El Sahara produce un fenómeno curioso. Hay ocasiones en que cierta izquierda y cierta derecha coinciden sobre la cuestión. Los saharauis provocan una solidaridad que ahora se llamaría transversal. En la izquierda (no el PSOE) esto es muy acusado y muy comprensible. Los comunistas y sus epígonos han apoyado siempre fenómenos de expansión nacional, descolonización y autodeterminación frente a los imperios. La alianza entre la izquierda y el nacionalismo separatista es un hecho indudable en nuestro país.
Pero en lo del Sahara hay algo más. Es una buena causa perdida que excita el romanticismo de este tipo de gente, y permite una solidaridad humana real y efectiva con las personas de allí. Todos hemos conocido algún niño saharaui, como conocimos niños de Chernobil. Tampoco es descartable que haya una molécula de patriotismo en la cuestion, pues eso fue España y español fue el papelón de venderlos a Mohamed. La vergüenza está ahí (si se está dotado físicamente de vergüenza).
El Sahara permite el ejercicio de una solidaridad real pero lo suficientemente remota. Como causa yo creo que es de las mejores posibles. Cuando un actor, por ejemplo, se va al Tibet, a la India, a Cuba, parece siempre un intruso, un turista del ideal, pero en el Sahara hay algo legítimo y nuestro. Parece que el aventurerismo es menor, que el escenario es pertinente.
Este posicionamiento anticolonial, tan propio de la izquierda, desaparece, sin embargo, cuando surge Gibraltar en la conversación. Gibraltar es una colonia, es un hecho económico de parasitismo y desigualdad manifiesta y exageradísima (el contraste de renta con La Línea se ve, si se ve, en pocos lugares del mundo), es un enclave militar y, por si fuera poco, un ejemplo de gamberrismo medioambiental, pero les da igual. Les da absolutamente igual. Con Gibraltar, el anticolonialismo de la izquierda española se diluye, se evapora. No les produce el más mínimo estímulo.
El colonialismo les parece un horror de la historia, algo que hay que borrar no solo del mapa, sino de las actitudes. Hay que eliminar sus efectos culturales, sociales. Borrarlo hasta de las películas del Pato Donald. La descolonización ha de ser completa y universal… menos en España. Gibraltar puede ampliarse y hacer pisos hasta Tarifa, que dará igual.
El anticolonialismo de la izquierda española llega hasta donde llega. Hasta aquí. Pero no es lo único. Su ‘antirracismo’ y su aversión a las fronteras tiene también un límite ibérico. Las formas de matizado racismo de los nacionalismos norteños españoles no les producen la más mínima antipatía, y si se la producen, se la comen como una bolita de papel. En silencio y disciplinadamente. Tampoco las barreras de entrada y movimiento que levanta el nacionalismo. Así, Mónica Oltra (que quizá debería permanecer callada) quiere recibir a los menores de la última no-invasión con una hospitalidad que no merecen los madrileños. El covid da igual y, por supuesto, el idioma. Se les aplicará una inmersión lingüística para que reciban la comunión cultural local (el ser, lo propio) porque se les quiere y respeta en su diversidad, ¡no como una Le Pen cualquiera!
O sea, los inmigrantes pueden entrar a España como quieran, pero dentro de España ya veremos cómo.
El rencor antinacional de la izquierda (complicado por el entuerto psiquiátrico de haber salido del franquismo con empleo y piso) empata o supera el posible antiimperialismo que pueda suscitar Gibraltar. Y si ayudar al Sahara y sus justas reivindicaciones exigiera una España fortalecida y autónoma, es muy probable que su apoyo a la causa se relativizara bastante.
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