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Un pacto es un pacto es un pacto…

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Las mayorías camuflaban mucho. Esta realidad política descompuesta está mostrando un cambalache que poco tiene de democrático. Sí, lo será en tanto que permitido por el marco legal de un sistema llamado democracia representativa, parlamentaria, etcétera. Pero esto, lo de ahora, lo de estos días, tiene de democrático lo que un cortejo, un conciliábulo o una negociación: nada.
Nos hemos tirado meses, años, con el adjetivo a cuestas. Como una contraseña. Cualquier cosa acompañada del “democrático” colaba. De todo se exigía que fuera así, votado por todos, por todos decidido: el decidir, el votar, la transparencia, la decidibilidad (palabro) de todo, hasta de lo que preexiste a la Constitución. De todo y en toda medida.
Y hete aquí (incluso ET aquí) que llegamos a un momento en el que nada de lo que pasa, siendo tan decisivo, pasa por el filtro de la decisión popular.
De un lado, Podemos se reparte un gobierno y “cede” la presidencia a alguien muy poco votado (¿pero y la gente, almas de candor populachero, y la gente?). Populismo paradójico que a la hora de la verdad le escaquea a la mayoría lo decidido.
Del otro lado, se espera que razonamientos llenos de autoridad tuerzan el rumbo del PSOE hacia la sensatez del gran pacto. Se espera incuso la influencia ajena, extrapolítica.
Ni una cosa ni la otra tienen un ápice de democrático. Es una segunda fase oscurantista en la que se institucionaliza el pacto, pero también el cambalache, el chalaneo; ya muy lejos el elector, que queda muy atrás en el mecanismo solitario de la urna.
Así, el pacto se convierte en algo tan importante como el voto. Una segunda vuelta sin urnas. El pacto incluye más pactos, hasta ocho de Sánchez, y se pacta que se va a pactar. Se acuerda la cita para decidir si se acuerda el pacto, que llevará a otros tantos pactos sectoriales.
El pacto es un pacto es un pacto, como la rosa del poema.
Y tiene muy buen nombre: pactar es bueno, suena a paz incruenta. A acuerdo en el que todos ganan. Aún tiene un sentido positivo como proyecto, como solución, pero peor si se mira hacia atrás: “Todo está pactado”, se dice, cuando las reglas están amañadas y el final dispuesto.

Esto me recuerda a una cosa que le escuché a Gabilondo: “el haz de diálogos”, que estirando la etimología nos llevaba al “fascis” de flechas, ¡al fascismo dialogante!
Esto es un sistema de partidos que funciona con la acumulación penumbrosa de pactos y más pactos.

Así que debería cambiarse de adjetivo y usarse el “paccionado” o el “partitocrático”. Y hablar así: exigimos una salida paccionada o bien, exigimos una salida partitocrática al problema catalán, o al e la vivienda o al que fuere.
Derecho a decidir que me pacten lo decidido, membrillos.
En el abuso de lo democrático (todo ha de serlo según la Constitución) encontramos que estas negociaciones no lo son en absoluto. Y el pacto adquiere un sentido distinto, sospechoso y oscuro. Cada minuto que pasa se carga de connotaciones negativas la palabra, como una extremidad que fuese cogiendo el progresivo mal color de la gangrena (aunque suene mejor decir “cangrena”).

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