Ayer por la tarde Nieves Herrero entrevistó a José María García en 13TV (“¡sinergia de grupo!”). También estaban Paloma Barrientos y Carmen Lomana. A García gusta oírlo hasta retransmitiendo el florecimiento de una petunia. Qué tío. En un momento dado interrumpió a la Barrientos: “¡Párate ahí!”. Esa expresión mágica fusionaba dos butanismos clásicos, el para la cinta y el cállate, Estrada. García invento el redactor-bobina. El caso es que le preguntaron por Pablo Iglesias y se produjo un instante, que se alargó, en el que dudó: “Pablo…”. Esperábamos ansiosos que entonces rompiera con el mítico Pablo, Pablito, Pablete. Nos las prometíamos muy felices. ¡Pero no! Resulta que a García le cae bien Pablo Iglesias. Y no es el único, como el Tuerka es listo y es mejor que Inda le empezábamos a tomar cariño. Hombre, ¿no va a ser mejor dialécticamente si sale de la cantera asamblearia del debatirlo todo?
Pero hoy ha demostrado de qué está hecho su discurso y, sobre todo, su talante. Su solicitud de referéndum es contraria a la constitución, al sentido de la responsabilidad y casi diría que a la prudencia. Sus prisas son exasperantes y el tono, que comparte con el ínclito Monedero y con Tania Sánchez Melero, de IU, resulta poco apropiado para el debate público. A veces resulta agresivo. “Soy politólogo, estoy acostumbrado a usar palabras feas”. Palabras feas dichas horriblemente, como cuando dice que el pueblo debe empoderarse. Son los jóvenes airados, de una soberbia dogmática disparatada. Están muy enfadados y hablan desde una altura moral y un virtuosismo puritano. Puritanismo del low cost (hay en ellos un punto de ruptura afectiva formal, de desafección total). La mitad lo despachan con el ad hominem “son casta” (¡tus castas! Dicen en Cádiz). Y el resto lo resuelven con la apelación al pueblo, que lo va a decidir todo y que tendrá renta básica.
Antes de pedir referéndum, las televisiones nos sacaban a Iglesias viajando en Ryanair. ¿Pero qué sistema es el que sólo funciona si figuran virtuosos?
A Pablo Iglesias y su Podemos se le ha visto el cartón. Y el cartón es inquietante. No estamos ante un integrador. Quizás después. Ha calibrado el potencial de votos y va a por todas. “El 78 ha muerto”. La labor de concordia se supone que también. Antes que una cuestión de derechas e izquierdas, empieza a parecer que la izquierda debería hacer un arreglo interno. En su rompimiento generacional, su culto a la juventud, rompen también con el PSOE años ochenta y con Carrillo. No parecen tener más referencia que la II República.
Y ni la corrupción ni el paro son, en sí mismos, elementos legitimadores. Durante todo el día se ha pedido con una ligereza sorprendente que se reformara el sistema con un proceso constituyente del birlibirloque. Iglesias, pidiendo que el pueblo ingenuamente se exprese, está engañando al personal, al que no dice claramente que eso abre la caja de Pandora, la tía, que ya se había retirado del oficio.
Pero con el argumento de la corrupción, la izquierda no hace sino recoger un mantra argumental de la derecha. Cuántas veces no hemos asistido a operaciones de deslegitimación por corrupción…
Pablo Iglesias es dialécticamente una revolución política. Algo raro, una degradación intelectual unida a una mejor capacidad de lanzar mensajes. Es lamentable en el fondo, pero irrumpe en el debate Valenciano-Cañete, el uno absorto, la otra echándose selfies, como un rapero en un salón de té.
El ritmo, lo que se dice y cómo, ha cambiado en estos meses. Estamos en una nueva retórica. Mayor dureza. Ante esto, la derecha ha de democratizar (popularizar, flexibilizar, refrescar) sus procesos de elección. La izquierda, recuperar el brillo intelectual y volver a ser capaz de ocupar el centro del sistema.
Ahora bien. Iglesias el sábado en prime time, el domingo, y en Cuatro y La Sexta durante todo el día de hoy. ¿Por qué? ¿Tiene la audiencia de Rosa Benito?
En esta situación, la abdicación del Rey es valiosísima. De producirse después, el Parlamento podría serle tan ajeno que peligrara aún más el sistema. Si uno se para a pensar (y hoy era dia para ello), lo que parecía lejanísimo ya no lo es tanto. Hay cosas del sistema que no peligraron con ETA y ahora sí. La monarquía parlamentaria se sostiene sobre la Corona, pero también sobre las estructuras de los partidos políticos. La primera ha hecho su trabajo, ahora es cosa de ellos.
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