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Unas humillaciones para empezar el curso

Daniel Tercero el

Pasa la Diada y empieza la temporada política, que en Cataluña va ligada al inicio del curso escolar. Todos pendientes de Quim Torra, quien lleva desde finales de enero con la legislatura acabada, finiquitada y desacreditada –según él, por culpa de ERC– y pensando en la fecha electoral desde entonces. Su anuncio lo vinculó a la aprobación de las cuentas autonómicas, primero, y luego se excusó en el Covid-19. Se puede decir, sin riesgo a la equivocación, que Torra es un hombre sin palabra. En otros tiempos, esto era lo más grave que se podía decir de un representante político. Hoy, no es más que una anécdota, un simple apunte a pie de página de uno de los periodos más tristes de la historia de Cataluña. Suena el próximo febrero. Como podría sonar diciembre de 2021 si Carles Puigdemont pone encima de la mesa de ERC repetir la operación de inicios de 2018 para, primero, intentar una investidura a distancia y luego, como alternativa, el nombre de otro vicario que haga de puente hasta que Junts acabe con el PDECat. ¿Y Artur Mas?

Mientras tanto, el verano nos ha regalado unas cuantas humillaciones. Especialmente las que encajan a la perfección en la segunda acepción del término, según el DRAE: “Abatir el orgullo y altivez de alguien”. Tres, a modo de ejemplo. Sonoro ha sido el caso Messi. Es fútbol, pero en Cataluña todo es política. Un defraudador fiscal y condenado por la Justicia. Condecorado por la Generalitat con la Cruz de San Jordi y al que alguno le hubiera regalado –tal y como dejó alguien negro sobre blanco para la historia– la Sagrada Familia. Da gusto regalar las cosas que no son de uno. Messi humilló a la empresa que le paga religiosamente cada mes. Pero más humillante es aceptar que se queda un jugador de fútbol en un club del que está deseando salir. Eso sí, sin perder un euro. Dicen que gana 50 millones de euros al año, tras el pago de los impuestos correspondientes. Y tiene una cláusula de indemnización de 700 millones de euros. Se irá gratis en menos de diez meses. Acorde con los tiempos.

La segunda humillación tiene nombre femenino. Lorena Roldán. No será candidata a presidir la Generalitat. Un año le ha durado el sueño. En julio de 2019 se cerró la operación –bajo la apariencia de unas primarias– para sustituir a Inés Arrimadas, que dio la espantada y se fugó a Madrid un año y medio después de ganar las elecciones al Parlamento autonómico. Era la primera vez que una formación no alineada con el nacionalismo catalán vencía en las urnas (regionales) en Cataluña. Aquel aval se esfumó y se buscó un clon de Arrimadas, como si en realidad diera igual el color de la chaqueta que llevase la candidata de Ciudadanos. Mercadotecnia en estado puro. Un desastre, como se ha visto. La idea fue de Albert Rivera. Tras su salida de la política, Roldán tenía los días contados. Y más, todavía, si el sucesor de Rivera era la misma Arrimadas. Así las cosas, qué mejor que un mediados de agosto para acabar con Roldán. Ni primarias ni consulta a la militancia. Carlos Carrizosa, que ya era el líder de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña –lo que suponía, en sí mismo, una humillación para Roldán–, se ha convertido en el candidato a presidir la Generalitat. El volantazo busca minimizar al máximo la pérdida de votos y escaños en la próxima cita electoral. Ahora, Ciudadanos tiene 36 escaños y más de un millón cien mil votos. La dirección catalana de la formación naranja firmaría quedarse con 20 escaños y superar el medio millón de votos. Intentarían vender este resultado como un éxito, cuando sería uno de los mayores fracasos de la política regional, casi comparable al protagonizado por Mas y su cartel de Moisés en 2012. De aquí que surja una duda al respecto. ¿Por qué acepta Carrizosa pasar como el líder de Ciudadanos que asumirá tal debacle electoral? Y una cuestión de fondo: no hay banquillo, no hay cantera. Entre la trituradora política que es Cataluña y el efecto “vámonos de aquí” del constitucionalismo –esto no es exclusivo de Ciudadanos– no se vislumbra un recambio que mejore lo presente… que ya es decir.

A Messi y Roldán, cada uno a su manera, se ha sumado Torra en esto de las humillaciones. O Puigdemont, que es lo mismo. Entró septiembre en nuestras vidas –estamos a ocho días del final del verano– y a Torra le dio por destituir a los consejeros del PDECat que formaban parte de su gobierno y no se alineaban a pies juntillas con el movimiento creado por el de Waterloo. Una declaración de guerra. Suena Àngels Chacón como candidata del PDECat, si este partido, finalmente, aguanta el pulso de Puigdemont. Torra fulminó a Chacón y puso a Ramon Tremosa en su lugar. Tremosa, el hombre fake news por excelencia. Un friki en Europa. Se estrenó como consejero autonómico cargando contra Pere Aragonès (ERC), vicepresidente de la Generalitat y consejero de Economía y Hacienda. Una humillación tras otra. Y ahí siguen, el PDECat y ERC, subordinados al movimiento de Junts. Puigdemont no es ni tan débil como se le presenta ni tan imprudente como parece. Ni tan poco pragmático. Lo explica Toni Aira en L’altra guerra de successió (Los Libros de la Catarata, 2020). El expresidente de la Generalitat sigue teniendo el poder (listas electorales, gobierno…) y se ha configurado un hiperliderazgo y una épica insuperables. La humillación es, simplemente, el precio que ha de pagar el PDECat para existir.

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