René Houseman (1953-2018) era una borrachera de fútbol. Un extremo diestro de una calidad superior al que la vida del buen vino y buenas mujeres dejaron en un futbolista simplemente bueno. Pudo ser un grande y se quedó en un jugador importante. El alcohol y las mujeres le privaron de fichar por el Real Madrid a comienzos de los años setenta. Porque el club blanco tenía ojeadores cualificados que seguían su devenir en Argentina y que informaron de la clase del muchacho que desde niño quiso jugar en el Excursionistas de Belgrano, su equipo del alma, y tuvo que militar en el club rival, el Defensores de Belgrano. Al final de su carrera disputó un partido con el Excursionistas, para poner en su palmarés que jugó en el club de sus amores. Pudo hacer su carrera en el Real Madrid si hubiera sido disciplinado. Y se negó con su actitud. Eso era demasiado trabajo y él era un talento díscolo, ajeno al mando superior de un entrenador.
Menotti dijo de Houseman en 1973 que era un grande. El Real Madrid le siguió. Pero su comportamiento se tornó imposible. Salía de noches, bebía, no se cuidaba. Tenía unas condiciones magníficas para triunfar. Y lo hizo, pero no al nivel que pudo alcanzar. El club blanco analizó si al traerlo a España podría domarle, como si fuera una fiera indomable. Y así era, indomable. Decidieron que sería imposible. No escuchaba a razones. Vivía en un mundo propio. René decía que jugaba al fútbol porque le gustaba, pero la vida estaba para disfrutarla. No había opción. No fue fichado.
A Houseman le dijeron que el Real Madrid le vigilaba, le podía contratar y pagar mucha plata y le dio igual. Prefirió el oro falso, fulgor reluciente, de los vestidos de noche. No deseaba cambiar su Belgrano querido, su Buenos Aires querido, de vida alegre y nocturna, por el Real Madrid. Su indisciplina, su anarquía de vida, le privó de poder firmar por el Real Madrid y quizá de triunfar a escala mundial. Porque estaba dotado para se un número uno universal. Santiago Bernabéu decidió que no se le ficharía. No tenía remedio. El alcohol y las mujeres eran sus peores defensas izquierdos. Le anulaban sin balón de por medio. Y lo malo es que le gustaba trasnochar, acostarse a las nueve de la mañana. En su país se le perdonaba todo porque era simpático, sincero, gracioso. Pregonaba e impregnaba empatía. Se ganaba a la gente.
René Orlando Houseman, que así se llamaba, nació en La Banda (Argentina) el 19 de julio de 1953 y ha muerto en Buenos Aires el 22 de marzo de este año. Ganó el Mundial 1978 con la Argentina de Menotti. Jugó en el Defensores de Belgrano, Huracán, River, Colo-Colo e Independiente. Y ese partido con el Excursionistas.
Las charlas madrileñas con Menotti cuando fichó por el Atlético, tras ser campeón del mundo con Argentina en 1978, nos descubrieron que todos hablábamos de Kempes, de Ardiles, de Passarella y de Tarantini, pero dejábamos en segundo plano a este jugador veloz, de regate espectacular. Pesaba solo 65 kilos, medía 1,65. Era un ratón, raudo, rápido. Fue uno de los mejores extremos derechos de la historia de Argentina y no fue considerado líder de la albiceleste porque su perfil bajo, popular, le alejó de la gloria. Ese gusto por la vida fácil y mundana le hizo mundano y le alejó del estrellato internacional. Aunque ganó un Mundial, pudo haber conseguido muchas más cosas. Menotti lo definió con precisión: «Una mezcla de Garrincha y Maradona». Su mezcla con la botella desperdició el producto.
Menotti le entrenó en el Huracán en 1973 y ganaron el campeonato Metropolitano. Houseman no alcanzó el Olimpo de Diego Armando, y estaba dotado para ello, porque ese amor por las mujeres y el alcohol fueron su cancha particular. Esas ganas de disfrutar sin límite le cambiaron el apelativo. El Hueso pasó a ser el Loco. Houseman explicó una vez la metáfora de su vida. Jugador del Huracán, se presentó a un partido sin dormir, tras celebrar un cumpleaños eterno. Le ducharon mil veces y tomó dos litros de café. Borracho todavía, marcó a Fillol, portero de River, el gol decisivo, en un instante de lucidez. Inmediatamente se hizo el lesionado, fue sustituido y se marchó a dormir la mona. Un cáncer de lengua, producto del tabaco y el alcohol, le ha matado. Su deseo de vida desenfrenada le impidió fichar por el Real Madrid en 1974, tras brillar en el Mundial de Alemania 74. Después ganaría la Copa del Mundo de 1978, en su casa, cerca de su Belgrano querido. Pero había echado su carrera internacional a perder. No se cuidó para llegar al Real Madrid. Sabía que le seguían y quizá quiso demostrar que no deseaba venir al Real Madrid porque continuó bebiendo y trasnochando con sus amigas de siempre. Probablemente lo hizo para decirle al club madrileño, sin hablar, que no le contrataran, que él prefería seguir en su Buenos Aires querido con su vida sin límites. En Madrid no podría hacerlo. Le exigirían una preparación física que no estaba dispuesto a cumplir. Ya le costó jugar al ritmo impuesto en el Mundial de Argentina 78. de hecho, dejó la selección albiceleste en 1979. René prefirió desencantar al Real Madrid. Que no le cambiaran su vida. Houseman perdió un salto enorme en su carrera. Así lo quería. El Real Madrid desistió. Dijo “no”.
René perdió la oportunidad profesional de su vida. Pero el niño de Excursionistas tenía como prioridad vivir sin freno. Siempre nos quedará la curiosidad de elucubrar que habría conseguido en el Real Madrid. Porque era positivo, veía siempre la botella medio llena. El problema es que también se la bebía.
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