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Blogs El pintor de batallas por Augusto Ferrer-Dalmau

Diego de León “La primera lanza del reino”

Diego de León “La primera lanza del reino”
Augusto Ferrer-Dalmau el

 

Por D. Miguel Angel Perez Rubio

A los espadones militares del siglo XIX les faltó una lanza, “La primera lanza del reino”,  la lanza del espíritu jinete, la lanza del coraje, del valor,  del romanticismo español. Esta lanza murió el 15 de octubre de 1841, cuando el teniente general Diego de León y Navarrete,  dio  la voz de fuego al pelotón de granaderos que le tenía que  fusilar; “No tembléis soldados, al corazón”. El espíritu jinete, “Espíritu de la caballería, hecho de audacia y abnegación, sacrificio y disciplina, no morirá jamás, porque es el alma misma de la caballería y el alma es inmortal”. Ese espíritu quedó impregnado en su uniforme de coracero, de lancero y de húsar, siempre a lomos del noble animal.

 

 

El coraje se perdió en las cargas de caballería, temerarias, brillantes, más que su coraza, su sable  o sus condecoraciones, donde sembró con él los campos de Navarra, de Asarta o Los Arcos, atacando por el flanco derecho al enemigo y  derrotándole tras  cinco cargas sucesivas con su escuadrón de lanceros. El valor se olvidó en las tierras de Belascoáin, consiguiendo victorias en las que nadie creía, conjugando estrategia, temeridad e inteligencia con los húsares de la princesa que “no retroceden jamás ante el enemigo”. El espíritu romántico mancillado, traicionado por los mezquinos intereses del hombre,  se reflejaba en el corazón  de sus soldados. “Tenía fe en ellos y estos le amaban, le miraban como la bandera que siempre caminaba por la senda de la gloria”.

 

Carga Carlista, Lanceros de Navarra

Esta lanza, la primera del reino, no está en el cuadro, se quebró, quedó hecha astillas,  como la de Alonso de Quijano al enfrentarse a los molinos. Sable en mano,  caballo al galope,  el joven  “León”,  comandante del 3º escuadrón de lanceros de la guardia real en la batalla de Los Arcos,  aparece como un espectro entre la niebla, con fuerza y vigor, los ojos del jinete y del caballo fuera de sus órbitas, no se detiene, el espectador tiembla pero… es demasiado tarde, es la última carga, la definitiva, la victoria está servida. Cuántas páginas de la historia no se han escrito por faltar una lanza entre tanta espada, Espartero, Narváez, Serrano, O´Donnell, Prim y Domingo Dulce, compañeros todos de armas, espadones militares,  no perdieron la vida defendiendo sus ideales.

 

Lanceros de Diego de León en la Primera Guerra Carlista 

Augusto Ferrer Dalmau, recupera hoy su memoria, nos  demuestra que tampoco la lanza embota el pincel. Presenta a un joven comandante que luce uniforme de lanceros de la Guardia Real de Isabel II  luchando en la guerra contra el pretendiente Carlos. Cerca  están las glorias y los laureles, lejos todavía las intrigas de palacio, las luchas por el poder, los celos, las conspiraciones, las traiciones. Todas estas emociones vibran en los pinceles de Augusto que sujeta un sable entre sus manos para evocar las mismas sensaciones y transportarlas al lienzo. Afila los pinceles para perfilar los destellos del sol rafagado en el mascarón del Chapska,  inunda la paleta de rojo bermellón para reflejar el color de Castilla, de España, de la pelliza con la que muere fusilado. El azul turquí junto al galón plateado, adornado con flor de lis, contrasta con fuerza, representa la lealtad y la fidelidad a la corona de las guardas de los primeros Borbones.

 

Diego de león cuando fue Coronel de Húsares de la Princesa

Seguro que Diego de León, ya sin lanza, en esta última carga tenía miedo, pero no tembló. Caballo y jinete se dirigen al espectador para recordarnos que han existido soldados que han luchado por sus ideales  y perdido la vida por su patria, tan ingrata en tantas ocasiones para con sus hijos.

Aún resuenan sus últimas ordenes al pelotón que le fusiló

No muero como traidor ” “No tembléis soldados, al corazón”

 

 

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