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Los agraviados de octubre

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No hay mes de abril que no empiece con alguien citando sádicamente en los periódicos el verso de Eliot sobre el mes más cruel. Si abril es cruel, y hasta cursicruel, octubre es quizás el mes más político. Su naturaleza es ser político. No tiene la alegría inaugural de septiembre, ni está lo suficientemente cerca la navidad. Es un mes otoñal cargado de fechas con historia reciente, el mes más 78. Transicional en todos los sentidos.
Empieza fuerte con el 1-O, que recuerda la jornada de votación del referéndum independentista y la actuación policial. Aquí, el nacionalismo catalán ha sentado un episodio de victimismo histórico, ha fundado un agravio en los porrazos de la policía sobre el hecho, previo e indiscutible, de que cierta desobediencia (la de cierta gente) no admite represión. Discutible o no, ahí está: el agravio.
Una semana después, se celebra el 8-O, aquella gran manifestación que interpretaron todos a su manera, desde Borrell y su supositorial “no seáis turbas”, hasta la órbita de Cayetana y su Mariana Pineda style, los naranjistas de constitucionalismo postnacional o el PP y su España de los balcones (antecedente pavisoso del balconeo posterior). La interpretación oficial fue, en todo caso, más monarquista (institucional) que puramente nacional. El 8 de octubre abrió quizás un nuevo ciclo político con Vox, que en realidad creció entonces. Ese 80 se sintió como un alivio y una afirmación callejera de gentes silenciadas (una especie de Orgullo), pero en su recuerdo quizás se ha echado en falta algo específico.
El victimismo, el agravio, no es algo exclusivo del nacionalismo catalán. No debería ser un monopolio azucarero. Si hubo perjudicados esos días, si hubo gente pisoteada en sus derechos, fueron los catalanes no independentistas. Todos los españoles, en su conjunto, pero muy especialmente esos catalanes que además de ser perjudicados en sus derechos de modo gravísimo, fueron amedrentados.
Este 8-0 debería haber suscitado una pregunta: ¿qué se ha hecho por ellos? Porque, en el muy dudoso caso de que la justicia y su secuela penitenciaria les hubiese resarcido, queda la cuestión política (citemos aquí el inmortal “No judicialicemos la política”). Bien, no lo hagamos: ¿qué se ha hecho políticamente por ellos? ¿Qué satisfacción? ¿Qué desagravio? Y más importante: ¿qué se ha hecho para que esta situación no vuelva a suceder?
El 8-0 se debería recordar como un acto de afirmación nacional, pero también como un gran atropello sobre gentes concretas, además de un peligro muy serio. Que este atropello no haya dejado de ser interpretado como ensayo o aviso refuerza esa necesidad.

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