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Toma, Moreno.

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Ante las críticas que ha levantado Sábado Sensacional, el programa de José Luis Moreno, el creador ha respondido con algo que tiene mucha miga: triunfó el buen gusto. Estaba definiendo el camp, claro, el buen gusto del mal gusto. Lo divertido de Moreno es que ya empieza a rebasar sus límites. La criatura se le desboca. Se le va el Monchito. Lo deliberado de la gala hay que aplaudirlo y además reivindicarlo como necesario. Millones de ancianos disfrutaron el sábado de un merecido solaz. Era la gala  o Marhuenda. Moreno dio a los ancianos un programa divertido. Artistas, ballet, luces, cuerpos, comedia amable, una narración hetero tras la que corría un riachuelo tenicolor de sentido gay… Pero a Moreno se le critica con crueldad. En el mundo de la crítica de medios hay una sector que es más rococó que el propio Moreno y un montón de personajes para los que la diversión es estar viendo la HBO con el meñique enhiesto. Esta gente critica a Moreno, pero hombre… Moreno es camp, Moreno empieza a ser un deleite.Todo el sábado era puro pop plagado de resonancias personales: El zapateado de los Vivancos, claqué brokeback mountain, el vestido helénico de la Obregón, que aislaba como una tilde flamígera su canalillo misterioso, el desfiladero tetil; el maciste rubio de todos los programas de Moreno; el gorgorito operístico de la de Eurovisión, el momento Cascanueces (¡cabalgata pedagógica de Moreno!)… Pero sobre todo, el apogeo del gusto Moreno fue la actuación de la Pantoja. Ahí se produjo un apogeo, una, digamos, plétora desparramada de morenismo que rebasó la buena o mala televisión hacia dimensiones desconocidas de la estética. En el escenario, la Pantoja, mística como siempre, con un vestido azul y un floripondio verde sin demasiada explicación. Empieza la música, la canción de Juan Gabriel, en la que texto y música parecían producto de una traspapeleo en el estudio mexicano. Una letra habitual pantojil, la hiriente soledad, la urgencia del amante, expresada con gramática Yoda por Juan Gabriel, con una música de fondo que recorría la rumba, la canción melódica, el melisma moro… ¡Era una canción-popurrí! Todo disparatado hasta un final en alto con los bailarines haciendo piruetas entre fuegos artificiales y al irrupción de Kiko Dj en el escenario. Lo que pasó fue algo bastante serio. Juan Gabriel propició la invención del rap filial, el rap del te quiero, mamá, en el que se cerraba el círculo y Kikorivera volvía a cantar con la Pantoja. ¡Repetía el momento canne! ¡Era el rap canne! La disparatada letra de Juan Gabriel, cumbre del sinsentido climatérico, sus coqueteos con el rap y el disco, la absurda versatilidad de la Pantoja, que todo lo ataca con el mismo gesto, el final del final en el que la Obregón aparece al grito de Ole, Ole, Ole. Moreno apuntó a algo que puede ser dificil de manejar y que es el definitivo preludio del derrocamiento generacional: la mezcla de estrellas. Mamá, hijo y Ana Obregón.  La tectónica del planos. Ahí apostó muy fuerte el productor. Yo no sé qué le piden a la televisión algunos. El sábado se produjo el definitivo clic del universo Moreno, que se defiende con algo de razón. Casi no hubo mal gusto. Recurriendo a la tradicional definición de buen gusto podríamos decir que Moreno aún tiene la capacidad de discernir lo bello de lo feo, pero carece por completo ya del buen juicio para separar lo verosímil de lo inverosímil. El exceso de Moreno pasa a ser un tipo de televisión culpable, deleitosa, en el que, de alguna forma que  cuesta explicitar, se manifiesta el problema generacional y estético d España. Es, por así decirlo, un complicado pliegue del gusto, una última frontera. 

Señor Moreno, ¡yo le entiendo! Yo aprecio obnubilado sus oropeles. Qué digo obnubilado… transido.

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