En la muerte de Helmut Kohl quizás sea conveniente recordar que España tiene una gran deuda con el político democristiano alemán quien en numerosas ocasiones demostró su cercanía a nuestro país. Sin duda, en buena medida, gracias a la amistad que, pese a las diferencias ideológica, trabó con Felipe González, con quien coincidió en el poder durante catorce años.
Posiblemente, el principio de aquella gran amistad comenzó en mayo de 1983. González llevaba pocos meses en La Moncloa cuando viajó a Bonn, entonces la capital de la República Federal alemana, para reunirse con el canciller Kohl. En contra de lo que defendían sus correligionarios del SPD, González apoyó durante esa vista el despliegue de misiles Pershing en Alemania como quería Kohl y éste no olvidó el detalle. Poco después devolvería el respaldo al dirigente socialista español cuando vinculó la pretensión de François Mitterrand de que aumentaran los recursos comunitarios para financiar la Política Agrícola Común a que España y Portugal ingresaran en las Comunidad Europeas.
Después de aquel encuentro, Kohl se reunió con González en numerosas ocasiones, siempre con una gran complicidad, alimentada con los jamones pata negra que el español le enviaba de cuando en cuando y el alemán recibía con regocijo. Pero, sobre todo, con las muestras de apoyo que le dio en momentos críticos.
Quizás el más importante de esos momentos se produjo durante el proceso de reunificación alemana. Mientras Margaret Thatcher, Mitterrand o Andreotti ponían palos en las ruedas, con aquellas cínicas afirmaciones de que amaban tanto a Alemania que preferían que hubiera, dos el presidente del Gobierno español fue el único de los dirigentes europeos que mostró abiertamente su respaldo al plan de Kohl.
El canciller alemán valoró especialmente que para González no era fácil mantener una postura que podía poner en peligro las ayudas que España recibía de la Unión Europea, porque los «landers» de la República Democrática Alemana que se incorporaban iban a necesitar cuantiosos fondos para situarse a la altura de los de la República Federal y eso podía ir en detrimento de los que necesitaban las regiones españolas más atrasadas.
Kohl supo agradecer con hechos la apuesta estratégica de Felipe González y en diciembre de 1991, en el Consejo Europeo de Maastricht en el que se puso en marcha la Unión Económica y Monetaria, intervino para que se aceptara la creación del Fondo de Cohesión, destinado a financiar proyectos que permitieran a los países de la UE con rentas per cápita más bajas acercarse a los más ricos. España sería, con el tiempo, una de los grandes beneficiadas.
Un año después, en el Consejo Europeo de Edimburgo, que debatía las perspectivas financieras de la UE para el periodo 1993-1999, Kohl fue un firme aliado de González para que se destinaran a España 8,9 billones de pesetas en fondos estructurales y unos 244.000 millones más para el recién creado Fondo de Cohesión, que resultaron claves para el desarrollo español.
El canciller alemán siguió apoyando muchas de las propuestas españolas en la UE, incluso después de la salida de González del Gobierno. A pesar de que nunca llegó a tener con José María Aznar la misma sintonía que con su predecesor, sí terminó por valorar los esfuerzos del dirigente del PP para hacer que España formara parte del euro.
Ahora que, casi coincidiendo con la desaparición de Kohl, acaban de cumplirse cuarenta años de las primeras elecciones democráticas españolas tras al dictadura, es bueno subrayar que el político alemán ha sido, sin duda, el dirigente europeo que más contribuyó a la inserción de España en Europa y, con ello, a la consolidación democrática en nuestro país. Un amigo pata negra.
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