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El partido digital

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En la campaña del PP se ha visto una evolución hacia el humor culminada en el tuit de las gafas en el espacio. Quizás excesivo, tampoco se trataba de convertir al presidente en Steve Urkel, pero es una evolución. Los vídeos del PP han ido adquiriendo la capacidad de asumir la visión del otro, la visión que el otro tiene de él y manejarla. Eso hizo con el hipster. Humor, ironía, autoconciencia, diez años tarde.
Tiene algo de derrota, asumir los estereotipos, pero quizás sea la mejor manera de tratar con ellos y lograr desactivarlos.
En esto hubo una feliz evolución a lo largo de la legislatura. Me acuerdo del que hicieron alrededor de una mesa, tomando café. Arenas miraba como Campo Vidal, lleno de estupor, y Rajoy servía el café con un gesto muy raro, hasta divertido, que luego supimos era el habitual. Había espacios muertos que casi pedían el meme, silencios propicios para la manipulación posterior.
Otro fue el vídeo del catalán. Salían pronunciando en catalán y los esfuerzos fonológicos les transformaban el careto hasta extremos grotescos. Rafael Hernando diciento “t’estimo” parecía alguien con parálisis facial
Es decir, que les costó, y antes de ser capaces de reírse de sí mismos pasaron por una errática fase de autoparodia, una autoparodia sin querer, a su pesar.
Al exponerse, al enseñarse, Rajoy se hizo carne de meme. Es la mejor materia prima para ello. Rajoy ha dado lugar a los más fabulosos memes del año, el del Rajodzilla y el de Rajoy como campeón de los cien metros lisos.
Eso no creo que sea del todo malo para sus intereses, aunque ilustra una brecha. Cada vez que sale, su imagen es transformada y lo que se difunde no es la original, sino su manipulación.
Los partidos producen imágenes para su manufactura. Ofrecen contenidos que luego no controlan.
Pero además de esto, hay algo en ese partido que debería cambiar. Quizás podría aprender de los demás, incluso de los “populismos”. De lo popular a lo populista quizás haya un intermedio (populachero no…). Necesitaríamos, mejor, el prefijo “demos”. Lo democrático, pero incluso sin llegar a eso: la democonsciente, lo demofílico, lo demotécnico, lo demológico… La democratización, siquiera aparente, de sus estructuras y de sus métodos de elección no sólo daría cumplimiento al mandato constitucional, sino que sería, por así decirlo, una herramienta de eficiencia.
La democracia reduce (no elimina) la tendencia a la corrupción y al aislamiento de las élites. La lejanía social y hasta diría que territorial. Lo haría más permeable, más poroso. Es decir, que incorporaría quizás algo de tensión, de estímulo, de abajo hacia arriba. Lo digital frente a lo “digital”.
La transmisión dedocrática del poder tiene dificultades serias en un momento en el que las cosas cambian rápido. Es una transmisión de embelesamientos sucesivos, de extrañamientos. Convierte al partido en un sistema casi budista. Monjes aislados, en la cima espiritual del poder: de buda a buda.
Los partidos necesitan líderes telegénicos, persuasivos, reales, que hablen el mismo idioma. La autenticidad es un valor desde el rock. La dedocracia es esclava de su cohorte generacional, va de arriba hacia abajo, de lo viejo a lo nuevo. La democracia es una buena herramienta de actualización. Obliga a estructuras más blandas, a mayor flexibilidad.
El envejecimiento dedocrático es aún más pronunciado si se le compara con el ramalazo populista y su (vieja) revolución en la captación de “sensibilidades”.

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