Vuelve en dos semanas. Quiere jugar minutos ante el Nápoles. Se le ha echado de menos. Incluso una plantilla tan cualitativa como la del campeón de Europa ha notado la ausencia de la segunda estrella de su equipo, Gareth Bale. Esa añoranza es la mejor prueba de la relevancia del galés.
Bale fue decisivo en la obtención de la pasada Liga de Campeones, junto a Cristiano. Si el portugués eliminó al Wolfsburgo con sus tres goles, el británico eliminó al Manchester City con su gol en el Bernabéu. Decidió las semifinales. Los dos estandartes fueron determinantes en la consecución de la Undécima. Y Bale también fue el líder que llevó al Real Madrid de Zidane a la remontada en la Liga, para jugarse el campeonato en la última jornada.
El galés dirigió a los blancos en el último tramo de la Liga, en ausencia de Ronaldo, lesionado. Bale decidió los tres puntos en Anoeta. Fue el jefe del equipo. Se le nota que tiene la personalidad necesaria para estar y mandar en el Real Madrid. Tiene el poderío físio, técnico y mental para erigirse en jefe cuando es necesario. Quiere ser jefe. Lo puede ser. Lo es.
Lesionado por el Sporting de Portugal en Lisboa, Bale regresa ahora al equipo. Fue una pena su lesión. Estaba en el mejor momento. En su mejor temporada. Y eso es mucho decir cuando el año pasado ya hizo una campaña sensacional.
Retorna al equipo en el momento ideal, después de superar el bache de la cuesta de enero. Dos derrotas y dos empates, junto a cuatro victorias, en los que se notó Bale. Su velocidad, su regate, su calidad, su cabezazo y sus paredes habrían podido con el Celta y con el Sevilla. Ahora puede reaparecer en doce días, frente al Osasuna. Y quiere tener minutos ante el Nápoles el día 15 en el Bernabéu. Es un gran jugador, distinto, para encontrar soluciones diferentes para el Real Madrid.