Podríamos discutir sobre Roberto Benigni durante toda la semana que viene, que viene, y no ponernos de acuerdo. De acuerdo. También podríamos discutir sobre si la línea que traza este cómico, o artista, o lo que sea, entre el amor y la guerra, entre la comedia y la tragedia, es moralmente aceptable o reprochable. En mi opinión, ‘La vida es bella’ no contiene todo ese material ofensivo que a veces se le imputa; todo lo contrario, creo que incluso amplifica las uñas del nazismo y el terrible arañazo del holocausto mediante un surrealista sentido del humor. No creo que alcance esas cotas ahora con ‘El tigre y la nieve’, donde tal vez se le note demasiado el oportunismo: guerra mala, y la ínfula poética: amor bonito.
El caso es que un tipo tan estrafalario como Benigni no suele ser visto en tonos grises: o blanco o negro. Y cuando cae mal, la verdad es que no hay modo de echárselo a la cara, con ese lirismo anticuado y cursilón, con esa palabrería y esas maneras cargantes, con ese tonillo de hombre bueno en un mundo agrio y montaraz. ¿Acaso estaría mejor este mundo si todos fuéramos un poco más Benigni?… Personalmente creo que con tanto canalla e indeseable como hay, emprenderla contra Benigni, que no hace mal a nadie (si acaso, a su reputación como cineasta), es absurdo.
Benigni es como si el doctor Frankenstein hubiera hecho ‘una recolecta’ entre Charlot, Woody Allen, Cantinflas, un par de hermanos Marx, Tip, Toto y el gran Chinarro. Y, por supuesto, recolectando no siempre lo mejor de cada uno.
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