Sergio Ramos conoce el paño. Su desacuerdo con el Real Madrid por el dinero de su renovación es pasto de las llamas del incendio del Barcelona, a cuyas elecciones solo le faltan que se presenten Carmena, Iglesias y Podemos y Ciudadanos como grupo. Cuando el sevillano renovó por el club hace cuatro años ya fue víctima de los guiños demagógicos del Barcelona. Entonces advirtió que su sangre andaluza es blanca. Adujo que nunca en su vida ficharía por el Barcelona. Sergio, como Di Stéfano, como Gento, como Puskas, como Marquitos, como Amancio, como Zoco, como Pirri, como Butragueño, como Casillas, como Raúl, como Hierro, como Del Bosque, son referentes históricos del club y siempre han expuesto que en España nunca trabajarían en el Barcelona, porque su identificación es el Real Madrid. Hay que tener unos principios y un respeto a uno mismo, a su trayectoria.
Ahora, la pléyade de candidatos a presidir al Barcelona, que van a dejar el palco sin asientos a la vera de explotar el triplete y adjudicárselo como propio aunque no han empatado a nadie (frase patentada por Di Stéfano), aprovecha las diferencias económicas entre Ramos y el Real Madrid para dejar caer que han tocado o llamarán al hispalense con el objetivo de hacerle azulgrana en 2017, pues el Real Madrid nunca le traspasaría al dirigente que ocupe el sillón presidencial del Camp Nou. Y saben que nunca lo conseguirán.
El central ha vuelto a decir, para no repetirlo más, que nunca se irá al Barcelona. Nunca será un traidor. Nadie le podrá pagar una traición, porque no hay dinero para ella, como no hay dinero para fichar a James. Sergio es madridista. Tiene ese ADN que ha adquirido a lo largo de una década. Es un estandarte del espíritu de lucha de la entidad. Y la casa blanca desea que lo siga siendo hasta su retirada. Aunque las visiones de su valoración económica sean diametralmente opuestas.
El segundo capitán del equipo, el capitán de campo, pide un contrato de diez millones netos por temporada, que suponen 20,2 para el Real Madrid. La casa blanca le puede ofrecer hasta un máximo de 7,5 por cuatro años. Veremos si hay acercamiento. Las disidencias personales han roto los puentes, por culpa de las filtraciones interesadas cargadas de palabras duras: menosprecio, desprecio.
Hace cuatro años, cuando Sergio firmó el contrato ahora vigente, también surgieron nombres de otros clubes. Ahora, la historia ha vuelto a repetirse. Hay más divergencias de trato que de dinero, y eso es mucho decir cuando las distancias son del 25 por ciento entre la oferta y la demanda. La renovación de Ramos se encuentra paralizada, aunque hay dos años por delante. Al final, tendrán que ser el presidente y el defensa los que disputen ese partido de despacho solitos, sin más testigos que Dios. Y Di Stéfano bendiciéndoles desde el cielo mientras le marca un gol a Juanito Alonso.
Otros temas Tomás González-Martínel