Esta noche conoceremos si Madrid albergará los JJOO del 2020. El verbo albergar se utiliza solo para la organización de este tipo de eventos. A mí me imbuye el espíritu olímpico de tal modo que estos días en cuanto llego a casa me pongo un pijama que tengo de Cobi. Madrid 2020 puede ser visto como la posibilidad de que Cobi tenga un hermanito y que junto a Curro y Naranjito ya puedan formar una serie. Como los Lunnis de la España democrática. Otro elemento olímpico que justifica en sí mismo la organización de unos Juegos es el pebetero, tener pebetero. El pebetero es una cosa fastuosa. El fuego olímpico es el gran elemento, lo más cerca que está la realidad del fuego Valyrio. Sólo el Agua Bendita puede apagar el Fuego Olímpico. ¿Y quién portará la antorcha? Seguro que los defensores de Diego López piden que la lleve el que mejor esté entrenando entonces. Todo en los JJOO nos entusiasma, aunque entiendo que haya algunas visiones críticas. Los habituales comentarios à rebours, por decirlo finamente. Cierto es que resulta extraño que los mismos que desconfían de fiarlo todo al Papá Estado corran detrás del Tito Coubertin para que les institucionalice la esperanza. El 2020 tiene también algo de prórroga narrativa. Los políticos parecen no encontrar argumentos más allá del ajuste y la reforma y el 2020, que tiene una redondez de epopeya de ciencia ficción, permitirá que los actores de la vida nacional tengan un argumento. Es decir, que visto así, el 2020 garantiza al menos siete años de discursos políticos, lo que es suficiente razón como para recelar. Por otra parte, resulta algo decepcionante que tras tanta apelación al I+D y al emprendimiento tengan que ser los JJOO, que ya están inventados desde los griegos, los catalizadores de la recuperación. Los JJOO no dejan de ser turismo, una variante entre el turismo sexual y el cultural (en Madrid pasará lo que en ningún sitio: que haya más marcha fuera de la Villa Olímpica que dentro). Pero en contra de todos los argumentos quisquillosos está el argumento mayor: convencer a los miembros del COI es la prueba definitiva del poder de seducción de un país. El COI es lo más parecido que hay a los flujos financieros. Por misterioso, volátil, voluble y casi casi inmaterial, puede decirse que un miembro del COI es lo más parecido humanamente a un flujo financiero. Por eso, lo de hoy puede ser el comienzo de una nueva relación con el inversor extranjero. España, por tanto, afronta un estupendo desafío, por decirlo con la épica institucional. Molesta solamente, por volver al tono quisquilloso, el relieve que alcanza el deportista. De ser ejemplo de valores está pasando a ser motor de desarrollo y casi factor institucional. Por las crónicas de Gistau vamos conociendo el peso de Gasol. Los deportistas son honorables, saben idiomas y son admirables. Hay algo, sin embargo, que olvidamos. Por muy maravilloso que nos resulte Nadal, ni él ni el resto de campeones han expresado nunca reparo, queja, pensamiento crítico. El deportista es como un robot institucionalmente inocuo. Optimista hasta la extenuación. Incapaz de mirar a otro lado que no sea al futuro. Visto asi, Nadal o Gasol son lo más progresista que tenemos. Los JJOO, bien mirado, no sólo alargan la vida de los políticos, también nos permiten a todos entornar la mirada y hacer planes. ¿Viviré para entonces? ¿Tendré familia? ¿Llevaré a mi hijo a ver el piragüismo? ¡Suerte, Madrid!
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