ABC
Suscríbete
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizMi ABCABC
Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Adolf Hitler como escritor de ciencia-ficción

Emilio de Miguel Calabiael

Como todo el mundo sabe, en 1919 Adolf Hitler, un ex-combatiente de la I Guerra Mundial que tras la misma anduvo brevemente metido en ambientes ultranacionalistas, emigró a EEUU. Allí se ganó la vida como ilustrador medianejo de ciencia-ficción “pulp” (lo “pulp” triunfó en EEUU en los años 30 y 40; se podría definir como novelitas baratas con mucha aventura y acción y algo de sexo, que podían ser del oeste, policíacas o de ciencia-ficción. Apenas tenían profundidad psicológica y eran las preferidas de adolescentes llenos de granos y sin novia y de hombres maduros, mediocres y frustrados). Más delante se convirtió en editor de fanzines de ciencia-ficción y en escritor de ciencia-ficción pulp. Entre sus obras más conocidas, están “La raza maestra”, “El régimen de los mil años”, “El triunfo de la voluntad” o “Salvador del espacio”. La obra que le catapultó a la fama fue “El señor de la svástica”, por la que ganó póstumamente el Premio Hugo en 1954.

Este es el planteamiento de la novela “El sueño de hierro” de Norman Spinrad. A la breve nota biográfica sobre Adolf Hitler, le sigue “El señor de la svástica”, que ocupa la mayor parte de la novela. Con gran ironía Spinrad ha ideado una historia que bien se le hubiera podido ocurrir a Hitler y que contiene todos sus fantasmas.

La novela transcurre en un mundo post-apocalíptico, en el que, como resultado de una guerra nuclear, los genes de la mayoría de las especies han sido corrompidos. La Alta República de Heldon, que está rodeada de Estados controlados por mutantes, aspira a mantener pura su herencia genética. Por desgracia, ese noble deseo es puesto en peligro por los “universalistas”, que son peones del siniestro Estado de Zind, que trata de corromper la herencia genética de Heldon. Zind está controlado por los dominadores que, bajo su apariencia humana, tratan de lograr el dominio universal mediante sus poderes telepáticos.

La novela comienza con la llegada de Feric Jaggar a su patria ancestral de Heldon, desde el lugar en el que su familia estaba exiliada. Jaggar se convierte en un líder de quienes quieren cambiar las cosas en Heldon. En su camino hacia el poder, Jaggar se encuentra con una banda de motoristas fuera de la ley, los Vengadores Negros. Comprendiendo que pueden ser unos aliados importante en su lucha, reta a su líder Stag Stopa, al que derrota con la Gran Cachiporra de Stag Held (ya sé que “cachiporra” suena raro como traducción de un objeto tan simbólico y creo recordar que en la traducción española lo tradujeron como “cetro”; no obstante, en el original inglés la palabra escrita es “truncaron”, cuya traducción más aproximada sería “porra de goma”), un objeto fálico que sólo puede ser blandido por un descendiente del último rey legítimo de Heldon. Victorioso, logra convertirse en el líder de Heldon y prepara una cruzada por la pureza genética. Entra en guerra con Zind. Viéndose derrotado, el dominador que lidera Zind hace estallar una bomba de cobalto que contamina a toda la nación de Heldon. Jaggar ordena que todos, incluido él mismo, sean esterilizados y que los científicos clonen a los especímenes perfectos del Escuadrón de la Svástica (SS, según sus siglas en inglés), organización que agrupaba a los hombres más masculinos y perfectos. Pronto aparece una nueva raza maestra de hombres de más de dos metros, rubios e inteligentísimos, a los que dirige el clon de Jaggar. Esta raza, que ha logrado dominar el viaje interestelar, se lanza a crear un imperio galáctico.

Lo mejor de la novela son los guiños del autor, a ver si el lector encuentra las referencias. Así, por ejemplo, Stag Stopa, el líder inicial de los Vengadores Negros, al que Jaggar tiene que purgar porque le gustan demasiado los placeres de la carne que Zind le pone en bandeja, es un trasunto de Eric Röhm, igualmente purgado e igualmente entregado a los placeres de la carne. La Alta República de Heldon, trufada de traidores y manipulada por los dominadores, es la República de Weimar. Zind, evidentemente, es la URSS y los dominadores son los judíos. Dos detalles graciosos de la novela: el papel de la Gran Cachiporra fálica y la ausencia del elemento femenino, que llega hasta el punto de que la nueva raza clonada está compuesta exclusivamente por hombres; no parece que nadie haya considerado necesario clonar a las mujeres.

Hasta ahí bien. Lo malo es que Spinrad escribió exactamente el tipo de novela barata que un mediocre Adolf Hitler hubiera podido escribir. “El señor de la esvástica” es infumable y cuesta leerla. Alguien dijo que ahí estaba la gracia de la historia. Si Spinrad hubiera atribuido a Hitler una novela bien trabada, se habría perdido toda la gracia del invento.

Para que se vea que lo de “infumable” no es prejuicio mío, transcribo un breve párrafo: “¡Mi comandante, mire!” Best gritó de repente, señalando a la avenida con el cañón de su subfusil. Una barricada tosca de vigas, cajas y todo tipo de basura y porquería había sido arrojada atravesando la calle para impedir el paso de motos. Tras ella estaba la horda descerebrada de una plebe sucia, patética, controlada por los Dom[inadores], armada con palos, cuchillos de carnicero, cuchillos y cualquier cosa que tuvieran a mano; esos desechos de ojos salvajes llenaban la calle tan lejos como podía verse. Revoloteando por encima de esta masa sórdida estaban los harapos andrajosos y grasientos que exhibían la estrella amarilla en un círculo, la bandera de batalla de los universalistas controlados por los Dom.

– No te preocupes, Best”- dijo Feric- nos desharemos de esa chusma.”

Aparte de una prosa mala de solemnidad, Spinrad introduce aquí y allá elementos de un homoerotismo fálico interesantes. La estética nazi, con sus cueros negros y su culto a los cuerpos masculinos musculosos, da mucho juego en los Días del Orgullo Gay. El siguiente fragmento podría caracterizarse como erotismo gore:

Avanzando lentamente, Feric blandió la Gran Cachiporra de Held a ritmo sostenido ante sí- derecha, izquierda, derecha- sin fallar un solo golpe o dar al Guerrero de ojos rojos la mínima posibilidad de golpearle a su espalda. A cada giro, uno o más Guerreros eran pinchados en el vientre, desparramándose su sangre y sus intestinos verdosos y babosos. Por momentos, la sangre en el eje resbaladizo de su arma mística bajaba por su brazo y bautizaba el cuero negro inmaculado de su uniforme limpio con los jugos vitales del enemigo.

Mirando a ambos lados, Feric vió a Best a su espalda, cerca, machacando a los Guerreros en un estado de abandono extático, sus ojos ardiendo con un fanatismo implacable y abnegado. A ambos lados de Best, motoristas de las SS altos y rubios, avanzaban contra el enemigo con un valor sobrehumano y el ímpetu verdadero de Helder.”

Spinrad añadió al final un análisis de la novela a cargo de un pedante Homer Whipple, que es lo más legible de la novela. Su objetivo era asegurarse de que incluso el más ignorante en Historia y el más patán de sus lectores se daría cuenta de que todo era una broma. El análisis de Whipple contiene una ironía dentro de la ironía. En palabras de Whipple, “desde luego, un hombre tal (Feric Jagger) podría conquistar el poder sólo en las fantasías extravagantes de una novela de ciencia-ficción patológica. Porque Feric Jagger es esencialmente un monstruo: un psicópata narcisista con obsesiones paranoides.” Por desgracia en la vida real Feric Jagger se llamó Adolf Hitler y sí que conquistó el poder.

A pesar de sus cautelas, Spinrad se encontró con una crítica en un fanzine que decía que se trataba de una aventura que le había gustado al crítico, aunque no entendía por qué Spinrad tenía que habérsela cargado con todo ese rollo sobre Hitler. El Partido Nazi de América puso la obra en su lista de libros recomendados, mostrando lo que siempre habíamos sospechado, que nazismo e inteligencia están reñidos.

Más allá de la obvia parodia de Hitler y del nazismo, la novela también ataca la ciencia-ficción pulp. A fin de cuentas, la historia atribuida a Hitler como escritor de ciencia-ficción no era tan diferente de muchas otras que se publicaban, con héroes muy masculinos, que eran como el superhombre de Nietzche con traje espacial, guiando a las masas, un subtexto racista y mucho maniqueísmo de buenos buenísimos combatiendo a malos malísimos.

Bueno, no sólo la ciencia-ficción pulp cae en esos defectos. Un autor, al que Isaac Asimov consideró en algún momento como uno de los tres grandes, Robert Heinlein, estaba imbuido de la mentalidad del macho alfa, de las bondades del militarismo y de la suerte de contar con un líder inmarcesible. Es más, en una entrevista reciente, Spinrad comentaba que la serie de “La guerra de las galaxias” cae también en muchos de esos tópicos: el héroe que guía, la distinción neta entre bien y mal, un racismo subliminal que no arregla la introducción tardía de un personaje negro y una asiática.

Quiero terminar con una frase de la crítica ficticia de Whipple que muestra la inmensa ironía con la que Spinrad juega tan bien: “… tenemos la suerte de que un monstruo como Feric Jagger permanecerá por siempre confinado en las páginas de la ciencia-ficción, el sueño febril de un escritor neurótico de ciencia-ficción llamado Adolf Hitler.”

 

Literatura

Tags

Emilio de Miguel Calabiael

Post más recientes