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Bipartidismo, Arrimadas y la nada

Bipartidismo, Arrimadas y la nada
Inés Arrimadas contra el bipartidismo.
Federico Ysart el

El espectáculo no puede ser más lamentable. La ruptura de la coalición PP-Cs en Valladolid, Castilla-León es más que su capital, demuestra las impudicias de una relación forzada por la fragmentación del electorado.

El hecho es que las cosas de la política marchaban mejor cuando dos grandes partidos tenían las fuerzas y capacidad necesarias para gobernar libres de coyundas y llegar a alcanzar grandes acuerdos en beneficio de los intereses generales. El paradigma lo representa el papelón que el sanchismo viene haciendo.

Desde la quiebra del bipartidismo la gobernanza está en manos de minorías de uno u otro lado, en función del partido dominante; y es también un hecho que la actual situación no ha permitido ningún pacto entre los representantes de una gran mayoría de los ciudadanos. El centro izquierda y el centro derecha son víctimas de los extremistas crecidos en una y otra banda, además de otros que sirven para completar mayorías parlamentarias. Son los casos de Teruel Libre, el de las anchoas y, últimamente, Arrimadas, empeñada en luchar contra el bipartidismo.

Lo de Ciudadanos podría tener más enjundia si su actual responsable no hubiera dejado embarcados a los catalanes que le dieron el triunfo en las anteriores elecciones regionales. El movimiento que creó Rivera, montado a la ola de una renovación adanista que deslumbró a media Europa con el triunfo de Macron en Francia, pudo haber tenido un papel relevante para el conjunto del país. Pero no acertó a echar raíces profundas en la realidad catalana de la que surgió.

Si algo hay claro, por encima de espejismos circunstanciales, es que no hay partido que cuente si no cuenta con una organización potente. De haberlo intentado en Cataluña, aquel partido de Rivera podría ser el equivalente a la CSU alemana, el partido bávaro hermanado con la CDU y que suman la mayoría del centro derecha alemán. Aquí podrían haber jugado ese papel con los populares si éstos, naturalmente, hubieran aportado a los ciudadanos su exigua implantación catalana. Y si los ciudadanos no hubieran caído en la tentación de jugar en la liga nacional.

Desde entonces son un remedo de los partidos liberales que durante años han servido de gozne para cuajar mayorías en países de primera línea, como el Reino Unido o Alemania. Pero la realidad ha sido bien distinta. Porque ese papel lo otorgan los ciudadanos en las urnas, y no unas simples manifestaciones de sus directivos. El doctor Igea en Valladolid y en Madrid la lideresa Arrimadas carecen de capacidad para ello.

Volviendo al principio: Arrimadas puede decir cualquier cosa, pero tras el affaire de Murcia, el frustrado en Madrid y otros menos trascendentes, la lealtad a sus compromisos de coalición es más que cuestionable.

El algodón de la prueba se le cayó al suelo cuando, entrevistada por Alsina tras la crisis en Castilla-León, manifestó que de haberlo sabido no habría regalado la presidencia de cuatro Autonomías al PP.

¿Entonces?

Política
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