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El alcalde superhéroe

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Aunque los motivos no son del todo claros, es evidente que Almeida, el alcalde Almeida, sale reforzado de la crisis del coronavirus.
Cae bien y además hay gente muy dispuesta a que le caiga bien, lo que provocó desde el principio una especie de adulación de ecos churchillianos. Almeida era el encargado de decirnos el “sangre, sudor y lágrimas”.
Almeida tiene algunos atributos básicos que lo explican.
El primero es no ser Pedro Sánchez. Por comparación, cualquier ser humano articulado y responsable nos parece Sagasta.
El segundo es que es simpático. Pone las cejas oblicuas como Emilio Aragón, lo que resulta imbatible.
Tercero, y muy importante, es que es abogado del Estado, la profesión política por excelencia en la derecha. En su bio de Twitter lo tiene puesto antes que lo de alcalde de Madrid.
Almeida tiene, además, la virtud de la fluencia. Se enrolla que da gusto y enlaza palabras y frases con la soltura de un opositor. Esto deslumbra, nos resulta deslumbrante. Dice cosas como “hay que reactivar la actividad”, y cuando transmite algo no se conforma con una sola cosa, sino que nos transmite “la confianza, la certeza, la seguridad…”. Para él, “la prioridad opera en dos ámbitos y debe pivotar sobre otros dos elementos esenciales”. La prioridad opera pivotante…

Así que tiene las cejas de Emilio Aragón, se “lo sabe” como Abogado del Estado que es, tiene el verbo legal y un poco cantinflesco de las “prioridades operativas y pivotantes”, pero además es el hombre de la concordia. Es el político de la derecha que logra el acuerdo con los grupos. El modelo, el ejemplo, el “así sí”. Por eso hay quien le llama Almeidón, en homenaje a Gallardón.

Pero no contento con todo esto, el Alcalde Almeida ha ido proyectando una imagen de sí aún más perfilada. Por si fuera poco lo anterior, cultiva otros elementos muy característicos.

Si sale posando, a menudo posa con los brazos cruzados, dando una impresión de resolución, de acción, de pronta respuesta.
También le gusta salir en solitario. Posa solo frente a un Madrid desértico que él vigila. Esas fotos son de dos tipos: en unas tiene Madrid a su espalda, reforzando la imagen protectora, y en otras lo tiene delante, remarcando su acción vigilante, un poco aguileña, tutelar. Almeida vela por nosotros. Se fotografía con la ciudad como el guardia de seguridad en el polígono. “Guardo la nave, ciudadanos”.
Entonces, el alcalde hiperjurídico de gestos un poco miliquitescos adopta una posición de Batman, de superhéroe. Se hace alcalde vigía, alcalde oteador. Se produce un desdoble, ese desdoblamiento de Superman, la doble naturaleza del superhéroe urbano, que es una cosa y a la vez la otra. Ese efecto está reforzado por la mascarilla, que en su caso es enorme dado el importante apéndice nasal. Es la mascarilla-embozo, la mascarilla-marca como El Zorro, Superman o Batman.

Así, el alcalde estudioso, encantador, yernable (de yerno) de día, adquiere un matiz físico, callejero, “proactivo”, que diría él. Es un alcalde de despacho y otro que imaginamos a la altura de las azoteas, o sobre las farolas, como las palomas.

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