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Conmoción de censura

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Fue sólida la intervención de Garriga. Se presentó ante el público el candidato de Vox en Cataluña. Un hombre joven, quizás con un perfil más suavizado que sus compañeros. Además es negro o de color, cosa que no le evitará ser acusado de fascista (daba un empaque derechista a su traje).
Garriga se centró en la gestión específica del coronavirus, aunque no solo. Habló al inicio de “alerta”, porque la moción tuvo varias dimensiones, y una, no pequeña, fue ser alarma, aldabonazo, y aviso al español. Vox no se retractó de nada de lo que suele decir y además añadió nuevos argumentos a su ya firme oposición. Garriga recordó lo del “gobierno ilegítimo”, y después de restregarle a Sánchez sus mentiras, pasó a la gestión “criminal y negligente” de la pandemia. La considera así por el 8M (“Guantes morados para protegerse ustedes”) pero también por la ocultación de información, según un calendario de evidencias que Garriga enumeró. La tercera pata de la gestión sería haber acelerado estos meses la implantación de una agenda ideológica, algo que, sin ser explicado del todo, parece achacarse a una doble manifestación: por un lado, afianzarse y fortalecerse en el poder penetrando todas las instituciones (sólo “sale más fuerte” el gobierno); por otro, dinamizar una agenda política movida por un “delirio ideológico”. Ese fue el eje de la intervención de Garriga, solo aparentemente confusa. Garriga trató de explicar que, desde la gestión del virus hasta el último proyecto del gobierno, todo está animados por una ideología alejada “de la calle, de la realidad”. Eso fue lo que vertebró la intervención de Garriga, la denuncia de un encastillamiento que se habría acentuado en la pandemia, utilizada por el gobierno para fortalcerse a costa de las distintas instituciones del Estado. España, así, se habría desprotegido, debilitado, mientras el gobierno hacía lo contrario. Ciertamente, esto no lo han hecho en otros países.

Garriga fue duro y acabó con un “Dios bendiga a España” y Abascal no dejó que cayera el ritmo. Comenzó reafirmándose, retador: se trata del peor gobierno en 80 años, y el peor del mundo en la gestión concreta de la pandemia. Los primeros minutos fueron como una sucesión de mandobles de Bud Spenser. Casi sonaban los argumentos en las mejillas ajenas.
Pero el discurso de Abascal impugnó la mayor y sin apenas mencionar al PP (sólo una vez, para pedirles el voto) lo mandó al desván de la historia construyendo uno de los discursos más importantes que nos ha sido dado escuchar a una generación de españoles. Si Garriga había “alertado” al ciudadano, Abascal aprovechó la moción para conmocionarlo, para sacudirlo estableciendo un marco nuevo, un campo nuevo de juego. No se guardó nada. Hasta presentó la Iberosfera, que en una España antiespañola será entendida como una extravagancia incomprensible. Como suele citar un amigo (al que menciono en justo reconocimiento), hay que “ampliar el campo de batalla”, a lo Houellebecq, y eso hizo Abascal: un titánico esfuerzo por dibujar una España posible en un marco distinto, por liberarla de algo más que un gobierno (porque es algo más que un gobierno). Fue muy importante cuando se dirigió con la mirada a Casado ofreciéndole construir una alternativa cultural, política y económica. No solo una suma de votos (útiles y utilísimos) sino otra cosa. Una nueva síntesis, una nueva posición política. Eso es lo que presentó Abascal, pulverizando el marco de la oposición conocida en España.
Si Garriga habló de la gestión sanitaria y de los aspectos concretos de la propuesta ideológica de los últimos meses, Abascal, sin abandonarlos, conectó la gestión con flujos y órbitas mayores. Esto no fue ocioso. Al final del discurso deseó que España “volviera a mirar hacia fuera”. Quiso sacar a España de su ovillo, de su posición fetal, de su postración localista y ombliguera, desperezarla, colocarla de nuevo en el Mundo. Abascal pudo propiciar que el español que mirase el debate saliera de años y años de estrechez ideológica, estratégica y geopolítica mediante su defensa del Estado Nación como base democrática y cauce nacional. Ese fue el núcleo: defender la forma política y defender su contenido: “Nadie nos va a rescatar. A España la rescatará España”. Cada aspecto de su discurso planteó la tarea de una recuperación, una recuperación de soberanía: política, económica, energética… Una recuperación de España por los propios españoles, un ejercicio de reapoderamiento nacional que llegaría a lo físico con la recuperación, fertilizada, de la España Vacía. Una especie de reocupación. El proceso, lento, empezaría devolviendo la opinión a los españoles tras un gobierno plural de concentración: unas nuevas elecciones para que decidan.
Abascal insistió en la “estafa” electoral de Sánchez como ilegitimidad de origen, pero fue más allá, conectando al gobierno de Sánchez con fuerzas concretas del exterior: por un lado, Soros (primer visitante de Sánchez en Moncloa, según su acusación); por otro, el foro de Sao Paulo o Grupo de Puebla. Agenda globalista y narcocomunismo como instancias tutelares de un gobierno que se sitúa en el centro de una España “desvalijada” en su soberanía por arriba (la UE) y por abajo, el separatismo.
Abascal quiso recolocar a España en el contexto internacional de la recuperación del Estado-Nación y la bilateralidad, con Trump y frente a China y el despotismo suave o benévolo de la UE como modelo para una España exangüe.
Abascal fue durísimo con el gobierno-“mafia”. Lo fue con la izquierda, sin contemplaciones, dibujándose como enemigo ideológico absoluto (las mascarillas no podían ocultar las miradas), señalando la presencia de Enrique de Santiago, abogado de las FARC, y las responsabilidades personales y directas de Iglesias en la muerte de de ancianos en las residencias y en la llamada “antifascista” que “promueve la violencia política”; también lo fue con los nacionalistas, a los que bautizó como “renegados”, término que es probable se generalice. Renegados de su patria, vino a decir, y endureció aún más su discurso negándoles a los “conjurados contra la Constitución” la condición de legítimos diputados.
Tras subrayar la ilegilitimidad y negligencia del gobierno, Abascal fue más allá situándolo en contextos más amplios, pinchando así burbujas de propaganda sucesivas: el mencionado consenso con los separatistas, las conexiones del gobierno con intereses extranjeros (Soros, mafias de inmigración ilegal, Foro Sao Paulo…), la UE como burocracia desencadenada y no democrática, el conjunto de instituciones mundiales como la OMS, y la sumisión a China con el virus y antes del virus con la competencia económica pseudoesclavista… Eran cosas que no se habían escuchado allí, que estrenaban la acústica parlamentaria.
Establecido ese marco, quedó clara una de las partes por donde España se desangra en su soberanía. Quedaba la otra, la interior, y aquí Abascal hizo una crítica feroz a las autonomías, proponiendo la provincia como planta territorial más adecuada para la diversidad de España (varias veces habló de diversidad).
Las comunidades como monstruo económico, destructor de la unidad de mercado y de la unión entre españoles, “parque temático del derecho administrativo” y a la vez como una de las soluciones. Porque Abascal propuso una agenda de libertad económica, bajada de impuestos, y desmantelamiento autonómico y del “gasto público innecesario” (algo así como nuestro propio Swamp) para financiar el gasto social (disyuntiva: autonomías o pensiones). Vaciar y desmontar lo autonómico (empezaría por una devolución de competencias) como condición para el sostenimiento del Estado de bienestar y la soberanía financiera.
Se vio en ese punto, en lo económico, un Abascal distinto, más creativo, y esto quizás fue lo mejor de la mañana. Como otro hito de la oposición frontal al bloque ideológico en el que España está sumida, propuso superar el ecologismo actual por el conservacionismo (pasar de la divinizada Madre Tierra al Legado de Nuestros Padres) con una propuesta que nos devuelve a la agenda reformista hidrológica: la interconexión de todas las cuencas españolas para llenar de regadío la España interior, vaciada, reforestándola, convirtiéndola en un “sumidero de CO2”, un paraíso físico y medioambental que sería asombro de Europa y pulmón no solo metafórico de una España nueva. A partir de esa reapropiación física de España (no solo la soberanía, también el espacio muerto, desertizado, desértico de su Interior-identificable con su historia como escenario abandonado), una mejoría medioambiental que permitiera la “soberanía (de nuevo la soberanía) energética como primer paso para una reindustrialización, acompañada de una relocalización de puestos de trabajo.
Se vio ahí un Abascal reformista, nacional, ambicioso, visionario que planteaba un proyecto alternativo a la resignada postración ideológica y ajena del 2030 y a una España intervenida por acreedores, organismos supranacionales, pactos secesionistas (Sánchez=ZP+ETA+actores de la DUI catalana) e imposiciones globalistas económicas o ideológicas. Dibujó una España maniatada, encadenada e intervenida por agentes extractores de sus recursos y energía, y lo hizo desde una perspectiva ya muy perfilada, dando voz al trabajador y a la clase media, al español no madrileño y al no urbano. Un español un poco improbable, nada televisivo, que Abascal lleva al Congreso.
Se conocía la opinión de Vox sobre la gestión socialista y sobre el cariz ideológico de la coalición gubernamental, pero en esta moción conmocionante de censura, fueron más allá presentando una derecha alternativa que cuestiona críticamente todos los marcos establecidos y ofrece una recuperación de la soberanía nacional (en todo salvo en lo crucial, el régimen electoral y político).
¿Qué sentido tendrá? ¿Qué función? No se ha dirigido contra el PP, no se ha mencionado al PP, pero la fuerza impugnadora y la energía de Vox excede con mucho las posibilidades de Casado. Abascal habló con dureza a Sánchez, pero era a él a quien destrozaba. Aportó al Parlamento una nueva visión del mundo, una imagen distinta y actualizada del planeta y sus corrientes en la que situar a España. No fue una alternativa de gobierno, sino más bien una propuesta de recuperación nacional. Si la propaganda y sus inercias no fueran tan fuertes, si sus propuestas no sonaran a guitarrista de rock que interrumpe una tuna consensual, a despliegue ideológico marciano, a impugnación de todo lo que nos dice nuestro cuñado (por fin), se diría que el discurso de Abascal ha cambiado la derecha española dándole un nuevo liderazgo y abriendo nuevas ventanas y perspectivas. A la vez, asegura un espacio para Casado, porque el abismo entre Abascal y la izquierda es tan grande que necesitará un traductor. Sin que esto sirva, por supuesto, para que se encele Edmundo Bal.

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