De ser inglés, Blas de Lezo y Olavarrieta (Pasajes, Guipúzcoa, 1689) tendría a estas alturas, como mínimo y sin forzar, una estatua como la de Nelson en Londres y habría inspirado las andanadas novelescas del almirante John Aubrey, el venerado «Master and Commander» del escritor Patrick O’Brien.
De ser sajón, Hollywood ya le habría dedicado un serial de películas y sus «Piratas del Caribe» bramarían con solo mencionar su apodo: «el Mediohombre». Sí, los niños dejarían de soñar con ser piratas para enarbolar por siempre su sable de almirante, pata de palo incluida.
De ser súbdito de la «Pérfida Albión», preguntaríamos en cualquier colegio escocés «¿quién fue Blas de Lezo?» y la chavalería pelearía por contestar. Sí, hasta en Escocia.
De ser súbdito inglés…
Pero no. Blas de Lezo fue (y es, aunque lo desconozcamos) recio marino vasco, héroe español y la mayor pesadilla marítima de la Pérfida Albión. Mejor, como retrata el Museo Naval en su exposición «El valor del Mediohombre» -abierta hasta el 13 de enero-, estamos ante el marino que «infligió a Inglaterra la mayor derrota naval de su historia».
13 de marzo de 1741, frente a Cartagena de Indias se divisa la flota de guerra más grande jamás desplegada, solo superada por el «día D» de la II Guerra Mundial: 180 buques y 23.600 soldados ingleses enfilaban el puerto de entrada a toda América en la española Nueva Granada.
Con tan solo 6 navíos y 2.800 hombres, el guipuzcoano resistió y venció para escarnió del almirante inglés Edward Vernon quien llegó a anunciar su victoria acuñando monedas de un arrodillado Blas de Lezo. Hoy el innombrable Vernon yace en la abadía Westminster.
En Cartagena de Indias, retando a lo que venga del Caribe, encontramos su desafiante estatua. En Madrid, ya aguarda su pedestal.
Aquí la página web de la Asociación Monumento a Blas de Lezo que ha impulsado, junto al Ayuntamiento de Madrid, una cuestación para erigir un monumento del marino guipuzcoano en el centro de Madrid.
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