Aunque se cumple ahora un siglo desde que la imagen del Greco fue rescatada del olvido y reconocida en el panorama artístico como referente mundial, y el IV Centenario es este año un fuerte reclamo para la llegada de miles y miles de visitantes, los toledanos de a pie siempre hemos considerado al pintor como algo muy nuestro, familiar, casi como de casa. La imagen refleja una foto de familia tomada allá por los años sesenta, donde un grupo de niños del colegio Nuestra Señora de los Infantes, entonces situado en el Casco histórico de Toledo, posan tan serios que pareciera que forman parte del mismo lienzo y de la comitiva fúnebre que acompaña al señor de Orgaz.
El Greco es un íntimo tesoro de generación tras generación de toledanos y que uno se encuentras al doblar cada esquina; en esa iglesia, en aquel convento y, claro, en la catedral primada. Y también al lado de los bancos cuando los pequeños primicomulgantes, traviesos, perdían todo interés en la misa y entraban, de repente, en aquella sala aneja a la iglesia de Santo Tomé donde un inmenso cuadro esperaba mostrando al que mirara el Cielo y la Tierra, y hasta casi parecía respirar. Los ojos de aquellos niños se abrían como platos, como luego hicieron otros, y otros más, que años después volvieron con sus hijos a mostrarles «El entierro del Conde de Orgaz», junto a cientos y cientos de turistas nipones, alemanes, norteamericanos…
Domenico Theotocopuli es para los toledanos un orgullo. «Mira, El Expolio, ¡si parece la cara del mismo Dios, no me digas!, dice muy ufana la vecina de al lado mostrando a sus amigas de Madrid otro de los famosos cuadros del cretense espléndidamente rehabilitado y devuelto a finales de 2013 a su casa, la Sacristía de la catedral primada, donde un día lo vimos marchar a bordo de un furgón hacia los talleres del Museo del Prado. Hoy, más que nunca, ahora que celebramos los 4oo años de su muerte, el Greco forma parte para siempre del paisaje de nuestras vidas.
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