Las sombras de Katyn, el genocidio de 22.000 polacos cometido por los soviéticos en 1940, han vuelto a aparecer en Bucha, Mariupol, Kramatorsk y otros pueblos de Ucrania, invadidos por el gobierno ruso de Vladimir Putin.
Los asesinos seriales tienden a repetir el método cuando matan a sus víctimas. Y en el caso de genocidios y matanzas colectivas también se reproduce el mismo patrón criminal aunque el tiempo y la geografía borren las distancias del mismo verdugo nacido en el mismo país.
El asesinato en masa de oficiales del ejército, policías, intelectuales y civiles polacos, fue uno de los crímenes más crueles y brutales ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial en la localidad de Katyn, cerca del oblast ruso de Smolensk, y perpetrado por la policía soviética secreta, NKVD, de esa época.
El jefe de la sanguinaria NKVD, Lavranti Beria, era el ejecutor de las órdenes de exterminio que firmaba Iosif Stalin. “Fue una masacre planificada por los soviéticos pero llevada a cabo con armas alemanas tipo Walter para culpar a los nazis”, dice History National Geographic.
El régimen de Stalin ocultó durante varios años el genocidio de Katyn. Su justificación era la limpieza étnica e ideológica de los polacos y de una manera culpar a la Gestapo que dominaba la región hasta que en marzo de 1943 los polacos y alemanes descubrieron en el bosque de Katyn las fosas comunes e identificaron los cuerpos de los primeros 4.000 oficiales polacos.
Por supuesto, el régimen soviético siempre negó los crímenes de guerra de Katyn y reprimió con mano dura a los soldados del ejército rojo que se atrevieran a delatar las ejecuciones de los prisioneros polacos, cuyos cuerpos fueron hallados con un tiro en la nuca, la cabeza tapada y las manos maniatadas con cintas blancas en las fosas de exterminio.
La masacre se repite
Unos 82 años después las huellas de Katyn afloran en muchos poblados y ciudades de Ucrania, bombardeadas por el ejército ruso. Hace quince días descubrieron tirados en las calles de Bucha y en fosas comunes a 410 cuerpos de ucranianos civiles ajusticiados con la cabeza tapada y las manos amarradas con cinta blanca. La cifra aumentó a 900 personas ajusticiadas en las recientes investigaciones.
Y en las ciudades de Mariupol y Kramatorsk los militares rusos han acelerado las matanzas de civiles con la puesta en marcha de crematorios móviles para no dejar huellas de su exterminio. A Rusia le sobra el gas que ahora no lo puede exportar a Europa y prefiere gastarlos en quemar los cuerpos para no dejar evidencias de sus atrocidades para librarse del holocausto ucraniano que ha iniciado. Ya se habla de más de 10.000 ucranianos ajusticiados.
Los asesinatos en masa contra los ucranianos siguen su curso desde el 24 de febrero cuando comenzó la invasión de Putin. No es casual que el ex director de la KGB en Alemania, la policía secreta que sustituyó a la NKVD de Beria, sea un simpatizante inconfeso de Stalin y le siga los pasos de las matanzas de sus vecinos con fines territoriales expansivos.
La clave utilizada por Stalin y Putin, ambos cabezas imperialistas de la misma Madre Rusia pese a la diferencia generacional pero no al método de exterminio y sus objetivos, es negar su vinculación en los genocidios y culpar a otros de los crímenes de guerra para evadir su propia responsabilidad, una estrategia ya gastada y harta conocida por la humanidad entera en casi un siglo.
Y sus vástagos políticos en América Latina: Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel Ortega en Nicaragua y Díaz Canel en Cuba le siguen a pie juntillas las líneas del imperialismo ruso . Y si se resbalan o se rebelan ya saben lo que les espera. Los rusos son unos maestros en amenazas, coacciones y envenenamientos contra individuos o en masa desde la época de los zares. Su última carta es la nuclear. Rogamos a todos los dioses que no la saquen porque son capaces de todo con tal de imponerse.
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