Cunde el desánimo. Al común no le salen las cuentas. El Congreso está atado y bien atado por el primer ministro. Claro, dicen algunos, que también estaba requeteatado el régimen anterior y mira cómo terminó.
Cómo el franquismo pasó a la historia tal vez sea interesante recordarlo en cuatro líneas. No fue barrido por ninguna ola social, ni por la ocupación de sus instituciones por dobles agentes. Fue demolido desde dentro por españoles conscientes de su responsabilidad, ciudadanos que saltaron las líneas rojas para abrir un ancho horizonte de convivencia con los que estaban enfrente.
Aquellas Cortes Españolas destapó las aguas retenidas durante medio siglo aprobando una breve ley que marcaba el camino de la libertad. Lo llamaron el harakiri del régimen. Del medio millar de procuradores, así se denominaban sus componentes, sólo cincuenta y nueve guardaron fidelidad al mando, frente a los cuatrocientos veinticinco que se dijeron en voz alta y uno a uno, hasta aquí hemos llegado.
Y votaron que La democracia se basa en la supremacía de la Ley, expresión de la voluntad soberana del pueblo. Y que Los derechos fundamentales de la persona son inviolables y vinculan a todos los órganos del Estado.
Así, con algo visto hoy tan elemental, comenzó el cambio.
¿No habrá diez, veinticinco o treinta y nueve diputados socialistas que levanten su voz hartos de la situación en que les ha embarcado el okupa que en beneficio propio malversa el futuro de su partido?
El único de los tres poderes aún no del todo colonizado, la Justicia, señala a diario los abusos y desvaríos de Sánchez -mala fe procesal, inquiere un juez- y sus feudos ante lo cual el mandamás, como Ulises para evitar las tentaciones de las sirenas, tiene ordenado que le aten al mástil de la nave y los demás se taponen los oídos.
Y es que de ellos depende la voladura de este matacán levantado en lo más alto del Estado para hostigar a sus adversarios, violentar a los jueces y esconder las tropelías de tantos corruptos y sinvergüenzas. Porque poco cabe esperar de los escaños comprados, nunca encontrarían víctima más generosa para poder seguir desatornillando las cuadernas de la nave del Estado.
En una democracia consolidada la solución habría de llegar de la mano de la oposición. No es el caso; ni tampoco la oposición pone sus mejores esfuerzos e inteligencia en conseguir lo que en noviembre del año 1976 se hizo posible, como más arriba hemos recordado.
Vaya.
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