Aún falta una semana para que se estrene ‘Alatriste’, pero quiero dejar ya mi impresión sobre esta película que me daba pavor ir a ver porque no tenía apenas esperanzas de que Díaz Yanes consiguiera envolverla en el paño adecuado. Bueno, casi a hurtadillas, pero he ido a verla y estoy al tiempo fascinado y perplejo por la capacidad del director en absorber lo esencial y despreciar lo accesorio. Aunque tal vez abocada al fracaso, ‘Alatriste’ es la mejor ventana por la que uno ha mirado nunca el alma derrotada de la España imperial y es una película tan empapada de amargura y pesimismo que se puede ver (ha de verse, en realidad) proyectada contra aquellos muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados…
El personaje que levanta Viggo Mortensen es impresionante, tiene la fuerza de una flecha y el infortunio de morar en una brújula que sólo apunta al suelo. Película ágria y amarga, llena de algunos momentos de pasmo velazqueño y de agujeros merecidamente negros (¿elipsis?). Insisto en mi punto de vista: Díaz Yanes ha empapado su tela de lo esencial, que no son sólo las aventuras de un mercenario, sino la pesadumbre, el desconsuelo de un mundo que se desmorona. Después de verla, de sentir hasta el tuétano el estado de ánimo de esa película, nunca entraría a discutir si Echanove es Quevedo, si Javier Cámara puede ser el Conde Duque de Olivares o si no es una burla lo de Blanca Portillo como Bocanegra. Aparte de que, con alguna salvedad, están razonablemente bien, eso no sería otra cosa que lo accesorio. Y sé que lo accesorio suele ser primordial en el cine, pero lo esencial, también. Atrapar el olor a revenido a los estertores de nuestro Siglo de Oro: he ahí lo milagroso.
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