En los primeros años del siglo XX, China estaba en efervescencia. La dinastía Qing ya no daba más de sí. La desafección de la población era cada vez mayor. La gente sabía que China debía tomar un nuevo rumbo. Pero, ¿cuál? Y en el proceso, ¿qué hacer con la tradición milenaria que había sustentado el sistema político y la sociedad hasta entonces?
La primera solución a la gobernabilidad de China tras la caída de la dinastía Qing fue una salida en falso. El poder quedó en manos de Yuan Shikai, un general marrullero que se acercó a los republicanos de Sun Yat-sen, los traicionó e intentó hacer algo tan inverosímil como restaurar el imperio con él como emperador. Su muerte por motivos naturales en 1916 le salvó de hacer un ridículo espantoso o algo peor.
Aunque Yuan Shikai había sido un político artero y maniobrero, su muerte dejó un vacío que resultó difícil de llenar. La prueba es que necesitaría muchas páginas para describir los acontecimientos políticos que ocurrieron en China entre 1916 y 1928. O, mejor, los puedo resumir con una sola palabra: el caos.
A nivel intelectual, lo más importante que ocurrió en esos años fue la manifestación del 4 de mayo de 1919, en el que unos 3.000 estudiantes marcharon por las calles de Pekín para protestar por las decisiones pro-japoneses adoptadas en Versalles. El Partido Comunista Chino considera ese movimiento su acta de nacimiento.
El gran protagonista de los inicios del marxismo en China fue el biblitecario jefe de la Universidad de Pekin, Li Dazhao. Li pensaba que la revolución bolchevique era un modelo para China de cómo un país atrasado podía entrar en la modernidad, convirtiéndose en su vanguardia, y, además, crear una sociedad justa. Li atrajo a sus ideas al decano de la Universidad, Chen Duxiu, y entre ambos comenzaron a diseminar las ideas comunistas tanto mediante grupos de estudio como mediante la revista reformista Nueva Juventud.
Li es casi desconocido fuera de China. Sin embargo, sus ideas tendrían una influencia determinante sobre el curso que tomaría después del PCCh. Su aportación más sobresaliente fue su afirmación de que la revolución en China debería hacerse en el campesinado. No olvidemos que para el marxismo clásico la clase revolucionaria por excelencia era el proletariado urbano. Li incitaba a los estudiantes a dirigirse a las zonas rurales para trabajar con el campesinado, algo que mucho más tarde ordenaría Mao Zedong durante la Revolución Cultural.
Las actividades marxistas de Li y sus adláteres llamaron la atención del Komintern, que mandó a dos de sus agentes para que ayudaran a la creación del PCCh. El 23 de julio de 1921 el PCCh fue creado en la concesión francesa de Shanghai. Su primer Secretario General fue Chen Duxiu. Sus miembros iniciales procedían sobre todo de la intelectualidad; la presencia de obreros era muy escasa y la de campesinos inexistente. El partido siguió el esquema clásico de los partidos comunistas: la dirección muy centralizada mandaba sobre el partido y el resto de la organización trataba de movilizar a las masas.
Una desgracia para el incipiente PCCh fue que Moscú estaba jugando a dos barajas. Al tiempo que les ayudaba a constituirse en partido se aliaba al Kuomintang (KMT) de Sun Yat-sen. La naciente Unión Soviética necesitaba aliados que le permitieran romper el cordón sanitario que Occidente le quería imponer. El KMT, nacionalista, antijaponés y con un ala izquierdista de simpatías socialistas, le venía como anillo al dedo. El Komintern empujó al PCCh a aliarse con el KMT. El cálculo era que eventualmente el PCCh se hiciera con el poder desde dentro del sistema. Un cálculo tan maquiavélico como errado: al PCCh le faltaba la fuerza suficiente como para desplazar al KMT con unas mínimas garantías de éxito.
Lo equivocado de la estrategia se puso de manifiesto cuando el general derechista Chiang Kai-shek se hizo con el control del KMT en 1925. Pronto las tensiones entre el PCCh y el ala izquierdista del KMT por un lado y el ala derechista del KMT escalaron. Tras haber expulsado a los asesores soviéticos, en la primavera de 1927 Chiang rompió con el PCCh y lanzó una campaña para aniquilarlo, cuyo episodio más famoso, que André Malraux retrató en su novela “La condición humana”, fue el aplastamiento de las milicias comunistas en Shanghai.
De este episodio, yo sacaría dos lecciones: no sobreestimes tus fuerzas, como el PCCh había hecho, y no te fíes de hermanos mayores extranjeros cuyos intereses puede que no coincidan con los tuyos. Lo de “consejos vendo y para mí no tengo” se repetiría muchas veces en la historia del PCCh. Los grandes problemas en la colaboración entre el Komintern y el PCCh fueron: 1) Para el Komintern la prioridad eran los intereses geoestratégicos de la URSS y si hacía falta, se sacrificaba al PCCh, como ocurrió en 1927; 2) Imbuidos de unos paradigmas leninistas que se aplicaban mal a China, los agentes del Komintern no acababan de entender la situación en la que tenían que desenvolverse en China; 3) Otro tanto ocurría en Moscú, que aplicó esquemas simplistas a lo que ocurría en China, y pocas veces prestó atención a sus agentes sobre el terreno cuando le decían lo que no quería oír.
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