Todos tenemos la capacidad de observar, de mirar algo o a alguien con mucha atención y detenimiento para adquirir algún conocimiento sobre su comportamiento o sus características, o incluso para llegar a entender todo aquello que nos rodea. Una capacidad de observación -la que tiene el ser humano-, que es esencial ordenarla, entrenarla y entenderla, para poder así disfrutar de ese entendimiento de todo aquello con lo que estamos en constante contacto.
El escritor alemán Walter Benjamin (1892-1940) combinó en una original mezcla de erudición, imaginación visual, sagacidad política y sensibilidad literaria, esa capacidad de observación con su obra Calle de sentido único (Periférica). Una obra que ocurre fuera de un tiempo conveniente y que no se ajusta a un sistema literario y académico de la época en la que fue escrita. En ella, Benjamin condensa sus reflexiones lúcidas de su tiempo, sobre arte, publicidad, política o literatura.
Entre esas reflexiones Benjamin expone un punto de vista locuaz sobre el libro y la palabra impresa: «la eficacia literaria relevante solo puede surgir en la estricta alternancia entre la acción y la escritura; debe plasmar en octavillas, folletos, carteles y artículos de periódico las formas más modestas, más acordes a su influencia en comunidades activas que el exigente gesto universal del libro»; sobre las opiniones «que son para el aparato gigante de la vida social lo que el aceite para las máquinas; uno no se pone delante de una turbina y la riega con aceite: echa una pizca en remaches y ranuras ocultos que es preciso conocer».
Leer Calle de sentido único es trasladarse a 1928 cuando se publicó. Es viajar a la época de entreguerras y hacerlo sobre algo que no tenía precedente ni comparación en la literatura anterior; es un texto estimulante, algo desconcertante, que requiere de un tipo de lectura atenta, reflexionada y de agilidad urbana muy especial. Estas reflexiones originales puestas en libro, conforman quizás una obra virtuosa y experimental que ayudan a crear lectores reflexivos y críticos con todo aquello que les rodea.
Benjamin le dedica la obra a la directora y actriz de teatro letona Asja Lacis, un texto que inaugura una nueva forma de hacer literatura y de pensar la estética. En ella, evita toda apariencia de la narrativa lineal, llevando al lector e insertándole en secuencias cortas aparentemente aleatorias de aforismos, reminiscencias, miradas, fantasías, investigaciones filosóficas, parodias filosóficas y mordaces comentarios sobre la realidad política de una Alemania de Weimar que hoy resuenan siniestramente familiar.
La originalidad del libro y su encanto están, en su forma de proporcionar una visión notable de los significados encerrados de todas aquellas cosas cotidianas que nos pueden rodear, y que en este caso le rodeaban a él. Un libro que funciona a modo de mapa mental urbano ordenado según la lógica de los escaparates de una galería comercial. La voluntad de Benjamin era, en palabras de su amigo Theodor Adorno, «contemplar todos los objetos tan de cerca como le fuera posible, hasta que se volvieran ajenos y le entregaran su secreto». Y este secreto nos habla tanto de nuestra manera de relacionarnos con las cosas de la vida como de los sueños que se llegan a proyectar sobre ellas.
Compuesta por sesenta piezas, que varían en estilo y tema, diluidas como fragmentos entre sus páginas, son de un gran valor literario y creativo. Benjamin ejerce de transcriptor intelectual y visual de reliquias y preocupaciones de su presente, al evocar ese denso paisaje urbano de tiendas, cafés, calles, edificios, que están activos gracias a la algarabía de las interacciones sociales, constituyéndose como una metodología de la vida cotidiana que descubre los dilemas de una era, en una aparente calma tensa en la que se daba «una extraña paradoja: las personas cuando actúan solo tienen presente el más cicatero interés privado, pero al mismo tiempo su conducta está determinada como nunca por los instintos de la masa». Un visionario por todo aquello que estaba por llegar y que empezaba a surgir en la sociedad y la política alemana.
En definitiva, una lectura muy recomendable, para leer de forma pausada y atenta y poder así captar la transcripción de la mirada de Benjamin. La de un hombre sabio que analiza las transformaciones de su época. Desde el simple sueño hasta el retrato, a veces escalofriante, de una modernidad que, en una débil república de Weimar, se percibía como una amenaza. Un texto, que apostaba por un nuevo modo de entender lo estético en folletos y carteles, en archivos, catálogos y libros, en la escritura y en las opiniones, en la resistencia, a fin de cuentas, a evitar ese desvanecimiento de paso de un tiempo efímero que tiene la vida. Desde que se publicase por primera vez, su influencia no ha dejado de crecer y, su eco producido por su palabra escrita está más vivo que nunca, siendo de gran actualidad y utilidad.
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