Muchos enemigos esperaban la derrota de Florentino en la final de la Champions para cargar contra él. Tenían ya pergeñadas las bases de su ataque en la hipotética derrota: la crítica contra el proyecto de grandes fichajes y la petición de convocatoria de elecciones. Todo se ha ido al garete. El Real Madrid ganó la final. Florentino Pérez estaba convencido de la victoria por un argumento esencial: el Real Madrid gana finales, no las juega. Es la diferencia con el resto de equipos. Y no es una frase hecha. Es un sentimiento real. Lo volvimos a comprobar en esta final de San Siro.
Antes del partido, el Atlético era favorito para muchos analistas que afirmaban que los rojiblancos habían perdido el complejo, después del golpe de 2014, e impondrían su rodillo físico. En ABC anticipamos que Zidane y Simeone habían planificado un duelo a 120 minutos e incluso con penaltis. Todo estaba estudiado. Hasta cómo se lanzaba Oblak en ellos. Miren que se notó en la hora de la verdad.
Los madridistas temían el poder físico del rival. Hasta que se dieron cuenta al comenzar el partido que de poderío físico nada. El parón competitivo de tres semanas rompió toda la preparación anterior. Los blancos iniciaron la final atacando y creando ocasiones A BALÓN PARADO, QUE ES EL NUEVO SECRETO TÁCTICO DE ZIDANE.
En el Real Madrid se desdeñaron durante décadas las jugadas de estrategia. A Radomir Antic no le permitieron aplicarlas en aquella temporada en la que le echaron siendo líder. Pero en el Real Madrid moderno todo eso ha cambiado. Hoy, los entrenadores blancos tienen claro que el 68 por ciento de los goles vienen en acciones de estrategia. Y lo hacen valer con Ramos, Bale, Cristiano, Casemiro, Pepe y Varane por alto desde hace muchos años en los que cambian las jugadas periódicamente para sorprender. Y sorprenden.
El Madrid avisó con una falta botada por Bale que Casemiro remató y Oblak sacó bajo palos. Era una nueva falta inventada para la ocasión y demostró el talón de Aquiles del Atlético. En ese momento vislumbré que el Madrid ganaba la final. La debilidad defensiva del Atlético era angustiosa. Cada falta o saque de esquina era una oportunidad clara del conjunto de Zinedine. Y al cuarto de hora vino el 1-0, en una de las nuevas faltas preparadas por el técnico y por su ayudante, Bettoni, para este partido. Kroos bota el golpe franco por la izquierda, Bale se anticipa y peina la pelota hacia atrás y Ramos marca. En fuera de juego por centímetros, sí, al toque Bale el balón, pero so no se ve en directo, solo se observa al parar la jugada en vídeo.
El Atlético no se puede quejar de ello, y no lo ha hecho, porque sabe que después fue él mismo el que desperdició sus oportunidades para ganar. Griezmann falló la jugada decisiva del partido. No fue Juanfran, fue Griezmann. El francés falló el penalti que Clattenburg señaló y que pudo significar el empate en la final nada más nacer el segundo tiempo. Ahí tuve claro que el Atlético perdía de todas todas. Antoine se sintió ahogado por la responsabilidad. Agarrotado. Fue con el freno de mano echado a tirar la pena máxima. Y fue una pena máxima para él, sí. Echó el cuerpo para atrás en el lanzamiento, como que quiero pero me da miedo, y el disparo se estrelló en el larguero. Le vino grande. Rompió todos los moldes del tirador de penaltis: disparos rasos o a media altura. Lo hizo todo mal. Ahí lo supe: llegaba LA UNDÉCIMA. Porque el estigma de la derrota lo reflejó Griezmann.
El fallo supuso un golpe moral para el Atlético. Se notó. Empató Carrasco, pero esa sensación de haber desaprovechado otra oportunidad quedaba latente, en el subconsciente. Y la confirmación de esa realidad se produjo en los penaltis. El Madrid los lanzó todos bien, al lado izquierdo de Oblak, el punto débil del guardameta. Y los rojiblancos acusaron esa seguridad de los blancos. Juanfran, el exmadridista Juanfran, pagó el precio de esa confianza demostrada por los lanzadores del Real Madrid. Se precipitó, puso el balón con rapidez, solo dio tres paso atrás y disparó demasiado veloz, sin respirar. Tiro al poste. Pero Keylor se había lanzado bien y si hubiera ido dentro habría despejado el balón. Perdió el que menos confió en sí mismo. El Madrid demostró desde el primer minuto, desde la ocasión de Casemiro despejada por Oblak, que era más fuerte psicológicamente. Ganó el quipo que piensa siempre en ganar.
Otros temas Tomás González-Martínel