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Picardo

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Al final, no sabe uno si lo que se está expandiendo es Gibraltar o es Picardo. Porque los bloques de hormigón parece que se los ha zampado el ministro gibraltareño, que se está poniendo churchilliano churchilliano y encima ya tiene equipo de fútbol, con lo que cualquier día además se saca el puro. A Picardo al principio no nos lo tomábamos en serio, un poco porque se le daba por criatura estacional, cosa del verano, y otro poco porque como dijo Antonio Burgos es que es clavadito al Mani, el cantante andaluz . Tuvo siempre como un fondo de guasa en los ojos, un tipo físico tan acabado de personaje nuestro, de salir en el Quijote, que su antiespañolidad se daba por teatral. Pero ha pasado el verano y Picardo no para y su presencia es tan acusada que no se sabe si solo va contra España o si yendo contra España aspira también a formar parte de su panorama político, del sistema político español como un asteroide no sujeto a sufragio. Es decir: un sujeto informal, pero puñetero. A este paso es imaginable en el Congreso, sacándose un pecho ante Margallo o entrando en alguna coalición imposible de las que están por llegar: Veinticinco siglas coaligadas y Picardo de matute. Gibraltar venía doliendo a algunos suceptibles, pero gran parte de la población archivaba ese problema dentro de la inconcreta categoría de la soberanía. Pasaba el verano y allí quedaba la roca componiendo una postal de la historia. Ahora, sin embargo, Picardo es real. Y no sólo es real, sino que además está de buen año y es absolutamente contumaz. En sus dos mofletes vemos dos soberanías crecientes, ajenas y hostiles. Gracias a Picardo, Gibraltar empieza a dibujarse como un problema real del español. Cualquier día sale en el CIS.

 

 

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