Como he visto “Una familia de Tokio”, pues cierro la escotilla de entrada a las películas durante algún tiempo. Esta maravilla de Yoji Yamada es un reflejo sorprendente de “Cuentos de Tokio”, luego no es en sí una obra maestra, sino el reflejo tal cual de una obra maestra. Yamada coge a Ozu (todo, entero) y lo pasa a ahora, y la historia de esa pareja de ancianos que va a visitar a sus hijos a Tokio queda en color, temperatura y emoción a esa altura tan peculiar de Ozu. La historia se cuenta en planos Ozu, fijos, de una composición abrumadora, pero sencillos, llenos de aire cotidiano, que observan a los personajes a esa distancia tan próxima al suelo que pisan, que leen cinco pensamientos a la vez. Existen unos cuantos detalles en “Una familia de Tokio” que la separan sin alejarla de su original, pero la sustancia está íntegra: el tiempo, cómo te modela el tiempo, como se mastica distinto, cómo se reparte cuando eres hijo o padre, adulto o anciano… Yamada consigue, igual que conseguía Ozu, ofrecer todos los puntos de vista en sólo un plano, una mirada, todos los sentimientos, motivos, pesares y actitudes de cada uno de los miembros de esa familia, y dando la impresión de que los entiende, de que son razonables. No me explico cuál ha sido la razón que le ha impulsado a Yamada para meterse en una faena que hubiera parecido imposible: copiar una obra de arte se ha hecho muchas veces (y en pintura, más), pero lo de Yamada es otra cosa, pues no es que “copie” la técnica, el estilo, el trazo, el dibujo…, no. Es que le ha pillado el alma a una de las más grandes películas de la Historia.
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