El año va tocando a su fin. Significa que el invierno está más cerca. Son días -en su mayoría- oscuros y fríos, en los que las bajas temperaturas invitan a estar dentro de los hogares o en cualquier lugar a resguardo donde la calefacción fluya.
La fascinación de la humanidad por el clima ha estado arraigada a lo largo de toda su historia, sobre todo, en las artes, en concreto en la narración de cuentos; aunque también ha jugado una papel fundamental en la religión y la mitología durante siglos. Las mitologías griegas antiguas son un ejemplo de una cultura en la que cada aspecto de las estaciones y los elementos climáticos se acreditaban a los seres divinos.
El mito de las estaciones griegas se centra en la historia de la diosa Deméter, diosa griega de la agricultura, gobernante de la cosecha, nutricia pura de la tierra verde y joven, ciclo vivificador de la vida y la muerte. Cuando su hija Perséfone fue secuestrada por Hades, señor del inframundo, se sintió tan abatida que no pudo cuidar las tierras, y el invierno se hizo cargo. Después de llegar a un acuerdo con Hades, a Perséfone se le permitió regresar a la tierra durante seis meses al año, momento en que las tierras prosperaron, pero cada seis meses volvería al inframundo y las estaciones cambiarían nuevamente.
En la «realidad» es el agricultor el que se encarga de cuidar de esa tierra. El granjero de cuidar las tierras fértiles de frutos y alimentos, de las inclemencias de la naturaleza, ya que es el trabajo para su vida. Él es el que cultiva y genera existencia, y por ello la tierra en donde se realiza es necesario el cuidado meticuloso y diario, para que esos frutos y alimentos crezcan y puedan llegar a los demás.
En ese caminar diario que tenemos las personas (tras el partir de Perséfone) vamos en pequeños refugios de abrigo, a nuestros respectivos lugares de encuentro, trabajo u ocio. Los paisajes se tiñen de escarcha y hielo. Los días comienzan a hacerse más cortos, mientras que las noches son más largas. Por lo que el sol tiene menos trabajo. La tierra, por tanto, se duerme. Y al dormir hay que arroparla. Cuidarla de que no le pase nada, y de esto sabe mucho el granjero.
Un granjero como el que nos trae en un maravilloso cuento ilustrado Eugene Doyle (Nueva York, 1974). Es autora de varias novelas y libros de cuentos, como «Buenas noches, granja» (Errata Naturae). Ilustrado por Becca Stadtlander, una sorprendente y admirable artista, que hace de su inspiración la belleza de los objetos cotidianos, representando las comodidades del hogar con exuberantes colores que captan la esencia paisajística del frío, que hacen sentir al lector y a quien los observa, parte de dicha representación, transportándolos de forma clara y concisa a esos paisajes de lugares lejanos que emiten un remanso de paz y quietud.
Doyle y Stadtlander muestran los pasos a seguir antes de que llegue esa estación invernal temida por el campo. Por lo que la familia granjera, protagonista del cuento, debe preparar la granja para ese frío: desde cubrir el campo de las fresas con heno, poner a resguardo las colmenas, cortar y amontonar la leña que les calentará durante esos meses, hasta preparar el refugio para las gallinas… El resto del año, la granja ha estado trabajando para acoger, alimentar, vender, y mantener cálidos a la familia al completo. Así que, ahora con la llegada del invierno es el el momento de mandarla a descansar, y así, esté preparada para la próxima primavera. Buenas noches, granja.
Un libro encantador que conecta líricamente con los pequeños y con los adultos, ya que transmite la constancia del trabajo y del buen hacer con la naturaleza. De mostrar lo que ella puede hacer por nosotros si se la trata bien. Este hermoso y formativo cuento pinta una imagen fascinante de lo que significa el invierno para el año agrícola y para la familia que comparte sus estaciones, desde el crecimiento gracias a la primavera, el calor del verano y la generosidad del otoño, hasta llegar a ese merecido descanso en el que la naturaleza se queda quieta y expectante.
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