Por José María Mella Marques, catedrático emérito y miembro de CIVIS-UAM (Alianza de Universidades Europeas, Universidad Autónoma de Madrid)
Recientemente, he sido invitado a participar en un encuentro sobre Ciudades Sanas en África (Universidad de Lubumbashi, República Democrática del Congo). El objeto de mi participación se centró en la gestión de los residuos sólidos urbanos, la movilidad urbana y la calidad del aire, así como en las políticas medioambientales urbanas. En la actualidad son auténticos desafíos de las ciudades, más aún si se piensa que en el contexto africano se vive un proceso de urbanización extraordinariamente expansivo. Trataremos en este artículo los tres primeros aspectos del problema y dejaremos para una próxima ocasión las políticas.
Ciertamente, África presenta un proceso de urbanización acelerado, aunque todavía es uno de los continentes menos urbanizados del mundo. Esta expansión urbana va acompañada de un enorme reto: un crecimiento urbano difuso y caótico, sin provisión de suficientes infraestructuras, equipamientos y actividades económicas. La población se ve obligada a viajar a grandes distancias para acceder a los servicios y a los puestos de trabajo. La movilidad se torna costosa y las emisiones de gases de efecto invernadero, la contaminación del aire, el ruido, la congestión del tráfico y los riesgos de accidentes son sus efectos derivados. A lo anterior hay que añadir los problemas de saneamiento, eliminación de residuos y abastecimiento de agua. En el caso particular de la ciudad de Lubumbashi, por estar localizada en una provincia minera, la contaminación por metales (cobalto, cobre, plomo, cadmio, …) es una realidad evidente, con efectos nocivos en la salud humana y animal, debido a la concentración de metales en los recursos hídricos, de partículas en suspensión en el aire y en las propias cadenas alimentarias.
La generación de residuos sólidos urbanos (RSU) por habitante en las ciudades africanas es todavía relativamente reducida, así como su capacidad de recogida. Se utilizan métodos inadecuados de vertido o descarga, prácticas de incineración a cielo abierto y reciclaje informal, lo que produce infiltraciones de sustancias tóxicas (gérmenes infecciosos, metano, dióxido de carbono, protóxido de azote, dioxinas) con efectos cancerígenos. También existen serias insuficiencias en materia de selección de los RSU, recuperación y reutilización, así como en la valorización energética. La adecuada gestión de los RSU podría ser un importante polo de creación de empleo en las ciudades africanas. Pero para ello es necesario contar con planes nacionales y locales de tratamiento de los RSU con prioridades claras basadas en la prevención, la mejora de la salud pública, la participación ciudadana y la utilización de tecnologías digitales.
La movilidad urbana, condicionada por un problema de difusión y dispersión del crecimiento, se ve afectada por una diferencia importante de densidad demográfica entre el centro y la periferia, lo que genera costes adicionales de manera que los consumos unitarios de combustibles por desplazamientos son mucho mayores en la periferia que en el centro. A su vez, las pérdidas de tiempo y productividad de los conductores, la congestión del tráfico, las enfermedades respiratorias, la fatiga mental y física y los decesos prematuros se multiplican. Se estima que el coste de transporte en las ciudades africanas se eleva a un 40% de los costes totales de las empresas.
Asimismo, la movilidad urbana se realiza por calles sin vías de servicio/aceras/alumbrado público, normalmente no pavimentadas, sin pasos de cebra salvo en el centro y sin transporte público formal. El servicio de transporte colectivo se realiza con microbuses de carácter informal, de pésima calidad, débiles rendimientos, con trayectos de difícil acceso a los puestos de trabajo y carentes de coordinación institucional (rutas, frecuencias y gestión) por parte de autoridades locales y empresas.
La calidad del aire está determinada por la contaminación atmosférica, consecuencia de la rápida urbanización, los atascos, la vetustez de los vehículos, los carburantes de pobre calidad y la combustión abierta de los RSU. Es la responsable de emisiones nocivas que perjudican la salud humana. Se sabe que las ciudades africanas superan las directivas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) respecto a las partículas en suspensión PM10 y PM2,5; el uso de biomasa (leña) y queroseno en las cocinas empeora aún más la calidad del aire doméstico. Los riesgos para la salud son evidentes: accidentes vasculares cerebrales, cardiopatías, cáncer de pulmón, enfermedades respiratorias y centenares de miles de muertos cada año por estas causas.
Ante este panorama, las medidas contra la contaminación y por la mejora en los niveles de salud no se hacen esperar. Se trata de reducir las emisiones procedentes de los transportes, las industrias, las minas y las diversas fuentes de energía. Habrá que renovar la flota de vehículos con nuevos modelos híbridos o eléctricos y promocionar el uso de transportes colectivos, el establecimiento de medidas de eficiencia energética en todas las actividades de producción y consumo, así como la vigilancia permanente de la calidad del aire urbano.
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