Mi intención inicial era hablar de estilo. De elegancia masculina, las camisas remangadas de las que hablaba Milena Busquets. Pero me lié en el post anterior con la dichosa RAE.
Es un hecho que los hombres la llevamos así ahora. Por ejemplo, todos los líderes políticos jóvenes llevan un “arremangamiento” moderado. Hemos pasado de los “descamisaos” de Guerra a los “Arremangaos” como Rivera y Sánchez. El hombre que, por la razón que sea, ya no teme aquel riesgo refranero de estirar más el brazo que la manga.
Esto da una imagen de acometida, de propósito. Antes, el gesto de remangarse era realmente el gesto de ponerse a hacer algo. Ahora no, ahora es una cosa puramente estética. Incluso lo contrario. Porque si haces algo realmente te abotonas la camisa.
Todo parte del descrédito de la camisa de manga corta. Fue unánimemente aceptado que sólo podían llevarlas vendedores de biblias o indies terminales.
La manga corta era antigua, pero además mostraba la realidad de nuestros brazos. De nuestros bracillos. En un mundo de gimnasios y musculación la realidad se bifurcaba. Si hay biceps: camiseta; si no hay biceps: a taparse.
Lo de Milena (la llamo así sin tener familiaridad alguna con ella, porque si digo Busquets parece que hablo de un mediocentro) sobre la elegancia concreta de este asunto tenía mucho sentido. No basta con llevar la camisa remangada, hay que remangarla bien.
Y bien en tres aspectos: fijeza, altura y limpieza.
Fijeza porque nos pasamos la vida remangándonos. Se convierte en un gesto afectado y demasiado coqueto. El hombre pendiente de su camisita. Siento asco de mí mismo cuando lo hago (y lo hago mucho).
Después está la altura. Ahí veremos que hay un punto adecuado.
Y por último está la limpieza o pulcritud del, digamos, “arremangado”. Algunos parece que nos hacemos torniquetes. Otros lhasta lo llevan planchado.
Normalmente obtenemos una salida de equilibrio dejando el burruño (lo remangado) a la altura del codo. Ahí parece que se queda fijo más tiempo, pero elegante elegante no es. Es un truco.
La elegancia está en dejar el “arremangamiento” en algún lugar misterioso entre la muñeca y el codo. Por lo que se ve en los medios, he ahí el punto de equilibrio. La altura idónea.
Esto está ligado a una especie de desenvoltura de tipo náutico. Hay algo como ligero y donoso en llevarla así. Una ligereza de dandy apalizable. Tengamos en cuenta (y esto creo que es importante) que el hombre actual enseña tobillo (los pinquis) y enseña muñecas (mangas remangadas). Hay una nueva sensualidad asociada a eso, y a veces permite la coincidencia fatal con accesorios como relojes o pulseras (la pulsera es un gran marcador social).
El hombre arremangado y con pulseritas parece que lleva siempre como un cascabeleo.
En fin, no me alargo. Ese arremangamiento es moda y algo inevitable, pero contiene algo de impostura. La manga doblada en cierta forma da volumen al brazo y nos sienta mejor. Podría decirse que remangarse es la nueva hombrera.
Lo sincero era la manga corta. Esto es otro camelo.
A veces tiendo a ver el remangado como el equivalente superior del pantalón pitillo. Sucede en ráfagas de claridad. Veo pitillos inferiores y pitillos superiores. Todos pitillos. Unos asociados al tronismo, otros a cierta prestancia, pero idénticos finalmente en espíritu.
El hombre que sepa volver a la manga corta y llevarla bien, con un brazo justo, ese hombre será el elegante absoluto y el original.
Claro que el problema es infinito. ¿Qué es, ahora mismo, un brazo justo? ¡Vivimos en la mentira anatómica!
Tema complejo al que habrá que volver.