Teresa Zafra el 17 dic, 2013 Dentro de diez días Martín cumplirá un año. En algunas cosas este año de aprendizaje forozoso me ha servido para ser una experta: pañales y biberones los tengo dominados, y sobre papillas de thermomix y marcas de leche de continuación puedo hasta dar consejos a futuras madres. SAunque normamente soy consciente de mis limitaciones, y de que un año no es nada para todo lo que tengo que aprender, me voy a permitir haceros una confesión: algunas veces me olvido de que no soy más que una madre novata, y, cuando la realidad me lo recuerda, la caída duele. El último mal trago provocado por este “olvido” lo pasé en la guardería, a la que Martín va de 9 a 5 desde el pasado mes de septiembre. Como es lógico, porque todo es nuevo, allí he metido la pata muchas veces: primero porque no sabía coser las cintas para marcar la ropa, segundo porque llevábamos a Martín con zapatos de bebé cuando necesitaba zapatos de gatear (sí, existen zapatos específicos para la etapa del gateo) y la tercera, la más reciente, porque nos equivocamos al comprarle el abrigo. La historia empezó cuando mi madre se ofreció a regalarnos un abrigo de diario para el peque, y yo le dije que uno tipo plumífero, lavable y calentito, sería adecuado. Le pedí que fuera rojo como el chandal/uniforme de la guardería y una vez me lo trajo, lo guardé hasta que empezó el frío. Para cuando empezó el frío, Martín ya había empezado a practicar para batir el record nacional de velocidad de gateo, y recorría entre tres y cuatro veces cada hora el largo de su clase, la clase de las hormigas (me encanta el nombre!). La interacción abrigo/gateo tuvo resultados nefastos. Resultó que el plumífero le quedaba bastante grande y, para que os hagáis una idea, con él puesto, Martín era lo más parecido a Maggie Simpson con su mono de nieve que yo había visto nunca. Cuando llevaba el abrigo, los bracitos de Martín no bajaban de la horizontal más de 10 grados, y el gateo era imposible. Como os digo, la actividad diaria de nuestro hijo consistía, basicamente, en gatear, por lo que, pasados dos días, la profesora nos pidió, como era lógico, que por favor llevásemos a Martín a la guardería con otro abrigo. Si lo recordáis,este año el frío llego de forma muy brusca, de la que ya os hablé en este otro post, y tuve la mala suerte de que muchos de los abrigos que fui fichando por internet estaban agotados al llegar a las tiendas. El resto de madres de Valencia se me adelantaron, con el catastrófico resultado de haber estado casi un mes llevando a Martín con el “abrigo inmovilizador.” Al final, hemos solucionado el problema, pero me he revelado como una madre primeriza de libro. Un mes después, nuestro hijo lleva este flamanta abrigo de una de mis marcas infantiles favoritas, la inglesa Jojo Mamán Bebé, (de la que ya os he hablado aquí ) que gracias a internet he pedido que me enviaran a casa mientras Martín dormía la siesta y yo miraba de reojo un capítulo de Big Bang Theory. Es reversible, y tiene forro polar por una cara e impermeable encerado por la otra. Es muy calentito pero no es tan voluminoso como un plumífero. Con él, el peque gatea, se pone de pie y hasta llega a limpiarse los mocos con la manga. Sin embargo, os confesaré otro secretillo más: hemos dejado el abrigo anterior cerca porque creo que su poder inmovilizador nos va a resultar útil en más de una ocasión. maternidad Comentarios Teresa Zafra el 17 dic, 2013