No es ningún secreto que no soy medemófilo, pero esta
película suya, “Habitación en Roma”, me ha parecido mucho más sustancial e
intensa que ninguna de las anteriores. No tiene muchos secretos, un par de
mujeres en una habitación de hotel, pero sí tiene, en cambio, muchas entretelas
y sugerencias, todas alrededor de ese sentimiento, fugaz o eterno, que es el
amor, o si se quiere fortificar, la pasión. Por primera vez, me ha gustado la
desfachatez de la cámara de Medem, tan (pre)potente, tan lírica, tan en el borde
de lo cursi, pero tan valiente (sólo un tipo temerario es capaz de sustanciar
en imágenes sus ideas del flechazo y el lienzo de una piltra). Sus personajes y
las actrices que los encarnan son tan perfectos y hermosos que no cabe ni un
hilo de vulgaridad en la relación que roen en la pantalla.
También demuestra
Medem algo casi imposible: una habitación es también el mundo entero, y por una
vez (según yo) sus diálogos llenos de “medemidad” están untados no sólo de
pretensión poética, sino también de poesía (o de sentimiento, no sé). Hay
imágenes, momentos, realmente asombrosos, aunque eso es algo que siempre supo
construir este director, pero aquí adquieren su importancia en lo horizontal, y
no en lo vertical ni de puntillas (aunque sea de puntillas cuando consiga
alguno de esos momentos grandes).
No uso sombrero, pero me quito el sombrero
que no uso ante este ejercicio soberbio e inclasificable de cine brumoso y
encantador. Y celebro, por fin, hablar bien de una película de Medem.