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Blogs Salsa de chiles por Carlos Maribona

Un día en Master Chef

Un día en Master Chef
Carlos Maribona el

Lo sé. Siempre he sido muy crítico con los “reality” sobre cocina. Entre ellos, Master Chef. De hecho, hasta el lunes pasado no había visto ni un solo programa de esta temporada, ni de los anteriores. Me parece que convertirlo todo en un espectáculo, como hace la televisión, no le hace ningún favor a la cocina. Por eso muchos de ustedes se sorprenderían de verme aparecer en la pantalla en el programa del pasado lunes, la semifinal de esta edición. Se lo explico.

Me habían invitado bastantes veces a participar en este Master Chef y en otros programas similares. Y siempre me había negado. Personalmente, y en contra de la opinión de muchos colegas y de la mayor parte de los cocineros, creo que no aportan nada porque prima el show sobre todo lo demás. Lo importante es el casting. La señora mayor, el desestructurado, los dos gallitos que se pelean, el de origen humilde, la aristócrata… no son más que piezas de un engranaje muy bien pensado para generar audiencia, pero no para poner en valor la cocina. Aunque de allí hayan salido luego cocineros con recorrido. Que lo cortés no quita lo valiente.

Sin embargo, esta vez fue Magda Castañón, extremeña de pro (de Zafra para ser más concreto), coordinadora de cocineros en Master Chef y buena amiga, la que me insistió para que acudiera a una grabación. Por un lado la insistencia de Magda, por otro esa curiosidad periodística por conocer desde dentro el programa, y por otro un momento de debilidad hicieron que dijera que sí. Me convocaron para un día de finales de marzo, pero el confinamiento obligó a suspenderlo todo. Pensé, sinceramente, que me había librado. Pero a mediados de abril volvió a llamarme Magda. Ya había fecha. Con todas las precauciones del mundo (creo que los sindicatos de RTVE apretaron mucho, incluso querían que no se grabara), la semifinal en la que íbamos a intervenir cuatro especialistas del mundo gastronómico (lo del Olimpo de la crítica que luego escuché a Jordi Cruz era una exageración más de un programa exagerado) se grabaría el 4 de mayo. Al menos la parte que nos correspondía.

En el comedor, con los presentadores, María Ritter, Borja Matoses y Andrés Rodríguez

Así que el lunes 4 de mayo, una fecha en la que yo apenas había salido de casa (algunas compras y nada más), un coche enviado por la productora me recogía en la puerta para llevarme a los estudios donde se graba el programa, en Fuente Saz del Jarama. Con mi mascarilla puesta iba teniendo ante mis ojos un Madrid y un campo que llevaba cerca de cincuenta días sin ver. Una sensación extraña.

Nada más llegar a los estudios, Magda ya estaba en la puerta. Y con ella mi amigo y colega Andrés Rodríguez, presidente de Spain Media que edita Tapas, Forbes y otras muchas revistas de interés. Codo con codo y primera conversación en vivo con alguien ajeno a mi familia en casi un mes. Lo primero, toma de temperatura y un pinchazo para detectar un posible coronavirus. Tranquilidad, todo estaba bien. Y luego a los camerinos para reunirnos con los otros participantes en esta sesión de “críticos”. Mi también amigo Borja Matoses, que acababa de llegar, vía Barcelona, de Mallorca, donde pasaba el confinamiento y que contaba, con cierto asombro, que no había tenido un solo control en el largo viaje, ni en los aeropuertos de Menorca y Barcelona, ni en las estaciones de Sants y Atocha. Y también María Ritter, la directora de la Guía Repsol, con la que no he tenido mucho trato.

Larga espera en los pasillos antes de acercarnos al set de grabación. Pensaba que nos tendrían que maquillar, pero nada de nada. Hasta ese momento apenas teníamos idea de cuál sería nuestro papel. Unas leves indicaciones de Magda, pero poco más. Por aquello del coronavirus, en lugar de sentarnos los cuatro en una mesa lo teníamos que hacer de dos en dos. En la del fondo María y Borja. Andrés y yo en la más cercana a la puerta (qué alivio, no tenía que cruzar el plató entero). Unos minutos de espera y Pepe Rodríguez anunció nuestros nombres. Entrada “triunfal” para ocupar la mesa. A la izquierda, el jurado. Pepe, Jordi Cruz y Samantha Vallejo-Nájera. A la derecha, los concursantes, bastante nerviosos. Luego, cuando vi el programa, me enteré de que habíamos entrado justo detrás de Paz Vega. Pero ni rastro de ella. Cosas de las grabaciones. Lo que sí estaban en las mesas eran los seis platos que habían hecho los concursantes y que teníamos que valorar. O al menos a eso habíamos ido.

Mala leche de los productores. Vaya plato más complicado. Creo que incluso una buena parte de cocineros profesionales no habrían sido capaces de ejecutarlo dignamente. Una infusión de quesos en un caldo de doce verduras, esferificaciones incluidas. Plato que tiene Jordi Cruz en Abac, pero en un plató de televisión resulta especialmente difícil de ejecutar. Así que todo fue bastante desastroso. Uno sólo tenía caldo, y completamente quemado, a otros le faltaban varias esferificaciones o estaban rotas, los caldos, en general, muy planos de sabor, faltos de elementos. Nada que ver con el que previamente nos dieron a probar, el original de Jordi.

Compartiendo mesa y criterios con mi amigo Andrés Rodríguez

Así que allí hicimos lo que pudimos. Decir lo que pensábamos pero sin ser demasiado duros. Unos comentarios para las cámaras, caras de circunstancias, contestar dignamente a las preguntas de Pepe… ¿Qué tiene que tener un plato para que te guste?, me preguntó. “Que esté rico”, contesté, aunque luego añadí un par de cosas, como la aparente sencillez o el equilibrio. Tampoco era el momento ni el sitio para dar una clase sobre crítica gastronómica. Vistos y probados todos los platos, Andrés y yo lo tuvimos muy claro: el mejor con diferencia era el azul. Azul porque todos iban marcados con colores, sin que supiéramos de quien era cada uno. Una cata ciega, vamos. Como segundo, el rosa.

Luego vimos con alegría que en la mesa de Matoses y María Ritter tenían exactamente la misma opinión: primero el azul y luego el rosa. Ya habíamos cumplido. Despedida y aplausos. Y una salida lo más digna posible. Hasta que se emitió el programa el lunes pasado no supe que el plato azul era de Ana, una concursante que, por la pantalla porque allí no tuvimos ocasión de saludarles siquiera, me pareció muy simpática. Desde luego fue la que mejor hizo un plato endiablado y eso tiene mucho mérito. Creo que ganar esta prueba le sirvió para pasar directamente a la final, le deseo mucha suerte el lunes.

Antes de irnos, nos invitaron a comer. Por decir algo. Un rancho cuartelero de catering de rodaje. Era lo que había. Pero tras tanto tiempo encerrados fue muy agradable poder compartir charla con amigos antes de volver a la reclusión. Eso sí, por todas partes miembros de los sindicatos de RTVE supervisando, atentos a cualquier incumplimiento de las “normas”. Mientras esperábamos el coche de vuelta, protegidos de la lluvia, pude hablar un rato con Jordi Cruz. También con Pepe Rodríguez Rey (¡cuánto tiempo sin verle!) e intercambiar pullas amables con él. Siempre hemos tenido una excelente relación, pero mis críticas a Master Chef han dejado un cierto poso, siempre desde el respeto mutuo.

El lunes vi, por primera vez, el programa. Hay mucho montaje, mucha búsqueda del espectáculo. Pero mi participación y la de mis compañeros se respetó al máximo. Creo que ese bloque quedó muy bien. Lo cual no va a cambiar mi opinión, pero ahora tengo más elementos para juzgar. Fue una experiencia interesante. Lo que sí me ha dejado de piedra es la cantidad de espectadores que tiene Master Chef (este fue además el programa con más audiencia de esta temporada). Llamadas, whatsapp, mensajes de muchísima gente, y una subida espectacular de seguidores en mis cuentas de Twitter e Instagram. Empiezo a estar seguro de que yo soy el equivocado.

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