Aun a riesgo de resultar tan repetitivo como el propio Festival de Cannes, lo diré otra vez: esta edición de Cannes que está a punto de comenzar es la misma que otros años y tengo la impresión de haberla visto y vivido ya. Miras el programa y le das a la tecla de actualizar por si hubiera un error. Es una competición por la Palma de Oro entre los del clan, los directores en nómina, los Dardenne, Egoyan, Cronenberg, Kawase, Loach, Bonello, Leigh, Assayas y ¡Godard!… O no hay ojos para verlo, o no hay relevo ni siquiera para esos gustos tan delineados del Festival de Cannes, los mismos que le impiden tradicionalmente ver algo en el cine español que no sea Almodóvar. Van tan a piñón, que ni siquiera un director como Jaime Rosales, tan al gusto de Cannes, ha superado esa barrera de lo de siempre de la competición y su película, “La hermosa juventud”, se ha quedado en el sitio habitual, Une Certain Regard, que está muy bien, sí, pero que hubiera estado mejor en el sitio que se merece, la sección oficial a competición. Se inaugura con “Grace de Mónaco”, de Olivier Dahan, que, personalmente, me da de antemano bastante perecilla, aunque tiene el aliciente de ver, y opinar, si los Grimaldi están acertados en su queja contra la veracidad de la película. Supongo que la Grace de Mónaco tiene mucho interés general, pero a mí me tira más aquella Grace Kelly que se hacía la remolona ante Cary Grant en los alrededores de Mónaco.
Y empieza este festival del que ahora me quejo por previsto y repetido, y del que probablemente saldré encantado, como siempre, y después de haber visto algunas de las películas mejores que veré en todo el año. Hago un enlace con una primera crónica donde yo sí que me repito.
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