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El del medio de los Boixos

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(Aunque no fueran Boixos). Este chico del centro se queda con una cara entre la resignación, el embeleso y la sonrisa. Monalisa se queda, el muchacho, flanqueado por las dos peinetas estructurales. El milagro de esa foto es que una actitud general poco edificante (horror de clásicos…) la va a redimir al final el gesto de dulce derrota de este chico al que se le ve que está a punto de nacerle la admiración.

 

Qué dulce mirada de relajo tras la batalla. Qué humanidad y bonhomía asoman de este hombre entre los gestos de gárgola o alimaña de las dos peinetas del odio iracundo.

 

Ese hombre es el verdadero espectador porque tiene los ojos del encanto. ¿No se le aprecia un cierto arrobamiento cuando mira a Alonso?

 

Quizás sin saberlo él su pasividad viene de la curiosidad y del reconocimiento. En la raíz de la admiración (la delicia del humanismo) está este chico, en el combate interno (tantálico el rostro) entre la construcción cultural del ambiente y la base humanista que le remueve el gesto hacia la admiración.

 

 

 

Esa cara es la cara de la mejor derrota del pueblo culé. Cara en la que caben potencialidades de todo tipo. El aplauso inverso, el alzarse de hombros, la ironía, la melancólica lucidez del derrotado. ¡Hemos encontrado por fin la cara del justo perdedor! ¡Eso es un perdedor! No el redicho sabinesco, no el odiador furibundo. Tampoco el bilioso que trama su venganza. Este chico nos ha enseñado la placidez casi erótica de la derrota.

 

 

 

Este rostro tiene otra maravillosa cualidad y es la de establecer claramente la distancia entre el espectáculo y el público. Distancia insalvable en la que no trata de influir con su grito o con su aplauso. Eléctrico foso entre la acción y el espectador, mágicamente encantado por lo que observa.

 

 

 

Rostro del perdedor perfecto. Espectador sobre el que opera todo lo mejor del espectáculo. Posibilidad de la concordia final ante lo real, evidente. Ese careto es también el justo derrotado que está asumiendo revolucionariamente, rapidísimamente, la realidad, el golpe, la dicha ajena.

 

Sobre los esquemas del odio intolerable, ¡ese careto de la dulce derrota!

 

Careto anti1714, anti colp de falc, careto de todas las reconciliaciones, de un mediterráneo absoluto, entre la sensualidad y el realismo. ¡Moderación griega de lo castellano!

 

 

 

Yo, que detesto la dialéctica del clásico, he encontrado en este rostro la última maravilla del partido.

 

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