En los temas que habitualmente publicamos en ABC.es sobre las gestas de los ejércitos del Imperio español, en concreto de los Tercios de Flandes, se repite entre los comentarios casi siempre la misma reclamación: en realidad, la mayoría de soldados de esta infantería legendaria eran extranjeros. Aunque el objetivo de estos comentarios suele ser restar importancia a sus gestas, tienen gran parte de razón. Es cierto que la mayoría de soldados eran alemanes, valones e italianos, pero no solo de cifras vive el hombre. El primer error y más común es usar el concepto de Tercios de Flandes para referirse de forma genérica solo a los españoles, puesto que, además de los numerosos alemanes mercenarios que integraban los ejércitos, otros vasallos del Rey español (como los italianos y valones) llegaron a encuadrarse como tercios.
La llamada ordenanza de Génova (1536) en su tercer párrafo menciona por primera vez la palabra tercio, la unidad que vertebraba los ejércitos imperiales, y da instrucciones sobre su estructura y sus requerimientos de pago, aunque es posible que el origen de la infantería se remonte a 1534 cuando Carlos I de España dio orden de reorganizar las compañías que la Corona española mantenía en Italia desde tiempos del Gran Capitán. No en vano, sigue sin conocerse cuál era el origen del nombre de tercio con el que fueron bautizadas estas unidades. Se cree que su nombre hace referencia a que los tercios estaban conformados por 3.000 hombres, pese a que rara vez se cumplía este patrón, o bien al hecho de que los soldados se repartían originalmente en tres grupos: un tercio armado de picas, otro de escudados, y un tercero con ballesteros.
Sobre el papel, cada tercio estaba conformado por entre 2.500 a 3.000 soldados –aunque la cifra solía ser muy inferior– bajo el mando de un solo maestre de campo, nombrado directamente por el Rey, que era capitán efectivo de la primera compañía de las doce disponibles. Segundo en rango estaba el sargento mayor, que, además, era capitán de la segunda compañía. El resto de las compañías, cada una de 250 soldados, estaba a las órdenes de distintos capitanes. Al alistamiento efectuado por cada capitán se presentaban antiguos veteranos, labriegos, campesinos, hidalgos, etc. Las únicas restricciones quedaban reservadas a los menores de 20 años y a los ancianos, frailes, clérigos o enfermos contagiosos. Fuera de nuestras fronteras, la principal exigencia era que fueran católicos.
Además de los procedentes de la Península Ibérica, con una aplastante proporción de castellanos, las principales regiones que integraban los ejércitos españoles que tomaron parte en la guerra de Flandes eran valones (los soldados católicos de los Países Bajos), alemanes e italianos. El cronista Zubiaurre describió a los valones como «buenos soldados y los más baratos». De los alemanes se elogiaba que eran pacientes y dispuestos en tareas de fortificación, pero se criticaba su carácter mercenario y su falta de espíritu en los asaltos. Un experto de la guerra como era el Gran Duque de Alba reclamó para la conquista de Portugal en 1580 que Felipe II mandara más alemanes: «Italianos, por amor de Dios, Su Majestad no envíe más que será dinero perdido; alemanes… aunque se vendiese la capa es necesario traerlos». La opinión sobre éstos cambió con la etapa de Alejandro Farnesio como gobernador de Flandes, mitad español y mitad italiano, quien puso en alza el valor de los soldados italianos en los ejércitos del Rey. Bien es cierto que su fidelidad al Imperio español estaba más garantizada que en el caso de otras nacionalidades, puesto que en el caso de los sicilianos, los napolitanos y los procedentes de Lombardía se trataban de súbditos de esta Corona. Borgoñeses, ingleses católicos (el hombre que intentó volar el Parlamento, Guy Fawkes, combatió con España), escoceses, irlandeses, suizos, húngaros, portugueses y albaneses también alimentaron la infantería española.
Muchas de estas tropas llegaron a organizarse a imitación de la infantería castellana como «Tercios de Naciones», como es el caso de los italianos en la década de 1580 y los valones a principios del siglo XVII. Así, diferentes estudios han puesto de relieve que los españoles representaron solo el 16,7 por ciento de media de los soldados que lucharon bajo el reinado de Carlos I. En lo referido a los ejércitos que tomaron parte en la guerra de Flandes desplazados desde Italia, ya en el reinado de Felipe II, un 14,4 por cierto eran españoles. Los problemas demográficos de Castilla, no obstante, disminuyeron aún más el porcentaje de españoles avanzado el siglo XVII. En la batalla de Nördlingen, Felipe IV financió un ejército de 12.000 hombres que fue recibido con vítores de «¡Viva España!» por las fuerzas alemanas de Fernando de Hungría, aunque, en realidad, solo 3.200 eran españoles (cerca del 7 por ciento del total de las fuerzas imperiales).
Más allá de las cifras en sí, los españoles conformaban la élite dentro del ejército imperial, para quienes quedaban reservadas las posiciones más expuestas en batallas y asaltos, donde más peligro se corría pero también donde era más probable destacar. En tanto, sus habilidades en el combate (todas las fuentes del periodo, nacionales y extranjeras, dan fe de su superioridad) hacían merecedores a los oficiales y soldados de estos privilegios. «Es costumbre inmemorial de la guerra de Flandes, entre los capitanes de naciones gobernar siempre el capitán español, y entre los maestres de campo, no consentir ser gobernados sino de su nación», explica un cronista del periodo. Sin ir más lejos, de las 104 compañías valonas que sirvieron en los tercios durante la guerra de Flandes 38 de ellas estaban bajo el mando de oficiales españoles.
En este sentido, los soldados españoles se mostraron siempre muy puntillosos a la hora de exigir el cumplimiento de estas ventajas. El Rey Felipe III en una carta al general Ambrosio de Spínola le reprendió que se «había espantado mucho» al tener noticia de que un tercio de italianos se había adelantado en un ataque a uno de españoles, sin que este tuviera ocasión de ir en vanguardia. El asunto alcanzó tal grado de importancia como para que el maestre de campo del tercio italiano fuera arrestado y se viera obligado a demostrar que los españoles no habían cumplido el horario previsto. Si bien es cierto que las unidades de vanguardia eran las primeras en entrar en acción, con lo que eso conllevaba en un periodo de cruce de aceros, también es verdad que así estaban menos tiempo expuestos a los disparos de la artillería enemiga.
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