Me confieso poco melbrooksiano. No acabo de conectar del todo con su sentido del humor, aunque confieso que ciertos golpes de ‘El jovencito Frankenstein’ o de ‘Sillas de montar calientes’ casi me parten en dos (recuerdo, por recordar, ese canto a lo surreal en ‘Sillas…’ cuando el sherif Bart, interpretado por el negro Cleavon Little, acosado por la turba del pueblo, se apunta a sí mismo con su propio revolver y amenaza: ‘si alguien se mueve, el negro mata al sheriff’… ‘¡Cuidado, cuidado! –dice la turba- ese negro es muy capaz de matar al sheriff’…). Bueno, su revisión de ‘Los productores’, ese viejo asunto suyo sobre Broadway y el teatro que ya hizo en el 68 con Zero Mostel y el inefable Gene Wilder, he de admitir que le ha quedado muy bien: profundamente extravagante, y graciosa, e impertinente y sugerente, con unas interpretaciones magníficas. La de Uma Thurman, por supuesto, pero aún por encima está la de Matthew Broderick y Nathan Lane, una pareja tan perversa y pervertida que le dan la vuelta a lo ético como si fuera un calcetín sucio. Por otra parte, esta (per)versión dirigida por Susan Stroman (primer largo) es una de las bofetadas más sonoras a lo políticamente correcto. Tal y como están las cosas, hacer esa burla sangrienta de lo homosexual, de los ‘cómicos’, de la culturilla y de la justicia rechina en nuestra actualidad (la de hoy) como una uña contra una pizarra. Y en eso consiste, hoy por hoy, la provocación, la independencia y la inteligencia del arte… Hace, por cierto, casi medio siglo de que al chalado de Brooks le diera por esta historia.
Por ponerle al final un lazo: el talento melifluo de ese actor llamado Matthew Broderick, que baila, canta y es lo que deba de ser, incluso tonto, llegado el caso, sólo es comparable a la imponente presencia de Uma Thurman, una actriz que nadie le paga lo que vale. Por mucho que cobre.
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