El inmovilismo como bandera. Esa es la principal conclusión que se puede sacar de la Guía Michelin España 2026. Mientras en otros lugares del mundo los inspectores renuevan las listas, aquí no se toca nada. Hace unas semanas tres restaurantes de Estados Unidos, entre ellos el célebre Alinea, perdieron su tercera estrella. Y hace apenas un lustro, en Francia se quitaron de golpe en el mismo año nada menos que 68 estrellas. Cierto que hubo 75 nuevas. Pero de eso se trata, de renovar un panorama adormecido. En España sobran algunos estrellados, y faltan muchos. Pero no hay valor para afrontar la necesaria renovación. Aquí, en un alarde, han retirado este año ¡cuatro estrellas! Que los inspectores no hayan creído oportuno incorporar algún nuevo tres estrellas parece una broma. ¿Qué pasa con Skina, con Iván Cerdeño, con Bardal, con Voro, con Amelia o con Ricard Camarena por sólo citar algunos?
¿Y de verdad sólo hay cinco restaurantes que merezcan la segunda? Una lista, la de dos estrellas, en la que no pasaría nada por retirar varias. Tres de cinco han caído en Barcelona, merecidísimas las de Enigma y Aleia, más sorprendente la de Mont Bar. Mérito el de Joel Castañé, que hace un gran trabajo, alejado del mundo, en La Boscana. Y una sola en Madrid, que en realidad no es una novedad ya que Ramón Freixa ya las tenía en su anterior restaurante. De los nuevos estrellados, amplio reparto territorial con el País Vasco (que también recoge cuatro de las nuevas cinco estrellas verdes) y Andalucía como principales beneficiados. Como suele ser habitual, algunos ya esperados como el madrileño EMI o el asturiano Regueiro, y bastantes sorpresas. Aquí sí hacen un buen trabajo los inspectores de la guía descubriendo restaurantes en sitios que están fuera de los circuitos habituales y que no cuentan con asesores ni agencias de comunicación. Reseñable que la provincia de Lugo consiga, de la mano de Vértigo, la primera estrella de su historia. De los cuatro premios especiales hay que destacar el concedido a Quique Dacosta como maestro de cocineros y, muy especialmente, el de de sala que ha recibido ese enorme profesional que es Abel Valverde, director actualmente de Desde 1911 (restaurante, por cierto, al que a nadie hubiera extrañado que recibiera la segunda estrella)
Estrellas al margen, una reflexión. A medida que el ansia mercantilista de los actuales responsables de Michelin en España se va abriendo hueco el desinterés de los verdaderos aficionados a la gastronomía cada vez es mayor. No parece que sea ese el camino. La guía debería brillar por sí misma sin necesidad de esa ingente cantidad de patrocinadores que quitan el protagonismo a la propia casa de neumáticos. Para colmo, no ayuda nada una gala tediosa e interminable, hundida aún más por un lamentable presentador que leyó mal y se equivocó continuamente, y en la que los principales patrocinadores, políticos incluidos, tienen su minuto de gloria, alargando innecesariamente el tiempo. Qué lejos está aquel primer acto de entrega de la guía de 2010 que organizaron Fernando Rubiato y Ángel Pardo, directivos a los que, a diferencia de los actuales, sí les gustaba la gastronomía. Una presentación aquella en la que Michelin y los cocineros fueron los únicos protagonistas y que abrió el camino a unas galas imitadas luego en todos los países europeos. Una cosa más: si la que se presentaba era la guía de España, ¿por qué el telón de fondo rezaba “Michelin Guide. Ceremony Spain? ¿Y por qué el director mundial de las guías, ausente de la gala, no hizo un esfuerzo por hablar en español?
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