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Blogs Barrio de las letras por Pedro Víllora

“La jaula de las locas”, un éxito de Àngel Llàcer

Pedro Víllorael

Para un niño homosexual, crecer en una familia ultraconservadora puede ser una verdadera desgracia. Quizá no en todos los casos y quiero creer que cada vez menos sea así, pero no cuesta nada imaginarse el dolor interno de quien, sintiéndose diferente, escucha en su niñez expresiones cargadas de homofobia o tiene que acompañar a sus padres o tutores a reuniones donde se cuestiona la expresión libre de los afectos, se niega la condición de matrimonio de las uniones entre personas del mismo sexo o se excluye la posibilidad de que haya más modelos familiares que el establecido por la tradición. Ese niño puede crecer creyéndose enfermo, obligado a callar sus auténticos sentimientos, incapaz de comunicarse desde la sinceridad con su entorno inmediato, asumiendo roles sociales falseados y abocándose, en fin, a una doble vida con su consiguiente doble moral. Es de suponer que los padres que llevan a sus hijos a ese tipo de encuentros de carácter ultraconservador y homófobo no imaginan el daño que están haciendo a sus hijos, homosexuales o no.

En La jaula de las locas, formidable musical de Jerry Herman y Harvey Fierstein, aparecen dos modelos de familia reales. George y Albin son dos homosexuales con un hijo heterosexual, Jean-Michel, ennoviado con la hija de un diputado ultraconservador, Dindon, y su discreta y algo sumisa esposa. No sabemos mucho de la novia, pero se percibe que la infancia de Jean-Michel ha sido mucho más feliz y, desde luego, más abierta a la diversidad. Fruto de la breve relación de George con una bailarina que pronto se desentiende de la criatura, Jean-Michel ha sido criado por un Albin que asume con gusto el papel de madre. Desde cierto punto de vista, la relación de Albin y George reproduce el estereotipo femenino-masculino más tradicional y que dista de ser unánime hoy día, lo cual delata las más de cuatro décadas que han pasado desde que Jean Poiret estrenase en 1973 el texto original en el que se basan no solo este musical sino varias películas. No obstante, esa división de roles es idónea para cuestionar la idea extendida en redes sociales de que la homosexualidad deba ser necesariamente transgresora, e incluso “progresista”. ¿Son George y Albin progresistas? No lo sé, pero quizás no: tienen un negocio propio, capitalista… un cabaret encima del cual viven en una casa más o menos lujosa y con servicio; se mueven en un entorno de restaurantes de fama en la Costa Azul y tratos de favor… No se dice nada de su ideología, aunque diría que son liberales. Pero incluso podrían ser conservadores con un claro sentido de las libertades individuales y colectivas. Y eso es interesante para contrastarlo con Dindon. Un conservador moderado, y aún más un liberal, verá con disgusto el intento de que el Estado intervenga en la moral, promoviendo cierta normatividad en la promoción de valores colectivos e impidiendo la expresión de creencias personales no sujetas a esa norma. Pero Dindon, como buen radical (ultraconservador en este caso, pero podría ser ultraizquierdista), cree que la esfera de lo público debe intervenir en el ámbito privado, condicionándolo en función de parámetros únicos. Y eso es lo que ha hecho con su familia y aspira a hacer para el conjunto de la sociedad desde su tribuna política.

La jaula de las locas es una apuesta por el desenjaulamiento, por la individualidad frente al gregarismo, por el derecho de ser distinto o hasta igual a los demás sin por ello ser juzgado. Es un espectáculo que cuenta con un texto entretenido y una música inspiradísima; pero esas bazas no serían ganadoras si se hubiesen llevado hacia la zafiedad, el dogmatismo o el cutrerío. Este musical que acaba de estrenarse en el Teatro Rialto es un producto de auténtico lujo dirigido con mimo exquisito por un Ángel Llàcer que sabe explorar los límites del buen gusto y hacerlos avanzar poco a poco sin nunca despeñarse. Su sentido del ritmo escénico hace que pase de lo íntimo a lo espectacular, de lo cómico a lo farsesco, sin apenas transición, garantizando una emoción creciente que culmina en sendos finales de acto enérgicos, vibrantes y a la vez conmovedores. Ha tenido el acierto de rodearse de profesionales extraordinarios: la dirección musical del también televisivo Manu Guix conjuga las miniaturas del recuerdo sentimental con la brillantez evocadora del gran Broadway; la coreografía de Miryam Benedited encuentra el acomodo perfecto en un cuerpo de baile que apuesta por la diversidad de físicos, la escenografía de Enric Planas, el vestuario de Míriam Compte, la iluminación de Albert Faura, el sonido, la caracterización, la peluquería… Todo es de primera, y hasta ha tenido la astucia de contar como director adjunto con ese gran especialista en musicales y movimiento que es Joan Maria Segura.

Con todo su arsenal de lentejuelas y marabúes, La jaula de las locas es una obra de personajes, y por tanto de intérpretes. Àngel Llàcer es una delicia en sí mismo: coqueto, picarón, adorable… llena de embrujo a un Albin que jamás es grotesco en sus manos. Es una estrella: lo sabe, lo confirma y lo merece. Iván Labanda sobresale en el difícil papel de Georges, que es donde se juega el cuestionamiento de la virilidad y, por consiguiente, la puesta en valor (y en solfa) de los patrones de comportamiento. Es encantador, risueño, contemporizador, y logra engrandecer un personaje que, siendo protagonista, podría quedar opacado por los excesos llamativos de Albin. Mi enhorabuena a ambos.
Y si enormes son los protagonistas, otro tanto podría decirse de los secundarios. Aunque todos son dignos de mención, solo diré algo del Dindon de José Luis Mosquera: desde su aparición caracterizado como el clon del líder de un partido ultraconservador español, Mosquera clava el tipo y trasciende su propia apariencia para mostrar las carencias de todo aquel que solo se escucha a sí mismo. Muy buen trabajo el suyo.

La jaula de las locas cumple el sueño de muchos amantes del teatro: es divertida a la vez que seria, lujosa sin apabullar con efectos especiales, aparentemente frívola pero con un mensaje trascendente y actual, con un acabado excepcional y un futuro esplendoroso. Según informa su página web, lajauladelaslocas.es, la edad mínima recomendada para verlo es de doce años. Pues ojalá haya muchos padres que lleven a sus hijos adolescentes a esta lección de cómo aprender a crecer libres.

@Pedro_Villora

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