“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com
La campaña presidencial del presidente Trump continúa. No tiene fin.
Va a lograr que el mundo deje de abusar de los Estados Unidos (EE.UU.) a través de acuerdos comerciales perjudiciales para sus intereses: Trans-Pacific Partnership (TPP), Acuerdo de París sobre el cambio climático o North American Free Trade Agreement (NAFTA).
Además, el presidente Trump iniciará una guerra comercial con China, obligará a sus socios atlánticos a que incrementen sus gastos de defensa para que contribuyan en su justa y proporcional medida a la defensa de la relación transatlántica y, por supuesto, construirá, para frenar la migración ilegal a su país, un muro entre los EE.UU. y México, que, como todo el mundo sabe, excepto los afectados, será pagado por los mexicanos.
Por último, EE.UU. va a volver a ganar guerras de nuevo en Siria, en Corea del Norte, en Afganistán, en Venezuela, si hiciera falta, y en Irán. En este último caso, así será después de que Trump denuncie y abandone el acuerdo nuclear entre este país y otras seis potencias internacionales (Alemania, China, EE.UU., incluidos, Francia, Reino Unido y Rusia).
Irán, específicamente, disputa el liderazgo regional en el Próximo y en el Medio Oriente a Turquía y a Arabia Saudí, ésta última su gran rival al otro lado del Golfo Pérsico, y posee un elevado presupuesto de defensa. Además de la tecnología para el enriquecimiento de uranio, Irán es uno de los líderes mundiales en balística.
Directa o indirectamente, Irán proyecta su fuerza en la región, como su presencia activa en la guerra de Siria pone de manifiesto. Aparte de los factores propios de este conflicto, en Irán no se olvida el que Siria no le dio la espalda durante la I Guerra Iraq-Irán (1980-1988), desencadenada después de sufrir la invasión del ejército de Iraq.
En Siria, Irán afirma tener interés por razones religiosas -defender a sus hermanos chiíes- y niega que haya presencia real de sus fuerzas armadas, más allá del apoyo que se presta a las milicias de Hizbollah como necesidad de establecer una defensa avanzada frente a Daesh y a Arabia Saudí, a quien el gobierno iraní ve detrás, también, de la financiación de los kurdos iraníes, de la inestabilidad en el Baluchistán compartido con Pakistán o del terrorismo ya materializado en las calles de Teherán.
En Irán, hace más de un año, se pensaba que los problemas sucesorios en Arabia Saudí podrían arrastrar el régimen de los Saud al colapso. Algunos sectores del poder iraní veían aquella opción como positiva porque hubiera reforzado a Irán como hegemon en la región.
Sin embargo, después de la decisión del rey saudí de optar por su hijo Mohammed bin Salman (MBS) como sucesor suyo y, en consecuencia, de desplazar a su sobrino Mohammed bin Nayaf (MBN) como heredero, la visión iraní es que la política saudí se ha estabilizado, aunque, se abre a lo inesperado, dada la juventud e inexperiencia de MBS.
Por otra parte, la utilización de argumentos religiosos por la dirigencia de Irán contrasta con la realidad de un país en el que, por muy interiorizada que la religión esté entre un 70% o un 80% de su población, sin embargo, no forma parte de las manifestaciones sociales, ni de la vida regular, de sus sectores más acomodados.
En Irán, como en Arabia Saudí, sus minorías dirigentes gestionan hábilmente sus vidas privadas al margen de las restricciones impuestas por los líderes religiosos.
A modo de ejemplo, la realidad es que, cuando, con el equinoccio de primavera, llega la festividad persa del Nouruz, fecha del año nuevo zoroástrico, la población de Teherán pasa de 14 millones de habitantes a sólo 50,000, por mucho que las autoridades religiosas del país hayan intentado -y fracasado- en su empeño por desterrar tradiciones previas a 1979 y tan arraigadas en los usos y costumbres de los iraníes.
La visión iraní sobre sí mismos es la de un país central en el mundo y que, por tanto, merece estar en la mesa de negociación sobre el futuro de su programa nuclear.
La elección del presidente Trump y sus mensajes sobre Irán, de hecho, son una excusa perfecta para que los dirigentes iraníes aplacen decisiones internas y alimenten las disputas de poder entre facciones rivales.
En el caso del Reino Unido y de Rusia, las dos grandes potencias coloniales de Irán, las relaciones con este país son complejas -especialmente, hasta en lo psicológico, con la primera- y existe un odio extendido en el país hacia Francia.
Las relaciones con Rusia y con los rusos, a los que se evita, son muy malas, pero, en estos momentos, ambos comparten el miedo a una posible extensión de Daesh en el Cáucaso y la necesidad de mantener Siria como un estado-tapón independiente para hacer frente a las ambiciones regionales de Turquía y de Arabia Saudí, aunque Irán sea más firme partidario de la permanencia de Bachar al-Assad en el poder que Rusia.
Las elecciones presidenciales del pasado mayo reforzaron en el país la figura de Hassan Rouhani y mostraron la fragmentación de las fuerzas políticas iraníes, abrieron un período de continuidad -aunque muchos de los problemas económicos del país sigan sin resolver- y reforzaron la narrativa del régimen de que Irán es un país estable y seguro.
La transición política en Irán tardará tiempo en producirse, si sucede, y, cuando suceda, será fruto de soluciones colegiadas.
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