ni he hecho submarinismo, ni ordeñado una vaca, ni follado con un negro, ni he trenzado una cesta de mimbre, ni he actuado en una obra de teatro. Las vidas que no he vivido son infinitas…” Lo mismo podríamos decir todos los demás, aunque el infinito de algunos es mayor que el de otros, con permiso de los matemáticos.

A medida que avanza el libro este tipo de reflexiones que te hacen pensar, se van haciendo más raras. A mí, que soy un lector omnívoro y resistente, que me he leído los mayores pestiños sin rechistar hasta la última página, la novela se me cayó en el siguiente párrafo: “Hemos reservado otro crucero para el año que viene, del 26 de agosto al 2 de septiembre, con Celebrity Cruises. Es un barco en el que ya hemos estado, el Celebrity Infinity, al que nos subimos en San Antonio, cerca de Valparaíso, en Chile, y bajamos hasta Ushuaia y el Cabo de Hornos, visitando los fiordos chilenos, para luego subir por Puerto Madryn y la península de Valdés, donde los pingüinos, hasta Montevideo y Buenos Aires. Quince días. Genial…” Es cierto que todo puede convertirse en literatura, pero leer unas reflexiones que hubieran podido salir de la boca de mis padres que siempre han sido muy de cruceros…

La muerte es una presencia constante en la novela. Empieza con la muerte de los padres, sigue con la del hermano Gonzalo y termina con la suya propia. Sí, Enrique y su pareja Bea han decidido que les quedan diez años de vida, que es el tiempo que estiman que les queda de estar bien. Han elaborado una estrategia para gastarse su último euro cinco minutos antes de su suicidio. E incluso han establecido un ranking de métodos para quitarse de en medio atendiendo a criterios de eficacia y cero dolor. Como estrategia vital me parece valiente y osada. Les deseo un buen tránsito.

 

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