Desde hace unos años, entre nosotros viene imponiéndose el uso de la palabra “veranito”. Su éxito está dentro de un éxito mayor, el de algunos diminutivos de los que ya hablaremos.
Hay veranito, pero no hay otoñito, ni inviernito, y todavía -pero ojo, por ahora- no hay primaverita.
El veranito era propicio a ese terrible diminutivo. Su uso se impuso por las redes sociales como #veranito, siempre debajo de las lloradas fotomuslos, de los paisajes y horizontes marítimos, o de los consumos estivales como cervezas (cervecitas) o bikinis y de las formas más melanómicas de la amistad al aire libre.
Su uso es frecuente: “¿Qué tal el veranito?”, o bien: “Aquí, de veranito…”.
El -ito daba a la estación ínclita algo irritante, más que cursi. Incluso algo sospechoso.
Ese diminutivo era perder el respeto a la estación. El verano dejaba de ser un monarca solar, imperativo, para convertirse en algo distinto. Para convertirse en la “interpretación” humana y playera de esos meses. El diminutivo imponía una familiaridad abusiva a la estación, una apropiación insinuante.
Por fin, esta sospecha hacia la expresión se ha visto confirmada. Viene en la prensa hoy que los presuntos violadores de Pamplona, la pandilla autodenominada “la manada”, mantenían un chat donde -usando terminología tertuliana- “construían el relato” de sus andanzas y que tenía por nombre “Veranito”.
Al parecer, todo lo que hacían o tramaban iba al saco de su “veranito”. No veranazo o veranorro.
Esta expresión debería restituirse a la normalidad. A lo que era antes, cuando lo de “veranito” solo se usaba para subrayar un verano defraudado o puñetero: “vaya veranito que llevo con los exámenes…”.
Porque el veranito así, sin más, es una brutalidad, además de una cursilería, como ha demostrado su uso por los individuos de “la manada”.
Entre lo cursi y lo energuménico hay un pasadizo abierto, comunicado.
Siempre odié lo de “El dardo en la Palabra” y no quiero que desaparezca ya lo de “veranito” porque en cierto modo yo también me he acostumbrado. Sólo digo que hay que reflexionar sobre la profunda barbarie de la que estamos tan cerca.