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Blogs La viga en el ojo por Fredy Massad

Entrevista a Emilio Lara

Autor de Los Colmillos del Cielo

Entrevista a Emilio Lara
Fredy Massad el

En su libro Los colmillos del cielo. Utopías y desengaños de la historia, Emilio Lara realiza una revisión histórica de algunas de las utopías más relevantes, desmontando la visión romántica o naif que se tiene sobre el concepto de “utopía”. Con este ensayo riguroso de lectura amena, Lara pone en duda estos perfectos mundos alternativos en los que, con excepciones, siempre quedaban abolidas de hecho libertad e individuo.

Aunque no sea un tema que Lara aborde en él, a la luz de su análisis de esas utopías pretéritas, puede resultar inevitable para algún lector de este libro -como quien esto suscribe- preguntarse si el wokismo es la gran utopía de nuestra época: una religión laica, basada en dogmas férreos, cuya obsesión es reescribir la historia y que va en pos de una sociedad supuestamente bondadosa y perfecta, cuya uniformidad y pureza ideológica busca lograr mediante la agresiva cancelación de cualquier disidente.

 

El concepto “utopía” tiende a tener connotaciones positivas. Sin embargo, al concluir la lectura de tu libro surge la profunda duda acerca de cuán deseables son esas idealizaciones y, aunque no la expresas abiertamente, queda sobreentendida tu opinión en torno a ellas.

Es cierto. La palabra “utopía” implica algo ideal, dichoso. Al escuchar la palabra “utopía” a la gente se le esponja el corazón, sonríe. Es un término que desde hace mucho tiempo tiene un aura buenista porque se establece una relación entre él y los términos “sueño”, “idealismo”, se asocia a buenos sentimientos y buenos propósitos, y que es expresión de un anhelo que es parte de nuestro ADN: el deseo de un mundo perfecto en la tierra, no en ese más allá paradisíaco que tantas religiones prometen tras la muerte.

Es un asunto que me ha interesado desde mis años de estudiante universitario y el fruto de media vida reflexionando sobre ello es este libro. La primera utopía de la que hablo es la planteada por Platón, algo lógico, ya que los griegos son los inventores de la filosofía, del pensamiento analítico y crítico. Desde ese momento, hace 2.500 años, el mundo occidental ha tratado de construir utopías, algunas de las cuales se han materializado con catastróficos resultados. El intento de crear paraísos en la tierra ha dado a infiernos sociales.

Son muy pocas las que libras de ese apelativo.

Sí, en particular las que construyeron las misiones jesuíticas en el Paraguay. Fueron una utopía que funcionó durante ciento cincuenta años, durante los siglos XVII y XVIII. Otras me resultan amables, como el socialismo utópico, que no causaron daño a nadie pero que fueron unos experimentos sociales completamente desastrosos. Y lo fueron por una razón definitiva: el ser humano es complejo, la vida humana es heterogénea. Vivir significa convivir, que es algo que va más allá de coexistir. Tenemos que aceptar que hay personas que piensan, sienten y viven de manera diferente a la nuestra. En el momento en que alguien rehúsa admitir eso, todo culmina en una dictadura. Todas las utopías que se han intentado llevar a la práctica son, a fin de cuentas, dictaduras religiosas, políticas o sociales.

En la lectura de tu libro me ha resultado muy llamativo descubrir que las utopías son una fabricación estrictamente propia de las culturas occidentales. ¿Por qué causas la ideación de mundos ideales no tiene presencia en otras culturas?

También yo me llevé esa sorpresa. Fue al escribir el epílogo de mi libro cuando caí en la cuenta de ese hecho. Diría que esa ausencia de utopías en otras culturas se debería al hecho de que China, la India, África e incluso la América precolombina fueron desde la antigüedad sociedades sometidas a diversas formas de despotismo: monárquicos, asamblearios, imperiales… y en ellos no había ninguna rendija para el pensamiento crítico, individual. Ahogaban la creación mental y sojuzgaban a las personas desde un punto de vista social y político; así pues, no había un pensamiento alternativo o complementario a nivel político, social o religioso. La utopía era algo inconcebible en este tipo de sociedades.

Como decía, tiene pleno sentido que surgiera con Platón en Grecia, que es la cuna de la filosofía y en donde el paso del mito al logos fue muy rápido. Después, en Roma, una civilización que considero admirable, fue también inconcebible la idea de utopía. Ni uno solo de sus pensadores concibió una ni se les pasó por la cabeza construir una. Eran un pueblo eminentemente práctico: agricultores, terratenientes…basaban su poder en la posesión de la tierra. Los romanos fueron los grandes creadores y propulsores del Derecho como forma de coexistir en sociedad, solucionando los problemas de forma amistosa o bien a través de la intervención de la autoridad judicial, sin recurrir a la fuerza o la violencia. Fueron una cultura esponja que absorbió rasgos de aquellos pueblos que fueron conquistando. No fueron idealistas como los griegos, sino muy pragmáticos, plenamente adecuados a la realidad, y quizá por eso no necesitaron de la construcción de utopías: ya vivían en una. Ellos consideraban que Roma era lo más supremo, lograron crear una sociedad sostuvo un rotundo poder durante mil años.

En la Edad Media tampoco hay ningún intento utópico porque fue un mundo apoyado en la deocracia, el poder eclesiástico, el feudalismo… Aunque sí hay que señalar a los cátaros en ese periodo. El catarismo es muy interesante porque es una especie de amalgama biológica que viene del sur de Oriente. Fueron los participantes en la primera Cruzada que regresan a Francia con una mezcolanza de ideas religiosas y filosóficas desde Oriente que amalgaman con las creencias de Occidente.

¿Las creencias de los primeros cristianos no pueden ser entendidas como la concepción de una forma de utopía?

Esta es una muy buena pregunta y confieso que es un tema al que le di muchas vueltas mientras escribía el libro y no tenía muy claro cómo abordarlo. Efectivamente, hay un componente utópico en las primeras comunidades cristianas, que creían que la parusía, la segunda Venida de Cristo, era inminente. Por eso, esas primeras comunidades cristianas vivían una enorme pureza doctrinal que llevó a un desarrollo muy rápido del cristianismo. El monacato puede verse como la constitución de microsociedades utópicas: hombres o mujeres que se retiran a lugares desérticos para vivir en comunidad, apartados del mundo, rezando, aguardando ese inminente regreso de Jesucristo. Es cuando van advirtiendo que ese regreso no será tan inminente cuando todo ese concepto de vida colectiva en pureza, compartiendo, se va transformando y comienza a formarse la Iglesia que, posteriormente, irá asimilándose al Imperio Romano.

En resumen: sí, ciertamente había un fuerte componente utópico en las primeras comunidades cristianas. Sin embargo, acabé prefiriendo no abordarlo en el libro ya que terminaría siendo finalmente un breve apunte en él.

¿Por qué Platón se obsesionó con la materialización de su utopía en Siracusa?

Vanidad. De algún modo, lo veo como un spin-doctor. A él le parecía poco pasar a la historia por su legado filosófico: quería materializar sus ideas.

Era un antidemócrata. Estaba plenamente convencido de que la democracia había sido la causa de la decadencia de Atenas y la razón por la que su familia aristocrática había perdido poder e influencia. Admiraba a Esparta, una monarquía militar, dictatorial, y por eso consideraba que solamente dentro de una tiranía podía concretarse su sociedad perfecta. En gran medida, Platón es un precedente de los totalitarismos del siglo XX, tanto del comunismo como del fascismo. Él fue el inventor de la eugenesia. Imponía una dictadura militar y filosófica, donde se erradicaran poesía y literatura, puesto que, según él, reblandecían el corazón. Y no cejó en su intento de construir esa ciudad-estado ideal.

La vanidad, el narcisismo, son el punto flaco de muchísimos intelectuales, que no llegan a mediar bien sus propias fuerzas en ese sentido.

Platón es para mí uno de los grandes escritores de la historia. Puede medirse con Cervantes, con Shakespeare, con Dickens, con Borges… Tiene una potencia admirable a la hora de escribir. Es impresionante cómo consigue llevarte a su terreno. El concepto “utopía” ha tenido desde Platón un factor de arrastre emocional inmenso que dura hasta hoy.

Tomás Moro plantea una utopía similar, aunque de manera menos severa.

Moro me resulta un personaje absolutamente fascinante. Se formó en Derecho obligado por su padre y se convirtió en un jurista de enorme prestigio que llegó incluso a la alta política, convirtiéndose en lo que hoy llamaríamos “primer ministro”, y fue igualmente un importantísimo intelectual.

Adolecía de ese ensimismamiento arrogante que caracteriza a los ingleses desde el punto de vista del pensamiento. No tuvo en cuenta la creación de las Leyes de Burgos que se habían hecho en España y que luego se llamarían las Leyes de India. Fueron una creación de juristas españoles, teólogos del siglo XVI, sobre todo de la Escuela de Salamanca, que pueden considerarse los padres del Derecho Internacional actual. Fueron los responsables de lo que en la época se llamaba Derecho de Gentes y que hoy llamamos Derecho Internacional Público. Dudo que lo desconociera, porque Moro tenía vastos conocimientos jurídicos y literarios, así como importantes contactos. Mi hipótesis es que debía conocerlo, pero en ninguna de las biografías que he consultado se menciona que hubiera podido acceder a ellas o que supiera leer español.

Utopia es un libro muy contradictorio puesto que en él hay aspectos muy avanzados en el sentido de que plantea que hay que dedicar un tiempo de cada jornada al trabajo y el resto a labores intelectuales y disfrutar del ocio. Prohíbe la propiedad privada, el dinero: toda propiedad era colectiva. Sin embargo, establece que, en caso de invasión o de guerra con ciudades fronterizas, se entraría en guerra, pero contratando a mercenarios. Esto es algo que revela que dentro de esa sociedad planteada como igualitaria al final sí existían diferentes categorías de personas. Tampoco está radicalmente en contra de la esclavitud.

Estudió en una universidad y estuvo a punto de dedicarse a la vida sacerdotal. Le agradaba esa vida reglamentada de la Iglesia: madrugar, comedores colectivos…Todo eso lo traslada a Utopia. Guardaba un muy buen recuerdo de su época como estudiante en escuelas de teología.

Toda esa mezcla que plantea en Utopia es el divertimento de un humanista. Más que la idea de construir una ciudad perfecta con la aspiración de llevarla a cabo, creo que él quería sobre todo demostrarse a sí mismo que, además de haber estudiado Derecho por complacer a su padre y de haber llegado a ser un prestigioso abogado y político, en su fuero interno él será ante todo un humanista, un escritor, un intelectual, un creador, una persona dotada de mucha imaginación. Todo ello lo plasma en ese ejercicio de escapismo intelectual que es Utopia y que se convirtió en una especie de best-seller en Europa.

Una constante en la mayor parte de las concepciones utópicas es el colectivismo. La idea de igualdad entre todos los individuos y un desprecio al dinero. No obstante, cuentas al hablar de los jesuitas que estos comerciaban con el exterior, vendiendo su producción.

Los jesuitas eran muy listos. En las comunidades jesuíticas el dinero estaba prohibido, pero encontraron un sistema bastante adelantado, digamos, comparable a un sistema de dirección empresarial de hoy. Prohibieron el dinero en las misiones, establecieron un sistema de trueque entre ellas, en todo lo que fue la enorme República Jesuítica del Paraguay. Los excedentes que tenía una misión los intercambiaba con los excedentes de otra. Construían instrumentos musicales que vendían al exterior, algo que les proporcionaba un importante beneficio económico. Con ese dinero tenían un centro logístico en Buenos Aires que se encargaba de comprar en América o Europa los materiales que ellos necesitaban para las misiones (maderas, aparejos de labranza, medicamentos…). Es decir, repudiaban el dinero pero, al ser una mezcla entre idealismo y pragmatismo, invertían ese dinero ganado con el comercio interior en sus propias misiones. Esto permitió que esas misiones fuesen un éxito económico: dependían enteramente de sí mismas, no necesitaban recurrir a la Corona ni a la Compañía de Jesús.

Asimismo, aprendieron el guaraní. Es decir, no impusieron la lengua castellana sino que posibilitaron comunidades bilingües, donde los indígenas también hablaban español.

Exacto, sobre todo las élites. El concepto de “inculturación” fue inventado por los jesuitas durante su evangelización.

Los jesuitas eran individuos muy formados, a los que se exigía un alto nivel de estudios para formar parte de la Compañía. Quienes viajaron a América eran personas con una dotación física e intelectual extraordinaria. Había misiones de cinco mil, diez mil o quince mil indios guaraníes a cuyo frente solamente había dos jesuitas. Hay que recordar que en la América de aquel tiempo los españoles americanos se llamaban a sí mismos “españoles” y a los de la península los llamaban “peninsulares” o “europeos”.  Para España, aquellos territorios eran “provincias”. España era un reino formado por sus provincias tanto en la península como en América. El concepto de “colonia” lo inventaron los ingleses y los holandeses. La concepción de España como ese territorio cuyas provincias se encontraban en la Península Ibérica y en América estaba muy asumido desde la Edad Moderna, por eso los jesuitas aprendían guaraní antes de viajar allí y, cuando llegan, comienzan a evangelizar en guaraní. Fueron los primeros misioneros que elaboraron evangelios y catecismos bilingües. Otro tanto hacían con la iconografía religiosa, que adaptaban a la cultura guaraní. En muchos catecismos, el Niño Jesús era representado con rasgos guaraníes. Crearon universidades con cátedras en guaraní para que pudieran asistir a ellas los hijos de las élites locales.

En las misiones jesuitas el español no se imponía. La lengua principal era el guaraní. No obstante, las élites indígenas aprendieron el castellano porque constituía una forma de promoción social. Santiago Muñoz Machado, director de la Real Academia de la Historia, es autor de unos muy interesantes estudios en los que demuestra que es cuando América se independiza de España, durante las Guerras de Emancipación, es en las nacientes repúblicas donde se produce una imposición del castellano que en absoluto se dio durante la América Española.

La utopía jesuita funciona porque es una utopía de creación colectiva. La amalgama del idealismo jesuita con el pragmatismo es fascinante porque lo que hicieron en América fue replicar lo mejor de España. Adaptaron el urbanismo español sin suprimir el urbanismo típico americano. Las misiones jesuíticas eran impresionantes desde el punto de vista urbanístico: una plaza central, calles en línea recta, una división ortogonal, las calles bien orientadas respecto a los vientos, cerca de cursos de agua, en los edificios privados respetaron la arquitectura edilicia popular de los guaraníes, iluminación nocturna, higiene en las calles… Las misiones hoy están muy derruidas pero los restos que siguen en pie dan cuenta de que se trataba de iglesias tan espléndidas como las que había en cualquier ciudad de Europa, Buenos Aires, Ciudad de México o Cartagena de Indias.

Mencionaste antes la vanidad. Otro rasgo humano pone punto final a las misiones jesuíticas: la envidia.

Sí. El poder de los jesuitas llegó a ser demasiado fuerte y Carlos III los expulsó de España –siguiendo a Portugal, Austria y otros países- y presionó al papa para disolver la Compañía.

Los jesuitas llevaban tiempo siendo los instructores de las élites, de la nobleza y la alta burguesía. El resto de compañías religiosas y obispos envidiaban profundamente a los jesuitas. Con su expulsión y disolución, los obispos aprovecharon para quedarse con todas sus propiedades. Fue una desgracia. En muy pocos años desaparecieron las misiones de la República Jesuita porque fueron encomendadas a otras compañías religiosas que fracasaron.

Saltemos al siglo XX y a las tres utopías más brutales que hubo al comienzo de ese siglo. Me llama la atención el hecho de que el nazismo, el fascismo y el comunismo surgieron en lugares donde también las vanguardias artísticas fueron muy potentes.

Así es, el comunismo soviético y el fascismo en Italia fueron los grandes impulsores del Constructivismo  -que luego destruiría Stalin- y el Futurismo.

En Italia todos los futuristas fueron fascistas y, fundamentalmente en la arquitectura, se produjo una vanguardia histórica interesantísima. La obra de Terragni, por ejemplo la Casa del Fascio en Como, construida hace un siglo, que sorprende por su modernidad. Parece algo construido hoy. Su pureza de líneas es superior a la de Le Corbusier. El fascismo mussoliniano inventa también una forma escenográfica de demostración de poder, que también explotó el nazismo: banderas, proyecciones de imágenes, retratos gigantescos, coreografías militares… Hitler sería, como Stalin, quien acabó con la maravillosa vanguardia histórica en Alemania: el Expresionismo, Der blaue Reiter, Die Brücke…

La Bauhaus.

Que entra dentro de los que los nazis llamaron “arte degenerado”. Impusieron la arquitectura fría y solemne de Albert Speer y la escultura de Arno Breker, que planteaba una recuperación de la estatuaria clásica llevada al mundo ario.

Pero, como decíamos, fueron el comunismo y el fascismo los grandes impulsores de la vanguardia histórica puesto que de su proyecto formaban parte un mundo y un hombre nuevo. Esta aspiración también estuvo en el nazismo, una de las utopías más letales de la historia, porque fue una utopía biológica: la supremacía de una raza sobre todas las demás.

Regresando a la URSS, vemos como Stalin fue también un azote para la música. Shostakovich, Stravinsky…fueron censurados para imponer una ortodoxia en el arte musical. Hasta en eso se entrometió Stalin. La consecución de su utopía radical, de su totalitarismo, alcanzó las artes, la genética, la química…Negaba la herencia genética planteada por las Leyes de Mendel, incluso en cereales y plantas, con la consecuencia de una hambruna causada por su negativa a plantar cereales con mayor resistencia a las plagas.

¿Y por qué el comunismo sigue conservando ese halo de utopía deseada? El fascismo o el nazismo topan con el rechazo social, pero no así el comunismo.

Fascistas y nazis fueron los derrotados en la Segunda Guerra Mundial, pero el comunismo fue uno de sus vencedores. Ser una ideología vencedora la imbuyó de prestigio.

Tras la caída del Muro de Berlín, en aquellos países del antiguo bloque comunista esta ideología está muy mal vista. Y la realidad es que aquellas personas que en otros países hoy defienden el comunismo no se irían a vivir bajo ningún concepto a Cuba, Corea del Norte o Venezuela. Quieren programar un comunismo, pero en países ricos y democráticos. El comunismo es una ideología con una potencia emocional muy grande: quiere redimir a los oprimidos, a los proletarios, a los trabajadores. Es, a fin de cuentas, una ideología teleológica: busca un final de la historia. Tengamos que Karl Marx era judío y que algunos de sus familiares habían sido rabinos. Lo que Marx propugna es la traslación del Juicio Final – presente tanto en la religión cristiana como en la judía- a una ideología de su creación en la que el Estado va a asumir el papel de Dios. Es una ideología religiosa vaciada de religión.

En toda utopía hay un trasfondo de religión. La necesidad de creer, incluso con fanatismo.

El fanatismo es uno de los elementos que cohesionan una utopía, y el fanatismo es uno de los elementos que hermana toda la utopía. Todos aquellos que quieren construir una utopía son fanáticos: individuos de pensamiento muy ortodoxo, que no admiten a aquellos que piensan de manera distinta a ellos – que creen incluso que aquellos que piensan de manera distinta a ellos deben ser apartados, encarcelados o exterminados. Son individuos con una visión muy simplista, que necesitan tener resueltos sus problemas muy rápidamente y que se consideran perseguidos o señalados, creen que la sociedad les debe algo. Les ha ido mal en la vida y necesitan algo que les permite encumbrarse o gozar de una buena vida material de manera inmediata. Y están absolutamente a favor de perseguir a sus enemigos. El poder emocional del pensamiento utópico es, por ello, fortísimo: promete un paraíso en la tierra, vivir bien…y lograrlo con rapidez.  La utopía es una música que suena muy bien, tanto para malas personas como para personas ingenuas y de buen corazón.

Y, finalmente, se ve a los creadores de utopías como a personas desconectadas de la realidad, que parecen ir improvisando sobre la marcha. Disfruté muchísimo leyendo en tu libro cuando hablas del fascismo y evocas Amarcord, y uno se pregunta si hay un plan o el plan va modificándose a medida que las cosas avanzan.

Diferencio entre ser utópico y ser idealista. Don Quijote no era un utópico, era un idealista.

Los utópicos tienen un plan. Normalmente es gente inteligente o muy inteligente, y muy fanática. El fanatismo es una creencia férrea y absoluta en una fe, sea religiosa o política o ideológica, y el fanático, como un burro con anteojeras, no puede ni quiere ver otra cosa. Los fanáticos creadores de utopía, como los dictadores, son individuos que pretenden que su idealidad se imponga en la realidad como sea, aunque sea martillazos. Esta obsesión por imponer su ideal los desconecta de la realidad. A menudo ignoran o no conocen bien el funcionamiento de la economía, de la política…porque vivir es consensuar, vivir junto al que piensa o se siente de forma distinta a nosotros y consensuar con él. La imposición es una regla muy básica para lograr el cumplimiento de su ideal. Bien es cierto que, una vez que han llegado al poder para mantenerse, puede adaptarse e ir evolucionando, como le sucedió a Mussolini.

Mussolini era ateo, pero en 1929 firmó los Pactos de Letrán con la Iglesia Católica, algo que dio al fascismo italiano una popularidad enorme. Significaba que el régimen fascista quedaba sancionado por la Iglesia, que veía en Mussolini a una figura providencial. Y así fue visto por muchos partidos democráticos en los años veinte. Sin embargo, a nuestros ojos, hoy Mussolini es una cosa felliniana: esa gesticulación e histrionismos, como de prima donna. Mussolini fue un actor de su tiempo, de sí mismo: captó muy bien el espíritu de su época y el espíritu de los italianos. Llegó a una comunión con el pueblo por darle aquello que el pueblo quería que se le diera. Y durante un tiempo el fascismo encandiló a una gran parte de la sociedad. Todo aparecía radicalmente nuevo y la gente accedió a vivir en ese tiempo nuevo, a ser ese nuevo hombre.

Otra utopía con un aura atractiva es el hipismo. En tu libro eres crítico con el movimiento hippie, das a entender que eran unos jóvenes acomodados con recursos para hacer despreocupadamente todo lo que quisieran.

A mí me caen muy bien los hippies. ¿A quién le van a caer mal los hippies? Imaginemos entonces niños pijos, jóvenes y guapos, que durante unos pocos años se iban a vivir el mundo, disfrutando del amor libre, las drogas…y que, a su regreso, reanudaban los estudios o se colocaban en la empresa de su padre o algún conocido de este. Los sesenta y su contracultura fueron una época fascinante. El problema fueron las comunas.

Y lo que cuentas que Tarantino muestra en Érase una vez en Hollywood.

Es la duda negativa. Muchos de aquellos jóvenes se quedaron enganchados a la droga y murieron. Otros quedaron desamparados, muy traumatizados. Es cierto que fueron una minoría, que su música y estética fueron algo efímero que no causó daño a nadie. No impusieron nada, no utilizaron la violencia, eso es algo que a mí siempre me ha llamado la atención y me ha resultado muy interesante.

¿Hay actualmente alguna utopía en construcción?

La biotécnica. Las grandes compañías de Silicon Valley que están invirtiendo miles de millones de dólares en biotecnología, nanotecnología, reprogramación celular…ya lo anuncian. Esperan que dentro de muy pocas décadas haya seres humanos multimillonarios que logren alcanzar una especie de amortalidad. Que aquellos seres que puedan costeárselo lleguen a vivir 200 o 300 años.

Ahora bien, imaginemos que esa posibilidad es factible gracias a la reprogramación celular. Pero existe el riesgo de tener un accidente doméstico o de tráfico, ser asesinado por un atracador… Posiblemente esas personas pasarían esos 200 o 300 años bajo una enorme ansiedad, conscientes de que pueden vivir tantísimo tiempo, pero a la vez siguen bajo el riesgo de morir por alguna causa accidental o violenta.

Y, pensando en Los Inmortales, ¿valdría la pena vivir 20 o 300 años y ver como toda aquella gente a la que quieres va muriendo siempre? No obstante, creo que esa es la utopía y en algún momento llegará.

 

Emilio Lara, Los colmillos del cielo. Utopías y desengaños de la historia, Ariel, Barcelona, 2025.

Retrato de Emilio Lara: Archivo ABC

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