Con el invierno y las mascarillas se está normalizando la figura del embozado. El que va por la calle cubierto hasta las cejas.
Es frecuente ahora cruzarse por la calle con gente que a la mascarilla añade gorros o capuchas. No un gorro de cervatillos, el gorro de estibador. El efecto de embozo es mayor porque no suelen llevar la reglamentaria mascarilla de farmacia, sino mascarillas personales, de tela y normalmente oscuras, con las que parece que van a robar un banco. Algunos se lían la bufanda a modo de forajido. Resultaba más fácil reconocer a El Zorro.
Ese ocultamiento casi completo del rostro se lleva aún más lejos. Los jóvenes y no tan jóvenes añaden una capucha y entonces ves aparecer por la esquina a individuos completamente ocultos que producen un efecto inquietante. Van como el violador del ascensor camino del juzgado.
Esto se intensifica por la costumbre juvenil de vestir imitando el estilo contracultural y/o criminal. Las tribus urbanas, las pandillas. La perniciosa influencia del rock. El resultado es que parecen facinerosos o simplemente antifas. A algunos les falta el cóctel molotov.
Aún es peor cuando la persona tiene andares sospechosos. Hay un andar comedido y previsible que resulta tranquilizador, pero también hay chulánganos que caminan con un estilo urgente y como retador, como si fueran a arrearle una leche a alguien. O gente que simplemente tiene el andar nervioso. Sin más señales, transmiten incertidumbre. Le dan a la acera hipótesis muy malas. Asumo que caminar así puede ser efecto del frío o, quizás, de alguna urgencia fisiológica, pero el resultado es el mismo: ¡amenazantes seres enmascarados!
Se dirá que son prejuicios, y es verdad, algo instintivo se activa en nosotros. ¿Qué pensar del que viene de frente con andares de saltimbanqui, mascarilla negra, capucha oscura y las manos en los bolsillos? ¿Qué intenciones trae? A todos los efectos, es un enmascarado.
¡Nuestras calles parecen caminos de Sierra Morena!
La calle ahora está llena de gente así. No por la Gran Vía, por las calles normales, los parques de Madrid, los andurriales de eso que algunos llaman “Nuestros Barrios”. La niebla madrileña ha terminado de normalizar el misterio. Casi agradeceríamos ver recortarse el perfil de Jack El Destripador. Nos cruzamos por la calle con individuos cubiertos que pueden albergar las más oscuras intenciones o, simplemente, ir al Mercadona a comprar panettone que está de oferta. Pero no lo sabemos.
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