Emmanuel Carrère y Javier Cercas tienen sendas novelas escritas sobre dos mentirosos, Jean-Claude Roman y Enric Marco. Ambos optaron por la estrategia narrativa de contarnos cómo había sido la composición de la novela, como si temieran que, de no contar con ese artefacto narrativo, un personaje que no les resultaba atractivo, acabaría abduciéndoles. Un escritor puede pasar muchos meses con toda la atención puesta en un personaje. La identificación y la empatía resultan casi inevitables.
El caso de Roman lo narra Carrère en “El adversario”, que comenté aquí en diciembre 2017. Roman es el hijo único de una familia austera y rigurosa. Ha vivido la infancia agobiado por la depresión permanente de su madre, a la que no deben dársele disgustos, y por las elevadas expectativas que sus padres han depositado en él. Comienza a estudiar medicina en Lyon. No se presenta a un examen clave que le habría permitido pasar a segundo. Les dice a sus padres que sí que se presentó y más adelante les dice que aprobó el examen y que pasa a segundo. Ése es el punto de inflexión. A partir de ese momento, crea la pretensión de que va aprobando los cursos y más adelante de que ha encontrado trabajo en un laboratorio dependiente de la OMS. Finalmente dirá que es alto directivo de la Organización.
Roman es un personaje desconcertante. Vive sabiendo que su vida está construida sobre una mentira que más tarde o más temprano tiene que estallar. El teatrillo aguantará 18 años y cuando se desmorone, la única salida que encontrará será matar a su mujer y a sus dos hijos e intentar suicidarse.
Todos mentimos por interés, para defender nuestro ego, para eludir un problema… Roman no tiene un ego que defender, – de hecho es un personaje bastante débil. Él es su vida ficticia. Todos llevamos puesta una máscara para vivir en sociedad. En el caso de Roman la máscara es el personaje. No hay nada más.
El caso de Enric Marco es muy distinto y es casi imposible no terminar empatizando con él. Enric ha ido siempre con la corriente. Ha tenido una vida anodina, como la de tantísima gente. La Transición, en la que tanta gente se reinventó para ocultar componendas vergonzosas con el franquismo y esgrimir credenciales democráticas espúreas, fue su gran oportunidad. Bueno, sus fabulaciones habían empezado algo antes de la muerte de Franco, cuando comenzó a estudiar Historia en la universidad y descubrió el placer de epatar y seducir a los otros estudiantes, que eran 30 años más jóvenes que él, con sus historias de aguerrido militante antifranquista. Marco tiene un ego y una vanidad descomunales. Cercas lo califica de pícaro y liante que se mueve como en su salsa en las situaciones de caos. Marco es un fabulador que daría cualquier cosa con tal de salir en la foto. Aquí sí que tenemos una motivación que podemos entender: Marco quiere que le presten atención y que le admiren, después de una existencia anodina y gris. .
A base de mentiras, llegó a presidir el sindicato de la CNT. Alguien con menos seguridad en sí mismo ni se lo habría planteado. Pero Marco está hecho de la misma madera que el buscón Don Pablos de Quevedo. Lo presidió y casi se lo carga con su caos y falta de visión política. Pero eso era lo de menos. Lo principal es que había salido en la foto. Más tarde fue Vicepresidente de la FAPAC, la Federación de Asociaciones de Padres de Alumnos de Cataluña. Allí dejó el recuerdo de ser alguien entrañable, muy dedicado y completamente loco por salir en la foto. A este respecto, una anécdota impagable de sus tiempos de la FAPAC. Iba a haber una manifestación y de pronto los compañeros de la FAPAC, con los que ha ido, ven que se les ha perdido y no lo encuentran. De pronto le ven al fondo, aferrado a la pancarta que iba a abrir la manifestación y a la que apuntarían los fotógrafos.
En los primeros años de la Transición se hablaba y se sabía poco sobre el Holocausto y los campos de concentración en los que acabaron varias decenas de miles de republicanos españoles. Cercas estima que debió de ser hacia 1977 que Marco comenzó a preparar su papel de deportado en un campo de concentración nazi. El detonante fue la lectura del libro “La deportación”, publicado por la Editorial Patronio, que pasaba revista a los campos de concentración nazis. Uno de los capítulos estaba dedicado al campo de Flossenbürg. Era un campo secundario por el que habían pasado unos pocos españoles. Marco aún sabía muy poco sobre los campos de concentración nazis, pero sí que era consciente de dos puntos clave: en España casi todo el mundo sabía menos que él; había habido pocos españoles en los campos de concentración y la gran mayoría de los que habían ido a parar a uno, habían terminado en el de Mauthausen. Su mentira no hubiese cuajado si hubiese pretendido que él también había estado en Mauthausen.
El estreno en sociedad del Marco deportado tuvo lugar en el libro que Mariano Constante, un comunista y superviviente de los campos, y Eduardo Pons Prades, un anarquista, estaban escribiendo sobre los deportados españoles. Marco aún no dominaba su personaje de deportado, así que fue muy prudente. Astutamente dijo: “En Flossenbürg estuve muy poco tiempo y, como me llevaban de un lado para otro en plan incomunicado, no podía entrar en contacto con nadie”. ¡Ya está! Si surge un testigo y se extraña de no haber conocido a Marco en Flossenbürg, hay una explicación sencilla.
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