Tanta es la sensibilidad española con el terrorismo que la primera reacción política tras el atentado de Boston no la ha tomado EEUU, sino la propia España. El cónsul se tendrá que ir despidiendo del bar de Cheer’s. Además de lo suyo, las autoridades estudian reforzar la seguridad de los maratones y en la tele nos sacan atletas de exultante delgadez diciendo que “no tenemos que renunciar a nuestros sueños”. ¿Acaso se interpreta que el atentado iba dirigido contra el maratón por ser precisamente un maratón? ¿Son un objetivo terrorista las carreras populares? ¿Pudieran sentirse amenazados los triatletas por lo que tienen de corredores? Personas adultas afirman que el atentado fortalece más, si cabe, su deseo de correr maratones. Hay gente que incluso amenaza con romper décadas de sedentarismo y calzarse unas Asics por puro compromiso. Y es que hay una propensión a sentirse incumbido que resulta absurda. Pero lo antipático ha sido lo del cónsul, que a estas horas debe estar lamentando haber contestado la llamada de Marca TV. Tras escuchar su intervención, queda claro que tanto como su inacción irrita (verbo democrático) su tono, ciertamente rutinario, que contrasta aún más con el soniquete dramático de los periodistas deportivos que le entrevistaban (fue una noche de emocionante periodismo: un tío deslizaba continuamente su dedo índice por la pantalla del ipad como si acariciase el lomo de un gato recién nacido).
El cónsul estaba en su “casa personal”; seguro que en babuchas, y en lugar de movilizarse a sí mismo y abrir su garito y ser muy enfático, remitió a los hospitales de Boston, que no es precisamente una remota ciudad africana en guerra civil. Todo como si no fuera del todo con él, cuando en España algunos cojos ya se estaban apuntando a la maratón de Móstoles.
En el país del frenesí post-terrorista, al cónsul los del Marca le pillaron en babuchas (como han querido pillar a Mourinho todo este tiempo), en lugar de estar socorriendo víctimas como una enfermera de Hemingway.
Pero es que si hubiera así, sí, claro, hubiera sido un cónsul ejemplar, ¿pero quién quiere cónsules ejemplares? Ejemplar puede serlo cualquiera, puede serlo hasta un alcalde, pero cónsul… Ese cónsul distante, poco avisado, estaba siendo un verdadero cónsul. Lo consular es lejanía, españolidad lejana, es decir, también lejanía del histérico modo de pensar del español.
El cónsul tiene la función de llevar una vida exenta y el diplomático es un ser que mitiga su españolidad con la distancia, señores un poco al margen de las corrientes sentimentales y populares del país, de las modas del pensar castizo. Sería decepcionante encontrar en el cónsul la solícita demagogia de un candidato regional. Pundonores de concejal. Indignaciones de escrachador o ejemplaridades de liberal sube-impuestos. El cónsul hubiera quedado muy bien afectando una mayor tensión, abriendo el consulado y dando su móvil personal en antena. Ya lo ha dicho Margallo: cuando hay vidas de compatriotas (no vidas humanas, ¡vidas más que humanas!), se está a trabajar. No llamando a hospitales ni contestando a medios de comunicación nacionales, no: trabajando. No podrá extrañar que, próximamente, al bajar del avión en algún destino lejos de España, encontremos en el aeropuerto a un señor con blazer sosteniendo un cartel que diga: “soy su cónsul”.
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