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Cobra Khan

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Tras varios visionados de la actuación de Chenoa y Bisbal, a la que he aplicado una moviola en toda regla, no puedo decidir si hay o no cobra. Creo que se trata más bien de un “desencuentro”. La cobra, para ser cobra, ha de llevar la intención de “beso en los morros” o de un “te como la boca”, y Chenoa no creo que llegase tan lejos en su pasión por Bisbal (pasión que desde luego existe).

Lo que sucede es que Bisbal manda mucho. Toda la actuación la hace con ella cogida de la mano, graduándola, acercándola y alejándola a su antojo como si fuera otro micro. El micro, por cierto, sí que se llevó un beso.

En ese momento hay un lapsus muy gracioso cuando él toma la palabra para dirigirse al público, al que él llama “mi gente bonita”:

-Para mí ha sido un privilegio poder cantar CONMIGO y revivir este momento contigo.

Es ahí cuando Bisbal besa, pero besa el micro, como quien se besa el pulgar después de persignarse, otro gesto muy bisbaliano.

Más cortante fue la diferencia entre el “Chenoa, te tengo mucho cariño” y el “te quiero, David”. Ahí si hubo una cobra sentimental. Todos tenemos la sensación de que la novia de Bisbal puso algunas restricciones a la efusividad del cantante. Las novias de Bisbal caen mal porque pensamos que nos lo restringen. Es duro lo que voy a decir, pero creo que al cantante no se le perdona que cambiara de novia en su ascenso. ¡Se le pedía ese sacrificio!

El dúo fue muy emocionante. Incluso los que no éramos de Bisbal (yo era de Manu Tenorio) caemos de rodillas ante su talento. Bisbal es misterioso. Aún eran reconocibles algunos de sus guiños. Dio algún giro de 360 grados, y también tuvo ese momento en que mientras ella cantaba él hacía el gesto pélvico, el meneíto pélvico, con una sonrisa picarona y los brazos abiertos con su inconfundible estilo de sirtaki almeriense.

Bisbal es un estrellón, un maestro de ceremonias, pero aún había bisbalidades en las que todos nos reconocimos. Esos arrebatos que le dan que ya no se resuelven en patadas, sino en gorgoritos o súbitos respingos. ¿Por qué han encauzado tanto la energía bisbaliana, su espontaneidad?

Bisbal da siempre la sensación de eterno pulimiento imposible, pues Bisbal siempre es Bisbal, es irreprimible.

La gala tuvo muchos momentos maravillosos, fue como el redescubrimiento de una mina de rubíes; algo muy fuerte pide escribir sobre Alejandro Parreño, Juan Camus y Naím Thomas, pero ese “algo” ha de ser reprimido.

España ya no es de Rosa, consumida su figura en miedos, problemas de autoestima y dietas eternas, sino de Chenoa. Y en esa época no lo era. Hay que recordar que Chenoa caía mal; Chenoa, se decía, era prepotente y orgullosa. Incluso había quien no olvidaba que en realidad era italiana y se llamaba Laura Corradini Falomir. En esa época no se sabía entender su fuerte personalidad. Tuvo que sufrir, tuvo que ser dejada y regalar el momento (de inequívocos tonos pantojiles) del chándal y el clínex para entrar en el sádico corazón de los españoles, y, sobre todo, de las españolas.

Ahí incluso hubo conatos de odio a Bisbal, que es un ídolo nato y no lo merece.

En Chenoa había algo de Malú, es decir, de perpetuadora del agravio treintañero, que por fortuna no se desarrolló.

No hubo cobra reglamentaria, por tanto, pero Chenoa sí se quedó un poco con el molde. Miró a otro lado, echó mano del socorro de su flequillo. En la actuación, ella abre la boca, oferente, mientras que Bisbal encara los acercamientos con el boquino muy apretado. La diferencia es grande. Ella quizás ame, y si no ama, sí representó el momento “recaída”. Chenoa plasmó en el escenario esa realidad humana. Bisbal no, Bisbal la miraba con nostálgica amistad, erotismo sólo lo hubo paródico en su acercamiento pélvico, pero va a quedar como Cobra Khan, lo cual no deja de ser injusto.

Es lo que tienen de malo los revival. El “Escondidos” original será dominado por este otro, tan distinto, tan asimétrico. Ojalá haya futuros encuentros y ese dúo vaya tomando nueva forma. 

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