Lo de Enrique González Macho me parece una auténtica canallada. Pero no una canallada que haya hecho él, sino todo lo contrario, una canallada que se le está haciendo a él. He visto durante años y años a Enrique González Macho patearse los festivales de cine a la búsqueda de películas con el ahínco de un pescador de ostras (y con técnicas de aguante fílmico comparables al apneísmo de esos pescadores) para encontrar esas perlas que a su juicio adornarían sus imprescindibles Cines Renoir y la cinefilia de sus muchos seguidores. También he sido testigo de su dedicación profesional, de su programación exquisita de películas que, sin él, hubiéramos tardado mucho más en ver, o incluso quizá no visto; y del mismo modo que yo, ha sido testigo todo este país, que ha tenido en sus cines y en su gusto y riesgo por llenarlos de películas un lugar magnífico para sentarse cómodamente y estar más en acuerdo con el mundo.
Leo que la Fiscalía pide dos años de cárcel para Enrique González Macho por “manipular el número de espectadores en la exhibición de la película La isla interior, de Félix Sabroso y Dunia Ayaso. Y que tal cosa le supuso al productor de esta película, Juan Romero Iglesias, alcanzar una subvención del Ministerio de 293.326 euros. Cualquiera que haya seguido más o menos la trayectoria de las diferentes Leyes de protección al cine desde hace cuatro décadas pensará, como yo, que es un mar de cabos sueltos y de zonas susceptibles para todo tipo de polémicas, y que los que hacen cine en España han tenido que sortear todo tipo de terrenos, secos y embarrados, para hacerlo. No es la Banca, no es la gran empresa, no es la multinacional…, es el cine, y los que lo hacen lo que buscan principalmente es seguir haciéndolo. Lo saben ellos, lo saben los políticos y lo intuyen la mayoría de las personas de este país. Por eso es chocante que se apunte con tanta saña sobre la figura de un personaje crucial para la historia y la salud del cine español (y europeo), premio Nacional de Cinematografía, presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, pero, sobre todo, una persona que ha vivido para (y de) su trabajo y para (y de) mejorarlo hasta extremos que deberíamos conocer no sólo los que nos dedicamos a esto, sino también cualquier ciudadano que ha disfrutado durante décadas de la calidad de su ejercicio profesional.
Es deprimente vivir en una sociedad así, capaz de desmoronar una brillante trayectoria profesional por algo que todos sabemos que no es nada; todo lo más, un subterfugio para seguir haciendo películas. Y es deprimente que la política, la justicia y toda la profesión cinematográfica asistan con tanta hipocresia a un aniquilamiento feo e injusto.
Esta demencial historia montada contra Enrique González Macho me recuerda a la célebre escena de “Casablanca”, cuando el capitán Renault, empujado por los nazis, cierra el local de Rick al grito de “¡Qué escandalo!, he descubierto que aquí se juega”, mientras se guarda las fichas en el bolsillo…
En este caso, el escándalo (¡dos años de cárcel!) es que hayan encontrado la solución para los males del cine borrando del mapa a uno de sus mejores profesionales.
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