(La revolución azafrán)
Resulta interesante ver de qué diferentes maneras se cebó en estos tres cultos. En el caso de los nat, detuvo el programa de edificación de U Nu e hizo propaganda escrita y en películas, ridiculizando el culto a los nat y prohibiendo las películas en las que aparecieran de forma positiva. No obstante, el culto a los nat estaba tan enraizado, que apenas fue mellado. El pueblo birmano siguió adorándolos.
Para atacar al cristianismo insistió en su carácter foráneo (los misioneros cristianos habían tenido cierto éxito durante los tiempos de la colonia, sobre todo entre los animistas) y en que era un producto del colonialismo. Profesar el cristianismo convertía al interesado en un ciudadano de segunda. La actividad de las iglesias cristianas fue progresivamente restringida. Se atacaron las infraestructuras e instituciones cristianas: los hospitales y las escuelas fueron nacionalizados. El Ejército atacó zonas donde el cristianismo prevalecía como Chin, Kachin y Naga, y destruyó sistemáticamente iglesias y escuelas. Se censuraron metódicamente las comunicaciones de los misioneros y se limitaron los materiales que podían publicar. Finalmente, en marzo de 1966 se ordenó que todos los misioneros abandonaran el país.
El ataque contra el Islam fue aun peor. Los musulmanes fueron expulsados del Ejército y de la Administración. Los rohingyas se llevaron la peor parte, al no ser reconocidos como etnia que hubiera estado presente en el país antes de 1823. En 1978 se lanzó una operación contra ellos en la que se quemaron sus casas y se confiscaron sus documentos de identidad. El objetivo último era que los musulmanes abandonaran el país. En palabras de Ne Win: “¡No lloréis! Este no es un país musulmán. Este es un país budista. ¡Iros!”
Ne Win decidió envolverse también con el manto de protector del budismo, pero lo que hizo fue darle el abrazo del oso. Lo que quería era controlar la Sangha y que no le saliera contestataria. Ne Win reguló todo lo relativo a la Sangha (exámenes de entrada, disciplina, finanzas…). Infiltró a informantes en sus filas. A los monjes que consideraba desleales los silenció y los secularizó. Utilizó las donaciones y los regalos como medio para asegurarse la lealtad de los monjes veteranos y hacer que éstos controlasen a los más jóvenes. Creó el Comité Mahanayaka de la Sangha Estatal para controlar y regular los asuntos monacales, bueno para eso y para microgestionarla.
Una parte considerable de los monjes no se dejó comprar y entendió que debía de intervenir en política en defensa de valores tales como los DDHH. Un momento en el que pudieron demostrarlo fue 1974, cuando los restos mortales de U Thant, un hombre de gran prestigio que había sido secretario general de NNUU, volvieron a Myanmar y hubo que organizarle un funeral. Inicialmente el gobierno trató de ignorarlo, pero la presión de la calle fue tan intensa, que Ne Win tuvo que aceptar dar a sus restos un funeral de Estado. En estas protestas los monjes jugaron un importante papel. No sería la última vez. En las grandes protestas de 1988 y, después, en las de 2007 tendrían un papel destacado. Una manera peculiar de protestar fue negarse a recibir limosnas de los militares y de sus familias, impidiéndoles de esta manera hacer méritos. La generosidad,- manifestada entre otros modos mediante las limosnas a los monjes-, es una virtud muy exaltada en el budismo theravada. Tal vez sea la única virtud que está realmente al alcance de todos.
La rebelión de 2007, denominada “la revolución azafrán” por el color de las túnicas de los monjes, merece que le dediquemos una atención especial. En esta ocasión los monjes no fueron meramente unos acompañantes de las protestas, sino que fueron sus iniciadores. La mala gestión de la economía por parte del régimen, agravada por la retirada de los subsidios recomendada por el FMI, llevó a una disminución de las limosnas que puso a los monjes en contacto con el sufrimiento de la gente de a pie y el deterioro de su situación. Sterken define esta revolución como “un movimiento no-violento para intervenir en la crisis y promover la disrupción del orden social existente impuesto por el Ejército”. Una medida de los monjes muy significativa para el budismo birmano fue que rechazaron las limosnas de los militares y sus familias.
El 24 de septiembre los líderes monacales U Gambira, U Vicitta, U Obhasa y U Padaka y varios millares de monjes más, junto a 100.000 ciudadanos se manifestaron en las calles de Yangón. Hay que pensar en el valor de los manifestantes. 20 años antes el Ejército había reprimido las manifestaciones a sangre y fuego causando varios miles de muertos (aún hoy no esta clara la cifra exacta). Los manifestantes pedían democracia, Derechos Humanos y un cambio en la gestión de la economía. Los militares respondieron haciendo raids en los monasterios de los monjes protestatarios.
Irónicamente, el proceso democratizador iniciado en 2010 generó problemas que no se habían anticipado. El principal fue la aparición de un budismo ultrarradical, el movimiento Ma Ba Tha (el acrónimo en birmano de “protección de la raza y la religión”), que luego se redenominaría “Fundación Buda, Dhamma, Prahita” y cuya figura más visible era el monje U Wirathu. Una de sus ideas base era que el Islam era un peligro para Myanmar y ponían como ejemplo países como Indonesia o Asia Central que en su día habían sido budistas y ahora eran musulmanes. El Ejército los miraba con simpatía e incluso les proporcionó financiación. y los monjes reciprocaron recomendando a los ciudadanos que no votasen a la Liga Nacional para la Democracia de Aung San Suu Kyi en las elecciones de 2020. La propaganda vitriólica del Ma Ba Tha tuvo mucho que ver con los ataques contra los musulmanes que se produjeron a partir de 2012.
Ma Ba Tha también jugó un papel en la aprobación de las Leyes para la Protección de la Raza y la Religión. Las leyes estipulan, entre otras cosas, la notificación y registro de los matrimonios entre mujeres birmanas y no-budistas, a los cuales además se les imponen una serie de deberes. En determinadas zonas se podrá exigir a los no-budistas que espacien los nacimientos tres años. Se restringen significativamente las conversiones del budismo a otra fe imponiendo un procedimiento administrativo laborioso. La homosexualidad se prohíbe, aunque aquí los birmanos simplemente están recuperando lo que era la práctica del imperio británico.
La conclusión de Sterken es que mil años de protección estatal han corrompido el budismo birmano. Las consecuencias han sido el monopolio religioso del budismo theravada, la corrupción de la Sangha, la represión de las minorías religiosas, el conflicto perpetuo entre la religión monopolista y las demás y la perversión y corrupción de la verdad.
El libro de Sterken es notable porque aborda un tema,- el de la corrupción de la Sangha birmana por su cooptación por el poder-, del que no hay tanto escrito. Ahí terminan sus bondades. Es un libro increíblemente repetitivo y que deja fuera muchos asuntos o los toca de puntillas. Así, no dice nada sobre la relación entre budismo y poder entre el rey Anawrattha y la llegada de los británicos y sobrevuela con demasiada rapidez los tumultuosos años 30 y la lucha por la independencia.
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